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non erroris[16]; poseedores del mundo, con los otros hombres, pero no del error—; cristianos decididos a fomentar, defender y amparar los intereses —los amores— de Cristo en la sociedad; que sepan distinguir la doctrina católica de lo simplemente opinable, y que en lo esencial procuren estar unidos y compactos; que amen la libertad y el consiguiente sentido de responsabilidad personal.

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      Apostolado auténtico

      Hijas e hijos míos, esa maravillosa misión del maestro y del profesor es un verdadero y profundo apostolado, hoy especialmente necesario, por la extensión y el influjo de la equivocada enseñanza profana en la vida de los hombres, y para salvar y desarrollar ese ingente patrimonio de la cultura cristiana, que ha exigido siglos de esfuerzo.

      La enseñanza es una profesión laical y secular

      Tarea eclesiástica y suplente de los religiosos

      Estos religiosos, con su actividad docente, no pretenden nunca ejercer una profesión, ni tienen propiamente —en la enseñanza— una función que cumplir en el orden civil. Si lo han hecho tantas veces, más allá de lo que exigía su vocación religiosa —con mucho fruto para la Iglesia, y para la misma sociedad civil— ha sido generalmente para llenar un vacío casi total, como en la Edad Media, o para oponer un dique a la descristianización de la cultura, como en la Edad Moderna y aún en nuestros tiempos. Es decir, han tenido que subsanar de alguna forma la ausencia de fieles cristianos que se ocupasen profesionalmente, con competencia y con buena formación religiosa, de ese aspecto tan delicado y trascendental de la vida de la sociedad: y así hacen, no una profesión —un trabajo— civil, sino un meritorio apostolado religioso.

      La enseñanza no es un monopolio de los religiosos ni del Estado

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      Por otra parte, y como consecuencia de un movimiento anticatólico de proporciones universales, aunque diverso en sus formas, en los últimos siglos se viene alejando cada vez más a los religiosos del campo de la educación; y esto hace todavía más urgente y necesaria la formación de buenos profesionales cristianos, que se dediquen a la docencia.

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      Hacen falta profesionales cristianos

      Sin embargo, ésta es sólo una razón circunstancial y contingente: porque nosotros no sustituimos a los religiosos —como ya he dicho, es lo contrario lo que ha ocurrido—, no debemos y no podemos sustituirlos en sus actividades docentes. Su labor es fundamentalmente de carácter eclesiástico, cuando no suplente; y nuestra tarea en la enseñanza es un trabajo esencialmente profesional y secular.

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      Aunque no se diera ese motivo particular que he señalado —más: aunque, como sería de desear, los religiosos no encontraran obstáculo alguno para cumplir su misión, que nosotros vemos con alegría y cariño—, siempre sería necesario promover la formación de buenos maestros y profesores cristianos, que ejerzan ese trabajo profesional, como ciudadanos.

      No trabajamos como los religiosos, ni con los religiosos

      Por el mismo motivo —es decir, porque la actividad de esos religiosos es de carácter eclesiástico, y la nuestra es secular, profesional—, de ordinario no convendrá que trabajemos con los religiosos, y menos en centros dirigidos por ellos.

      De esa forma, además, se evita con delicadeza que puedan darse inútiles incomprensiones —aunque sean pequeñas— sobre la conveniencia de seguir o no un determinado método pedagógico, sobre la labor apostólica que los profesores puedan hacer con sus propios alumnos, etc. Y principalmente se evita que gente desorientada nos tome por religiosos.

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      Trabajar en centros oficiales y privados

      Serán, por tanto, los centros de enseñanza oficiales y los privados con prestigio —que no estén dirigidos por religiosos— los lugares donde tendremos que ejercitar esa profesión docente: prestando un servicio leal, con amplitud de miras, con espíritu de libertad y fomentando siempre la colaboración con otros centros.

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      Y tomaremos ocasión de ese trabajo profesional para hacer, con los maestros y con los profesores, con los alumnos y con las familias de los alumnos, ese eficacísimo apostolado personal de amistad y de confidencia, que nos exige nuestra vocación peculiar.

      Actividades de enseñanza promovidas por la Obra

      Habrá también centros de enseñanza de todos los niveles —desde la primaria hasta la universitaria— dirigidos por la Obra, es decir, como una actividad corporativa, de la que el Opus Dei se hace responsable. Pero las actividades corporativas de este género siempre serán menos en número que aquellas en las que trabajaremos: porque nuestro apostolado es sobre todo un apostolado personal; y porque no tenemos como fin crear instituciones de enseñanza.

      Utilidad de estas obras corporativas

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      Carácter abierto

      No serán nunca estos centros una especie de reductos defensivos; sino, por el contrario, un ejemplo manifiesto y concreto de espíritu abierto, de comprensión, y un modelo de colaboración científica, fuente de ayuda también para los centros oficiales y para los privados: porque la labor de formación del profesorado, que allí realizaremos, repercutirá en una mejora de la actividad didáctica en todos los demás centros.

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      Eficacia

      Serán foco de iniciativas y de estudios, para promover un conocimiento más profundo de la pedagogía en todos sus aspectos, y una demostración práctica del modo de solucionar los problemas que en la labor docente se planteen.

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