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al individuo que pretendía impedir que aquella mujer se moviera con libertad.

      —¡Vaya por dios! Ya sabemos el porqué de todo esto, ¿verdad, Maite? Si te has echado un novio…, mírale como babosea por ti. He estado ciego. Me decías que no había otra persona.

      —A este señor no lo conozco de nada.

      —Ya. ¡Y ahora voy yo y me lo creo!

      El maltratador agarró a Óscar por el cuello y presionó con fuerza. Óscar sintió que le faltaba el aire y le flaqueaban las piernas. A pesar de todo, lanzó un puñetazo contra aquel energúmeno, impactándole en la mejilla.

      —Rafa, por Dios, que no le conozco de nada. Déjale en paz.

      Aquel agresor machista propinó un duro puñetazo a la mujer en su rostro, quien cayó al suelo a plomo. Se dio media vuelta mirando a Óscar con ira. Le sacudió un croché seco en la mandíbula, se escuchó el terrible sonido al impactar con enorme fuerza en su cara. La agresión hizo tambalear a Óscar. Dio con una de sus rodillas en el suelo, y cuando intentó, medio grogui, incorporarse, se encontró con la suela del zapato de aquel individuo en su cara. Óscar perdió la visión, estaba noqueado, con las dos rodillas clavadas en el asfalto, a punto de caer desvanecido. Aquel sujeto estaba totalmente colérico. Su agresividad le hacía estar fuera de sí; cogió con ambas manos la cabeza de Óscar y le asestó dos durísimos cabezazos, causándole diversos daños. Justo cuando cayó al suelo, inerte como un muñeco, se personó por la zona una dotación de la Policía Nacional, alertada por algún ciudadano. El maltratador fue rápidamente engrilletado.

      Se pidió la actuación del Summa 112, ya que Óscar presentaba un preocupante estado médico. Mientras llegaba la UVI móvil, fue atendido por un ciudadano que manifestó ser médico y le prestó, sin medios técnicos, toda la ayuda que pudo en tales circunstancias. Le practicó una maniobra de resucitación, ya que Óscar había entrado en parada cardiorrespiratoria. Mientras el médico practicaba el masaje cardíaco, Maite, la mujer agredida, declaró ser enfermera, y aunque se sentía desconcertada, ayudó al médico.

      —¡Lleva más de treinta compresiones en el pecho, le voy a insuflar dos respiraciones de rescate!

      —Bien, me parece correcto.

      El médico paró, mientras Maite insuflaba aire practicando el boca a boca.

      —Continúo —advirtió el médico.

      La RCP manual fue suficiente para observar que Óscar volvía a tener pulso y recuperaba la consciencia.

      El ruido de las sirenas advertía de la presencia de una UVI móvil. En muy poco tiempo y de forma muy eficaz se hicieron cargo del paciente. El médico informó a los sanitarios recién llegados acerca del procedimiento que había ejecutado para mantenerle con vida.

      Consiguieron estabilizarle y le subieron a la ambulancia. Maite comentó que era enfermera del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, y familiar del atacado. Se hizo una excepción y permitieron que acompañase al equipo médico y al paciente.

      —Te vas a poner bien, ya lo verás.

      —¿Te encuentras bien? —Óscar, aun estando semiinconsciente, se preocupó por ella, acordándose de que el maltratador machista la había agredido.

      —Shhhh… no hables, no gastes las fuerzas.

      En menos de diez minutos la ambulancia paró en la puerta de urgencias del Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Ya habían comunicado su inminente llegada, y cuando sacaron al accidentado del vehículo, un equipo del personal de Urgencias estaba esperando para la recepción del paciente. Todo se realizaba de forma eficaz, muy profesional. El personal del hospital se hizo cargo del agredido. Ahí fue cuando se percataron de que el paciente mostraba un bajo nivel de conciencia y parecía estar comatoso. Al no responder a estímulos, y tras comprobar que sus constantes vitales eran estables, optaron por realizar un escáner cerebral, un TAC, para asegurarse de que no existían lesiones. Posteriormente ingresó en la UCI, para su observación. No precisaba respiración asistida, pero sí vigilancia del traumatismo, dado que presentaba una conmoción cerebral. En la UCI, el servicio de enfermería vigilaba al paciente cada dos horas, observaban las pupilas y pares craneales, verificando que todo estuviese bien.

      Óscar, aunque no respondía a los estímulos, sufrió una experiencia de lo más perturbadora. Oía todo lo que allí se hablaba, era consciente de que el equipo médico constataba que el paciente estaba comatoso y de que desconocían cuánto tiempo podría permanecer en esa situación. Se sentía preso de sí mismo; resultaba una experiencia sumamente desagradable. Deseaba decir a todo el mundo que se congregaba en torno a él que podía oír perfectamente lo que estaban refiriendo sobre su estado. Sufrió una aceleración del ritmo cardíaco, y los facultativos dedujeron que era posible que despertase en breve.

      Despertar

      El hospital se puso en contacto con la madre de Óscar. Maite había buscado entre los contactos del teléfono móvil, hasta que encontró en la agenda un: «AA_Mamá».

      Eugenia cogió precipitadamente un taxi y se presentó en el hospital con toda la rapidez que le fue posible. El equipo médico salió para explicar a su madre cuál era el cuadro que presentaba Óscar y lo incierto de su diagnóstico. Dejaron entrar a la madre pasados unos minutos, los suficientes para acrecentar su inquietud. Se preguntaba quién habría sido el mal nacido que le había hecho eso a su hijo.

      Le habían dejado la cara, literalmente, como un mapa. Todo lo que le explicaban no hacía más que incrementar su inquietud: el TAC indicaba conmoción cerebral, unido a un estado comatoso. A la madre se le dispararon todos sus miedos.

      Una joven enfermera invitó a Eugenia a salir de la UCI, ya que sospechó que el enfermo podía estar en un estado de semiinconsciencia y percibir el llanto de su madre.

      —Si no llega a ser por él, me habría matado.

      —¿De qué estás hablando? ¿Quién eres? —inquirió Eugenia.

      —Me llamo Maite, supongo que usted es su madre….

      —Sí, soy su madre, ¿qué ha sucedido? —preguntó mirando con fijeza a sus ojos, mientras una lágrima recorrió libremente su rostro—. ¿Quién le ha hecho esto a mi hijo?

      —Mi ex me estaba agrediendo y él se interpuso. —Maite no sabía cómo explicar a aquella desconocida lo acontecido—. Su hijo me ha salvado la vida, señora.

      —¡Virgen santa!. Supongo que estás hablando de violencia machista, ¿no? —La perplejidad que sentía no le impedía comprender lo que trataba de explicarle aquella desconocida—. ¿Mi hijo salió en tu defensa?

      —Exacto, así es. —En ese instante fue Maite quien derramó lágrimas de forma incontrolada—. Si no hubiera sido por él no sé qué habría sido de mí. Lo importante ahora es su hijo, no yo.

      Ambas se abrazaron, surgió de forma espontánea; permanecieron un rato abrazadas dejando correr las lágrimas, que sirvieron como purificación y desahogo mutuo. En ese momento, apareció el médico que estaba tratando a Óscar.

      —Doctor, ¿puede explicarme cómo está mi hijo y si tardará en volver en sí? —inquirió Eugenia, gesticulando con una mueca que el médico supo interpretar como que no sabía bien cómo exponer la pregunta.

      —Estas son lesiones focales que afectan a una parte cerebral determinada. No es lo mismo un paciente que haya tomado una droga, por ejemplo, heroína, que una persona que haya tenido un accidente. Los resultados del TAC no son concluyentes, sin embargo, me atrevería a decir —el doctor realizó una pausa, necesitaba escoger las palabras adecuadas— que no tardará en despertar; de hecho, parece que responde a ciertos estímulos. Eso me hace ser optimista. Por favor, pongamos estas palabras entrecomilladas; no deseo tener un exceso de optimismo. Maite, ya sabes cómo funciona esto —el médico se dirigió en ese momento a la enfermera, que trabajaba a diario con él en aquella sección, en la UCI—.

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