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en el mundo de la señora Arnoux. Pero, cuando hay que esforzarse en algo, por ejemplo, triunfar en política, hacer una fortuna con los Dambreuse, no actúa y desperdicia todas las ocasiones.

      En otro momento de la novela, Frédéric procura adaptar sus deseos a la realidad. Lo intenta con Rosanette: vida en familia, un hijo, pero siempre ocurre algo que le lanza en pos de ese deseo imposible.

      Frédéric se siente obligado y comprometido con su deseo, aunque nadie se lo exija. Cuando tiene que optar entre su amistad por Deslauriers o su deseo imposible, se siente frustrado, duda, pero le puede ese compromiso con su deseo. Su manera de obrar produce en los lectores una decepción tras otra, porque el lector piensa que cuando Frédéric elige lo hace siempre equivocadamente.

      Ya en el primer capítulo nos damos cuenta de que el joven de pelo largo y un álbum bajo el brazo está perdido en el mundo. Vaga de un lado a otro del barco, va a estudiar derecho, pero piensa en otras cosas, «en la trama de un drama, en temas de pintura, en pasiones futuras. Pensaba que la felicidad que se merecía tardaba en llegar». Y cuando Arnoux le pregunta por sus planes de futuro, él responde con ideas vagas en torno al arte, algo que no tiene nada que ver con estudiar leyes, que es para lo que se trasladará a París. Hay muchos otros ejemplos a lo largo de la novela de esa indefinición, de esa especie de pereza. Compra un piano, instrumentos de pintura, quiere escribir novelas, dedicarse a la diplomacia, a la política, ser un buen orador… todo en el deseo.

      Entonces, la «aparición» de la señora Arnoux le libera de desear ninguna otra cosa. Este es el deseo imposible. Y está dispuesto a quedar clavado en él.

      Los detalles en La educación sentimental

      Una novela con personajes mediocres y que apenas tiene trama: un joven de provincias va a París a estudiar derecho. No le atraen los estudios, hereda una fortuna y puede vivir como había soñado. Pero está atrapado en un deseo irrealizable, deseo que gobierna su existencia, su relación con los amigos, su relación con las mujeres, su relación con el dinero. Pasan los años y tras no haber sabido o querido forjarse un porvenir, rodeado de personajes aún más mediocres que él, vive con una pequeña renta, convertido en un pequeño burgués.

      En La educación estamos ante una novela de detalles, y el lector los va descubriendo desde los primeros capítulos. Algunos detalles son insignificantes, y nos hacen sonreír, como en el capítulo III de la primera parte: «su apartamento, adornado con un reloj de péndulo de alabastro, le desagradaba». El reloj de péndulo aparece en unas doce ocasiones en la novela como un elemento de confrontación con el personaje, como un símbolo de esa vida que trascurre de una manera irremediable y monótona, pero no nos lleva más lejos. Otros detalles, sin embargo, son el hilo conductor de diferentes aspectos de los personajes. Ese joven que viaja con un álbum bajo el brazo, es un recuerdo de las artes visuales que tendrán importancia a lo largo de la novela: Arnoux, marchante de cuadros, Pellerin, pintor que se debate entre las distintas tendencias de la pintura, el narrador mismo que nos va pintando cada escena. Todo el trayecto fluvial se asemeja a diferentes escenas de un álbum cuyas páginas vamos pasando. Otro detalle puede ser la manera de introducir a los personajes: dos o tres pinceladas para el señor Arnoux: su vestimenta ‒esas botas de cuero rojo de Rusia‒, su aire seductor, no sólo con las mujeres, también encandila a Frédéric, su reflexión en torno a unos cálculos comerciales: ya tenemos el tipo.

      Tenemos también el caso de Martinon. Desde los primeros capítulos, en el encuentro en una algarada de estudiantes, ya se dice de él que no es valiente. Pero lo que Frédéric no ve (realmente Frédéric casi nunca ve a los otros, y como el lector le acompaña siempre, a veces tampoco ve, y el narrador no hace nada para desengañarnos, a no ser en estos pequeños detalles) es que Martinon tiene una meta que va forjando desde el principio: conseguir una situación envidiable de fortuna, de matrimonio, de estatus social.

      Y en el primer capítulo, la epifanía de toda la novela. El detalle fundamental: la aparición de la señora Arnoux. Y para remarcarlo, el narrador nos lo señala en un punto y aparte y un espacio en blanco.

      Fue como una aparición.

      Esta técnica de la frase lapidaria y espacios en blanco, la veremos a lo largo de la obra:

      ¡Arruinado, despojado, perdido! (cap. VI, 1.ª parte)

      Viajó (cap. VI de la 3.ª parte)

      Regresó.

      Eso fue todo.

      Hay detalles enigmáticos, cuyo misterio deambula a lo largo de los capítulos de la obra: las joyas de Rosanette y la Vatnaz, sus encuentros y desencuentros; el cofre con cierres de plata, que pasa por las manos de la señora Arnoux, de Rosanette, de la señora Dambreuse, y la famosa cabeza de ternera, cuyo misterio se mantiene hasta el último capítulo, por ejemplo.

      En su forma de narrar, de describir (según Proust más que descripciones lo que hace Flaubert son sensaciones) intercala, con maestría cinematográfica, planos largos con otros cortísimos que sobresaltan al lector. En el barco, tras paisajes que van surgiendo a lo largo del río, nos da, de repente, detalles muy precisos y cercanos, hasta llegar a ver, por ejemplo, la sombra de sus pestañas.

      Muy a menudo vemos el paso de una descripción interna –sen­timientos, sensaciones– a una descripción externa –paisajes, clima–. O cuando, de golpe, pasa del estilo directo al estilo indirecto, lo que vemos constantemente a lo largo de toda la novela.

      La amistad en La educación sentimental

      En esa red social que forman todos los personajes en torno a los Arnoux y a los Dambreuse, Frédéric está solo, o no sabe o no quiere formar parte de ellos, sin embargo, aparentemente es lo único que desea. La herencia le sirve como carta de presentación ante la sociedad a la que quiere pertenecer. Pero sus decisiones son equivocadas, ya lo hemos dicho. La obsesión de sus sueños le lleva precisamente a no cumplirlos. No aprovecha las oportunidades con los Dambreuse, como hace Martinon, por ejemplo, ni otras muchas ocasiones de consecución de sus sueños. A pesar de todas las ventajas, queda excluido, o más bien autoexcluido.

      Dos ejemplos de ese dejarse llevar, sin contacto con los demás, como el vapor que discurre por el río en el primer viaje, en el que el narrador va pasando las hojas de ese álbum, y la descripción sigue el ritmo del agua. En ese momento está rodeado de todos esos viajeros, reflejo de la sociedad, y Frédéric no se identifica con ninguno.

      Y el viaje nocturno, en diligencia desde Nogent a París, en el que el ritmo es el ritmo del sueño, sueño que continúa con la búsqueda de Arnoux y de Regimbart por París. Es como si el sueño lo alejase de la realidad, y, por lo tanto, del resto de la humanidad.

      Conocemos en la biografía de Flaubert la importancia que concedió a sus amigos. Sus dos más antiguos como Louis Boui­lhet y Alfred Le Poittevin, su mentor, que murió joven, y uno de los más influyentes respecto a sus ideales literarios. Maxime du Camp, que comparte con Flaubert viajes, proyectos, correspondencia. Si bien se distancian, toman diferentes caminos respecto a la literatura. Conocemos también, a través de su correspondencia, cómo Flaubert llora por sus amigos muertos, pero también se lamenta, incluso airadamente, de que sus amigos se casen o ejerzan una profesión, que le dejen solo con su obsesión con la literatura. Soy el único «monstruo», llega a decir.

      En La educación, Frédéric, soltero, rico, generoso, es el joven burgués de 1850, que reniega del matrimonio y de una profesión burguesa.

      Deslauriers es el amigo de colegio, de proyectos, de sueños, de promesas de amistad eternas que, a lo largo de la novela, vemos cómo se distancian. Los sueños de uno y de otro divergen. Deslauriers persigue dinero, influencias, mujeres; es el hombre que tiene que hacerse a sí mismo. Para Frédéric, Deslauriers es su conciencia antigua, en rivalidad constante con el sueño actual y se siente molesto ante su antiguo amigo, a sabiendas de que está rompiendo sus promesas de amistad eterna. Veremos, sin embargo, en el último capítulo la fuerza

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