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Escogidos por Dios. R. C. Sproul
Читать онлайн.Название Escogidos por Dios
Год выпуска 0
isbn 9781629463216
Автор произведения R. C. Sproul
Жанр Философия
Издательство Bookwire
Sabemos que Dios es soberano porque sabemos que Dios es Dios. Por tanto, debemos concluir que Dios preordenó el pecado. ¿Qué otra cosa podemos concluir? Debemos concluir que la decisión de Dios de permitir que el pecado entrase en el mundo fue una buena decisión. Esto no quiere decir que nuestro pecado es realmente algo bueno, sino meramente que el que Dios nos permita cometer el pecado (que es malo) es algo bueno. El que Dios permita el mal es bueno, pero el mal que el permite es aún mal. La implicación de Dios en todo esto es perfectamente justa. Nuestra implicación en ello es inicua. El hecho de que Dios decidiese permitirnos pecar no nos absuelve de nuestra responsabilidad por el pecado.
Una objeción que oímos con frecuencia, es que si Dios conocía de antemano que nosotros íbamos a pecar, ¿por que nos creó en primer lugar? Un filósofo expresó el problema de esta manera: “Si Dios sabía que nosotros pecaríamos pero no lo impidió, entonces no es ni omnipotente ni soberano”. Si podía impedirlo pero escogió no hacerlo, entonces no es ni amoroso ni benévolo.” Mediante este enfoque Dios aparece como malo, no importa cómo respondamos a la pregunta.
Debemos asumir que Dios sabía de antemano que el hombre caería. Debemos también asumir que El pudiera haber intervenido para impedirlo. O pudiera haber escogido no crearnos en absoluto. Concedemos todas estas posibilidades hipotéticas. Para empezar, sabemos que El sabía que cayéramos, y que siguió adelante y nos creó a pesar de todo. Pero, ¿por qué tiene que significar eso que El no es amoroso? También sabía de antemano que iba a llevar a cabo un plan de redención para su creación caída que incluiría una perfecta manifestación de su justicia y una perfecta expresión de su amor y misericordia. Fue ciertamente un acto de amor por parte de Dios predestinar la salvación de su pueblo, los que la Biblia llama sus “elegidos” o escogidos.
Son los no elegidos los que constituyen el problema. Si algunos no son elegidos para salvación, entonces pareciera que Dios no es amoroso en cuanto a ellos. Para ellos, parece que hubiera sido más amoroso por parte de Dios, no haber permitido que nacieran. Ese ciertamente, pudiera ser. Pero tenemos que hacer la pregunta verdaderamente difícil: ¿Existe alguna razón para que un Dios justo deba dar amor a una criatura que le odia y se rebela constantemente contra su divina autoridad y santidad?
La objeción suscitada por el filósofo implica que Dios le debe su amor a tales criaturas pecaminosas. Esto es, lo que se da por supuesto sin palabras, es que Dios está obligado a ser clemente para con los pecadores. Lo que el filósofo pasa por alto es que si la gracia está obligada, ya no es gracia. La esencia misma de la gracia es que es inmerecida. Dios siempre se reserva el derecho de tener misericordia de quien quiera tener misericordia. Dios puede deberle justicia a la gente, pero nunca misericordia.
Es importante indicar una vez más que éstos problemas surgen a todos los cristianos que creen en un Dios soberano. Estas cuestiones no son peculiares a una idea concreta de la predestinación. La gente argumenta que Dios es suficientemente amoroso como para proveer un camino de salvación para todos los pecadores. Puesto que el calvinismo restringe la salvación sólo a los elegidos, parece requerir un Dios menos bondadoso. Al menos en la superficie, parece que una idea no calvinista provee una oportunidad para que se salven grandes multitudes de personas que no hubieran sido salvadas en la idea calvinista.
Una vez más, esta cuestión afecta temas que han de ser desarrollados más plenamente en capítulos posteriores. Por ahora permítaseme decir simplemente que, si la decisión final para la salvación de pecadores caídos fuese dejada en las manos de éstos, nos despojaríamos de toda esperanza en cuanto a que alguien fuese salvado.
Cuando consideramos la relación de un Dios soberano con un mundo caído, afrontamos básicamente cuatro opciones:
1. Dios pudo decidir no proveer una oportunidad para que alguien fuese salvado.
2. Dios pudo proveer una oportunidad para que todos fuesen salvados.
3. Dios pudo intervenir directamente para asegurar la salvación de todos.
4. Dios pudo intervenir directamente y asegurar la salvación de algunos.
Todos los cristianos descartan inmediatamente la primera opción. La mayoría de los cristianos descartan la tercera. Afrontamos el problema de que Dios salva a algunos y no a todos. El calvinismo corresponde a la cuarta opción. La idea calvinista de la predestinación enseña que Dios interviene activamente en las vidas de los elegidos para hacer absolutamente segura la salvación. Por supuesto, los demás son invitados a Cristo y se les da una “oportunidad” para ser salvados “si quieren”. Pero el calvinismo da por supuesto que sin la intervención de Dios, nadie querría jamás a Cristo. Nadie escogería jamás a Cristo por sí mismo.
Este es precisamente el punto en disputa. Las ideas no reformadas de la predestinación asumen que a toda persona caída le queda la capacidad de escoger a Cristo. Al hombre no se le considera tan caído que requiera la intervención directa de Dios hasta el grado que afirma el calvinismo. Todas las ideas no reformadas dejan en manos del hombre el dar el voto decisivo en su destino eterno. Según estas ideas, la mejor opción es la segunda. Dios provee oportunidades para que todos sean salvados. Pero ciertamente, no existe una igualdad de oportunidades, puesto que grandes multitudes de gente mueren sin haber oído jamás el Evangelio.
El no reformado objeta a la cuarta opción, porque limita la salvación a un grupo selecto que Dios escoge. El reformado objeta a la segunda opción porque ve que la oportunidad universal de salvación no provee lo suficiente para salvar a nadie. El calvinista ve a Dios haciendo mucho más por la raza humana caída a través de la cuarta opción que a través de la segunda. El no calvinista ve justamente lo contrario. Piensa que dar una oportunidad universal, aunque esté lejos de asegurar la salvación de nadie, es más benévolo que asegurar la salvación de algunos y no de otros.
El desagradable problema que tiene el calvinista, se ve en la relación de las opciones tercera y cuarta. Si Dios puede, y de hecho escoge, asegurar la salvación de algunos, ¿por qué no asegura la salvación de todos?
Antes de tratar de responder a esa pregunta, permítaseme primero indicar que éste no es simplemente un problema calvinismo. Todo cristiano debe sentir el peso de este problema. En primer lugar, afrontamos la cuestión: “¿Tiene Dios el poder para asegurar la salvación de todos?” Ciertamente está dentro del poder de Dios cambiar el corazón de todo pecador impertinente y llevar a este hacia sí. Si carece de tal poder, entonces no es soberano. Si tiene ese poder, ¿por qué no lo usa con todos?
El pensador no reformado responde en general diciendo que el hecho de que Dios imponga su poder a personas reacias es violar la libertad del hombre. Violar la libertad del hombre es pecado. Puesto que Dios no puede pecar, no puede imponer unilateralmente su gracia salvadora a pecadores reacios. Forzar al pecador a que quiera, cuando el pecador no quiere, es hacer violencia al pecador. La idea es que al ofrecer la gracia del Evangelio, Dios hace todo lo que puede para ayudar al pecador a ser salvo. El tiene suficiente poder para forzar a los hombres, pero el uso de tal poder sería ajeno a la justicia de Dios.
Eso no proporciona mucho consuelo al pecador en el infierno. El pecador en el infierno debe de estar preguntando: “Dios, si tú realmente me amabas, ¿por qué no me forzaste a creer? Preferiría que mi libre albedrío fuese violentado que estar aquí en este lugar de tormento eterno.” Aun así, las súplicas de los condenados no determinarían la justicia de Dios, si de hecho fuese erróneo que Dios se impusiera a la voluntad de los hombres. La pregunta que el calvinismo hace es: “¿Qué hay de erróneo en que Dios obre la fe en el corazón del pecador?”
A Dios no se le requiere que busque el permiso del pecador para hacer con este, lo que le plazca. El pecador no escogió su país de nacimiento, a sus padres, ni aun nacer en absoluto. Tampoco pidió nacer con