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de vida y rutas migratorias de una gran diversidad de organismos (Hucke-Gaete et al., 2021; Häussermann et al., 2021; Reid et al., 2021). La zona centro-sur de la Patagonia chilena (47°-55°S) es refugio de un pool genético endémico de numerosas especies de animales y plantas, una gran reserva de agua dulce mundial (Reid et al., 2021) y una zona que contribuye a mitigar los cambios climáticos a escala global.

      La Patagonia está tectónicamente acotada por tres placas oceánicas (Nazca, Sudamericana y Antártica) que se unen en la llamada falla de Linquiñe-Ofqui, frente a la Península de Taitao (47°S). Esta falla se extiende por más de 1000 km a lo largo de Los Andes, generando numerosos volcanes. En el extremo austral de América, el movimiento de la placa Antártica determina que la Cordillera de Darwin, adquiera una orientación E-O (i.e., canal Beagle), donde la mitad occidental (de mayor altura), presenta grandes sistemas de glaciares (Rivera et al., 2021) y la oriental (de menor altura), sistemas boscosos, matorrales, estepas y turberas (Radic et al., 2021; Mansilla et al., 2021). Esta heterogeneidad de ambientes alberga una notable biodiversidad de organismos terrestres y acuáticos, como lo documentan los capítulos de este libro (Hucke-Gaete et al., 2021, Häussermann et al., 2021, Astorga et al., 2021, Rozzi et al., 2021; Reid et al., 2021).

      El extremo sur de Sudamérica, donde el continente se estrecha con la latitud, es la masa terrestre libre de hielo con mayor proyección en el océano austral, abarcando 22° más al sur del extremo sur de África; 14° más al sur de Tasmania y 9-10° más al sur del extremo sur de Nueva Zelandia. Se trata de un singular y formidable obstáculo natural a los sistemas de vientos de la deriva del oeste y a la Corriente Circumpolar Antártica, que se desplazan de oeste a este, afectando los sistemas oceanográficos, circulación de los vientos y el clima. Además, extiende los ecosistemas terrestres sudamericanos a latitudes sin equivalente en otros continentes del hemisferio sur (Rozzi et al., 2012).

      El margen continental de la Patagonia chilena ha sido fragmentado y modelado durante milenios por avances y retrocesos de glaciares (Rivera et al., 2021). Los paisajes terrestres y marinos son producto, por un lado, del hundimiento del valle central de Chile a la altura del seno de Reloncaví (Puerto Montt) y, por otro, de las poderosas fuerzas erosivas de los glaciares, que cubrieron la zona durante todo el Pleistoceno, hasta ca., 15.000 años atrás (Villagrán, 2018). Estos efectos han producido un margen costero irregular y resquebrajado con numerosos canales, estrechos, fiordos, senos, estuarios e islas que se extiende entre los 41° y 56° S.

      La cordillera andina divide la Patagonia entre la vertiente oriental, con extensas planicies, relativamente secas y la vertiente occidental, mucho más angosta, con pendientes pronunciadas, estuarios y humedales costeros. Las pendientes se elevan hasta los 4000 m de altura en el monte San Valentín, a 3600 m en el cerro Murallón y 3400 m en el monte Fitz Roy, donde se encuentran grandes campos de hielos permanentes, entre Aysén y Puerto Natales y en la cordillera de Darwin, con proyecciones que desembocan en lagos o directamente en fiordos patagónicos. Los principales ríos tienen un régimen nivo-pluvial torrentoso y hoyas hidrográficas cortas, con grandes caudales (Dirección General de Aguas, DGA, 2009; León, 2005; Calvete y Sobarzo, 2009; Reid et al., 2021).

      Debido al efecto barrera de Los Andes y la elevación de las cordilleras patagónicas, la Patagonia chilena en su margen occidental concentra una pluviosidad >6000 mm al año (Mansilla et al., 2021, Marquet et al., 2021). Las dinámicas de circulación de los fiordos están influidas por ríos y las escorrentías de aguas dulces. La circulación horizontal de aguas superficiales (<30 m, con baja salinidad) ocurre desde el interior de los fiordos hacia la boca de los golfos y el océano costero, mientras las masas de agua subsuperficiales saladas ingresan por las bocas de los golfos, debido a los fuertes vientos del oeste y amplias mareas, produciendo procesos de mezcla (Pickard, 1971; Pickard y Staton, 1980; Sobarzo, 2009). Sin embargo, el conocimiento de los procesos oceanográficos en la Patagonia chilena es aún incipiente (Iriarte et al., 2014; González et al., 2011). Pickard y Staton (1980) caracterizan oceanográficamente la existencia de 3 zonas en el maritorio patagónico chileno (latitudes aproximadas): i) Patagonia norte, 41°-47°S; ii) Patagonia central, 47°-53°30’S; iii) Patagonia sur, 53°30’- 56°S. Por su parte, Rovira y Herreros (2016), basados en una revisión exhaustiva de la literatura, proponen distinguir en la Patagonia chilena 3 ecorregiones: i) Chiloé-Taitao, 42°-47°S; ii) Kawésqar, 47°-54°S; iii) Magallanes, 54°-56°S (Figura 1). Esta clasificación de tres ecorregiones marinas patagónicas es usada por diferentes autores (incluyendo algunos en este libro) como equivalentes a macrozonas o macro-sectores biofísicos marinos patagónicos, denominándolos: Patagonia norte, central y sur; con límites similares a los usados por Rovira y Herreros (2016) para las ecorregiones (ver Häussermann et al., 2021; Tecklin et al., 2021; Hucke-Gaete et al., 2021; Molinet y Niklitschek, 2021). Previamente, Sullivan Sealey y Bustamante (1999) y Spalding et al., (2007) habían propuesto el reconocimiento de sólo 2 grandes ecorregiones marinas para la Patagonia chilena: i) Chiloense, 41°-47°S; ii) Canales y Fiordos del Sur de Chile, 47°-56°S. En este libro diferentes autores usan estas terminologías para distinguir ecorregiones y/o macro zonas geográficas, entregando en cada caso nuevos antecedentes biológicos/ecológicos.

       4. CONSERVACIÓN BASADA EN LA EVIDENCIA CIENTÍFICA EN LA PATAGONIA CHILENA

      Para la toma de decisiones de conservación informada en la Patagonia chilena es esencial recopilar y sintetizar la evidencia sobre la distribución de la biodiversidad, los procesos ecológicos y el conocimiento de las dimensiones humanas de los problemas ambientales más urgentes (Rozzi et al., 2012). Esto se debe a que las principales causas de la degradación de los ecosistemas, desde las amenazas del cambio climático, las especies invasoras, la pérdida de hábitats, la sobrepesca y el cultivo de salmón (Molinet y Niklitschek, 2021; Buschmann et al., 2021; Marquet et al., 2021; Astorga et al., 2021; Reid et al., 2021; Rozzi et al., 2021), son más evidentes en la interfaz entre los ecosistemas costeros de fiordos, canales y de los mares interiores y las comunidades humanas. Abordar estos problemas requiere un marco interdisciplinario sustentado en diferentes fuentes de información. De particular importancia son disciplinas como la ecología, conservación, pesquería, economía, ciencias políticas, derecho ambiental, geografía, antropología y psicología, para comprender plenamente la diversidad de relaciones de las personas con la naturaleza, especialmente aquellas basadas en el conocimiento tradicional y local (Bennett et al., 2017; Rozzi et al., 2012; Tallis y Lubchenco 2014).

      Vista panorámica sobre Puerto Aguirre e islas Huichas, Región de Aysén. Fotografía de Javier Godoy.

       Figura 1

      Ecorregiones marinas de la Patagonia chilena según Rovira y Herreros (2016) y mapa de las formaciones vegetales terrestres, compilado de varias fuentes, incluyendo descripciones y mapas publicados por Pisano (1977), Veblen et al. (1983), Arroyo et al. (1996), Luebert y Pliscoff (2017) y Martínez-Tillería et al. (2017).

      Para contribuir a la conservación integrada en la Patagonia chilena, caracterizamos y sintetizamos la evidencia disponible en la literatura sobre la región. Para ello, recopilamos y analizamos los estudios publicados aplicando el enfoque de mapeo sistemático (James et al., 2016), que se define como una síntesis fiable de la cantidad y calidad de la evidencia, en relación a una pregunta de investigación de amplia relevancia (Haddaway et al., 2018). En este estudio la pregunta que nos planteamos fue conocer cuál es el estado del conocimiento sobre conservación y manejo de los ecosistemas de la Patagonia chilena. Este proceso facilitó describir y catalogar la evidencia disponible en estudios publicados de conservación regional, cubriendo la amplitud de la ciencia necesaria para abordar preguntas que tienen impacto en políticas públicas. El equipo de trabajo de este estudio fue liderado por dos expertos senior, los cuales fueron apoyados por una secretaría técnica, quienes tuvieron el rol de recolectar, compilar y catalogar sistemáticamente la evidencia, utilizando

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