Скачать книгу

gozó de alguna impresión entre 1521 y 1550, pero conocemos hasta seis ediciones posteriores a esa última fecha: dos de ellas perdidas (la zaragozana de Juan Bernuz, de 1551, y una en Alcalá de Henares, debida a Andrés Angulo, en torno a 1567) y cuatro con algún ejemplar conservado (la de Toledo, por Juan Ferrer, de 1554, la complutense de Sebastián Martínez, de 1567, y las debidas en Sevilla a Juan Gutiérrez y a Alonso de la Barrera, en 1568 y en 1579). La dilucidación de la filiación exacta entre todas ellas es asunto todavía pendiente, aunque quizá no esté de más adelantar algunos detalles de la misma. En su momento, Fernando Baños demostró la existencia de un ramillete de errores conjuntivos entre la edición complutense de Sebastián Martínez, de 1567, y la emprendida en Sevilla un año después, advirtiendo al paso en la primera algunas innovaciones que la descartaban como fuente de la segunda. Por nuestra parte, podemos añadir que los errores conjuntivos detectados por Baños —junto a muchos otros dispersos a lo largo de toda la obra— figuraban ya en la impresión toledana de 1554.22 Lógicamente, tan solo un análisis exhaustivo confirmará si esas tres ediciones proceden de un subarquetipo previo o si, por el contrario, la de Toledo es la fuente de las otras dos. Una posibilidad en absoluto descabellada, como tampoco lo es que esa edición de Toledo derive directamente de la zaragozana de 1551, hoy perdida, a tenor del paralelismo que, según sabemos, manifestaban sus portadas.

      A la luz de ese conjunto de ediciones, parece evidente que la Leyenda de los santos mantuvo una cierta vitalidad en las décadas centrales del Quinientos. En esos momentos, con todo, la obra muestra ya un diseño un tanto diverso al que ostentaba en la lejana impresión sevillana de 1520-1521. El signo más evidente de esa transformación es el adelanto de los cinco «relatos añadidos» y de uno de los capítulos de «extravagantes» (el dedicado a san Jerónimo) al interior de la «sección principal», donde aparecen distribuidos en función de su posición en el calendario cristiano. Pero no fue ese el único cambio. En contrapartida, catorce capítulos de esa sección central desaparecieron de la obra, y algunos otros fueron trasladados al propio apéndice de «extravagantes». Tal es el aspecto que muestran la edición toledana de 1554 y la llevada a cabo en Alcalá de Henares, por Sebastián Martínez, en 1567. Las dos últimas impresiones sevillanas asumirán esas modificaciones, sumando algún nuevo capítulo y omitiendo un número superior de ellos. Claro que la modificación más sorprendente de esas dos entregas es la supresión de una sección completa de la obra: la de los «Milagros de Nuestra Señora». No resulta sencillo adivinar el sentido de esa omisión, que algo dice de la pervivencia, en esas fechas tardías, de aquel mismo afán de adaptación y reescritura mostrado por los impresores del texto desde sus mismos orígenes, a finales de la centuria anterior.

       Epílogo

Скачать книгу