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25 de enero”. Fue ese día fatídico el momento culminante de lo que muy rápidamente se convirtió una revolución de enorme relevancia histórica. Pero el golpe de Estado de julio de 2013 por parte del general Abdelfatah El-Sisi restauró los antiguos principios que regían las relaciones entre el Estado y la sociedad, revocando las primeras reformas. En otros lugares, como Libia, Siria y Yemen, a las fracturas existentes entre la élite se añadió la intervención extranjera, lo que sumió al país en una guerra civil. Hablar en esos casos de revolución, tal y como empleamos aquí el término, no tiene mucho sentido. Solo en Túnez se puede decir que se llevó a cabo una transición con poca violencia, en términos comparativos, y se inició un proceso de negociación. El resultado, al menos por ahora, no se puede decir que haya sido menos revolucionario.

      Los siguientes capítulos presentan un marco teórico para el estudio de las causas, los procesos y los resultados de las tres categorías de revolución: las planificadas, las espontáneas y las negociadas. Los capítulos 2 y 3 se centran, respectivamente, en el estudio de las planificadas y las espontáneas. El capítulo 2 analiza tanto los medios como los métodos empleados por quienes aspiran a liderar la revolución, además de examinar los esfuerzos destinados a la toma del poder. Se concluye que, independientemente de su ideología, todas están motivadas por sentimientos nacionalistas hondamente arraigados, definen roles importantes para el liderazgo del grupo y del partido de vanguardia, y se canalizan mediante la lucha armada, la movilización de guerrilleros y la formación de un ejército de infantería revolucionario.

      El capítulo 3 se dedica al examen de las revoluciones espontáneas, teniendo en cuenta especialmente la vulnerabilidad y el colapso del Estado, una situación que ofrecen la posibilidad para la aparición, primero, de acciones dispersas y desorganizadas de protesta y oposición. Después se conforma un movimiento social que, con el efecto bola de nieve, da lugar a la movilización revolucionaria de la población. En ese proceso, con el tiempo y aprovechando las oportunidades que surgen, se decanta quiénes asumirán el liderazgo en el orden posrevolucionario. Una vez triunfa la revolución, el nuevo Estado no solo es diferente al anterior, sino que también adopta un papel y un perfil distinto tanto a nivel nacional como internacional.

      El capítulo 4 se centra en la estructura institucional y las prioridades del Estado después de la victoria. En concreto, veremos cómo los nuevos diseñan el aparato institucional para ejercer el gobierno y afrontar los desafíos tanto políticos como económicos que se presentan. La sociedad también cambia tras la revolución, adoptando una serie de características que no son solo resultado de su experiencia revolucionaria, sino fruto de las acciones y prioridades establecidas por el nuevo orden. El capítulo 5 analiza las relaciones entre el Estado y la sociedad después de la victoria. Las revoluciones liberan tensiones de sociedades sumidas durante mucho tiempo a regímenes dictatoriales y despóticos. La reacción más natural es aferrarse a los logros y libertades recién adquiridas, pero esto último no siempre casa bien con los intereses de quienes han heredado el poder. Lo que se produce no es siempre un tira y afloja entre el Estado y la sociedad, aunque es frecuente, sino entre esta y la pretensión del Estado de crear una nueva concepción de la ciudadanía acorde con los nuevos intereses políticos. En ese marco, el disenso y la oposición adoptan también rasgos muy concretos.

      Al resaltar la importancia de los temas y factores que se discuten aquí, hago referencias y extraigo, en todo momento, ejemplos de diversos sucesos históricos. Al final del libro ofrezco una breve cronología de las revoluciones a las que aludo, precedida por el capítulo 6, que recoge las principales conclusiones. Además de resumir los principales hallazgos, el apartado final analiza algunas de las formas más eficaces con que los Estados del siglo XXI intentan evitar los movimientos revolucionarios, las cuales han contribuido a fortalecer a los regímenes autoritarios y a alargar su existencia. Pero mientras haya dictadores, siempre será posible que estalle en el futuro una revolución.

      [1] Zoltan Barany, How Armies Respond to Revolutions and Why (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2016), p. 7. El subrayado es original. Para un análisis del concepto de revolución, se puede consultar James Farr, “Historical Concepts in Political Science: The Case of Revolution”, American Journal of Political Science, Vol. 26, n.º 4 (Noviembre, 1982), pp. 688–708; y John Dunn, “Revolution”, en Political Innovation and Conceptual Change, Terence Ball, James Farr y Russell Hanson, eds. (Cambridge: Cambridge University Press, 1988).

      [2] John Dunn, Modern Revolutions: An Introduction to the Analysis of a Political Phenomenon (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), p. XVI.

      [3] Mark Irving Lichbach, The Rebel’s Dilemma (Ann Arbor, MI: University of Michigan

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