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condicionan los distintos niveles de productividad del trabajo, el desarrollo de nuevos sectores económicos, los movimientos migratorios de población y la evolución de los salarios reales, la constitución de redes comerciales y, por supuesto, el papel de las instituciones y del estado en la especialización de las ciudades como «lugares centrales» del ordenamiento territorial. Según Robert Allen, en 1500, cuando alrededor de las tres cuartas partes de la fuerza de trabajo europea estaba empleada en la agricultura, los Países Bajos, Bélgica, Italia y España, con una población agrícola del 56, 58, 62 y 69%, respectivamente, tenían tasas de urbanización mayores que el resto de países. Italia y España eran también países con fuerte presencia de actividades industriales en el campo durante la Edad Media, aunque no desarrollaran significativos procesos de protoindustrialización a partir de 1500.57 Este elevado grado de urbanización bajomedieval pudo haber sido provocado por un diferencial salarial entre ocupaciones urbanas y rurales que también se corresponde con el diferencial de productividad ciudad-campo. Igualmente, una red urbana más densa, como la que tiene lugar con el aumento de ciudades menores, implica mayores cuotas de actividades industriales y comerciales, mejor integración de mercados, formación de redes comerciales más eficaces, mayor especialización del trabajo, fuerte inmigración a la ciudad y, por tanto, más amplias posibilidades de creación de rédito para el consumo.

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