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anticlerical y antiimperialista, y cuya obra hacía parte del índex (Aura o las violetas, Ibis, La muerte del cóndor, etc.). Estas lecturas las acompañé con La Vorágine, de José Eustasio Rivera, y su denuncia de la explotación de los caucheros por parte de la británica casa Arana que, a principios del siglo XX y a través de comerciantes y empresarios, llegaron al Putumayo y a la Amazonas para explotar este producto en condiciones desalmadas, lo cual también se retrató en un reportaje londinense titulado El paraíso del diablo.

      A todo lo anterior se sumó la influencia del cura Camilo Torres Restrepo, quien enarbolaba las banderas de la Teología de la Liberación, donde poco importaba si el alma era mortal o inmortal porque el hambre sí lo era, según dijo en una intervención que nos hizo en Neiva a quienes seríamos sus seguidores en el Frente Unido hasta mucho después de su ingreso a la guerrilla. La búsqueda entonces de un espacio geográfico y político se convirtió en un reto para quienes el paraíso terrenal no era suficiente, sino que buscábamos un lugar que le diera opciones a los sectores populares excluidos de la Tierra por no tener fortuna. Para ese entonces ya pensábamos en una sociedad más justa, libre y democrática con oportunidades para todos (derecho al estudio, salud, vivienda, trabajo), y la realización de la Utopía: cambiar el mundo mediante una revolución social y socialista.

      Cómo no recordar que, en la etapa del Movimiento Universitario Estudiantil, la agitación contemplaba la formación en textos marxistas y modelos a seguir que ya en la Revolución Cubana habían inmortalizado a Fidel Castro y el Che Guevara (“Los barbudos de la sierra”), con sus consignas revolucionarias de: “Revolución Socialista o caricatura de revolución”. Esta nos quedaba más cerca, pero también pensábamos en la Revolución de Octubre de 1917, que, con Vladimir I. Lenin, cambió la estructura de los Zares por el modelo socialista de la Gran República Rusa. Y, claro, también desde el Oriente soplaban los vientos de la Revolución China (1948), la cual, con Mao Tse-Tung a la cabeza, inició la revolución de la Nueva Democracia y la de Vietnam con Ho Chi Ming. Todos ellos se convertían en modelos a seguir para conquistar el paraíso en nuestros suelos.

      Mi activismo político me permitió visitar desde etapa temprana países como Cuba (La Habana), Rusia (Moscú, Leningrado), Alemania y, posteriormente, China (Pekín) y Corea del Norte. Sobra decir que por circunstancias especiales México era punto obligado de llegada y pude explorarlo a fondo con la realización de una maestría en Ciudad de México. Profundicé su historia, su apertura política y cultural, que lo convertía en excelente “Mirador al mundo”, como me lo había advertido mi maestro Antonio García Nossa. La búsqueda de un modelo ideal de país es utópica y cada lugar tiene su historia y hasta sus ventajas, pues el mundo se globalizó y las experiencias son irrepetibles. Mi experiencia profesional y hasta diplomática me permitieron completar el mapa de la geopolítica, mi espectro avanzó cuando conocí Estados Unidos, Europa y Alemania (Berlín y Múnich: una de mis mejores experiencias). Pero el mapa político y cultural se amplió, el mundo se convirtió en “la Aldea Global” y la globalización rompió los límites, se sobrepuso al concepto de “nación”, porque el capital no tiene patria, anida en cualquier lugar del mundo donde logre su tasa de ganancia. Hoy, las multinacionales, nuevos agentes de la globalización, trascienden las fronteras nacionales y pueden trasgredir las leyes de un Estado. Los bloques dominantes imponen su liderazgo en el mundo por su fortaleza económica y política, generando una nueva estrategia en la geopolítica global.

      Emmanuel Macron, elegido presidente de Francia en mayo de 2017, joven líder que desafió a los partidos tradicionales de Francia, reconoció, en una reciente intervención (27 de agosto de 2019), ante sus embajadores de todo el mundo, la crisis del mundo occidental. Destacó, por una parte, que el nuevo orden internacional está sacudido por un “gran desorden”, pues los cielos de la globalización tienen alcances en la geopolítica del mundo, y por la otra, instó a reconocer el surgimiento de nuevas potencias económicas y políticas, refiriéndose expresamente a China, Rusia e India. Señaló:

      El fin de la hegemonía occidental en el mundo. Claro, todos nos habíamos acostumbrado a un orden internacional con hegemonía occidental; probablemente francesa en el siglo XVIII, por inspiración de la Ilustración; probablemente británica en el siglo XIX, gracias a la Revolución Industrial y razonablemente americana en el siglo XX, como consecuencia de los dos grandes conflictos mundiales y el dominio económico y político de esa potencia. https://www.hispantv.com>>macron-hegemonia-occidente-rusia-china, 27 de agosto de 2019

      Las potencias emergentes se piensan como verdaderos proyectos civilizatorios en busca de un nuevo orden económico internacional, por su parte, Rusia y de China —que en el pasado fueron imperios—, han aprendido que la guerra en términos militares solo les ha traído desgracias y que las nuevas armas pasan por el desarrollo de sus fuerzas productivas donde la competitividad, la innovación y la ciencia juegan un papel protagónico. De hecho, China y Rusia ya han constituido la Asociación Estratégica Global de Coordinación para la Nueva Era.

      Las realidades internacionales son dinámicas y el mundo del libre mercado no asigna libremente los recursos, como lo había profetizado el Nobel de Economía Milton Friedman, quien fue tomado tan en serio por los empresarios, que estos últimos le dieron prioridad a sus ganancias sin importar el bienestar de los demás, al punto de que la legislación de EE. UU. proclamó “como única responsabilidad social de las empresas: usar sus recursos para participar en actividades diseñadas para incrementar sus beneficios” (Stiglitz, 2019). Pero también es cierto que economistas sólidos como el también Nobel Joseph Stiglitz y Sandy Grossman, señalaron a fines de los años 70 del siglo pasado que el bienestar de los accionistas no maximiza el bienestar social. Y todo indica que hay una discreta conciencia por parte de los líderes de las grandes corporaciones, quienes reconocen que el cambio climático contamina el aire que respiramos o el agua que bebemos y que el promover el consumo de bebidas azucaradas es nocivo para la salud, pues contribuye a la obesidad infantil y a la diabetes. La manifestación autocrítica de un grupo corporativo que acepta no haber invertido lo suficiente en los trabajadores, en las comunidades, y en el medio ambiente, —algunos se vieron beneficiados con las tesis de que si rebajaban los impuestos podrían generar nuevas inversiones y aumentos salariales—, podría ser un buen augurio. El propio Stiglitz es escéptico de este cambio que denomina “El capitalismo de las partes interesadas”, cuando señala que “muchos ejecutivos quieren hacer lo correcto (o tienen familiares o amigos que quieren hacerlo), pero saben que no todos sus competidores harán lo mismo” (Stiglitz, 2019).

      Lo anterior ha traído una enorme desigualdad que demanda de los gobiernos e instituciones multinacionales implementar políticas más agresivas, pues a pesar de que se ha reducido la pobreza extrema, según fuentes internacionales, los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres: la fortuna de los milmillonarios creció en un 12 % en el 2018 a un ritmo de 2500 millones de dólares al día, mientras que la riqueza de la mitad más pobre de la población (3800 millones de personas), se redujo en un 11 %. Para el caso de Colombia, que aunque creció levemente su PIB a una tasa del 2,7 % entre 2017 y 2018, esto no significó una mayor redistribución del ingreso. Ya lo había advertido el economista francés Thomas Piketty: “el crecimiento económico en sí, no es sinónimo de alcanzar la igualdad e incluso puede incrementar la brecha económica entre ricos y pobres lo cual se ratifica a lo largo y ancho del mundo” (Piketty, 2014). De nuevo, sobre el caso colombiano, el índice Gini que mide la desigualdad, fue de 0,517 en el 2018, a 0,508 en 2017. Si se considera información reciente del PNUD, que calcula los indicadores del desarrollo humano, para el 2018 Colombia era el segundo país más desigual de América Latina, ocupando el puesto 11 a nivel mundial.

      El cambio climático

      Cerca de 80 países se comprometieron en la cumbre climática de la ONU, realizada en New York el 23 y 24 de septiembre de 2019, a generar cero emisiones para el 2050. Cuatro “temas críticos” de esta crisis: el aumento del CO2 en la atmósfera —cuyo nivel de emisiones ha alcanzado el punto más alto en los últimos 4 millones de años—, la quema de combustibles fósiles, el deshielo en el Ártico y la deforestación que se genera con la ganadería, la tala para maderas

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