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completa; el laboratorio donde una misión de moral creadora y trascendente se realiza y donde surge la atmósfera precisa para que la familia deje de considerarse grupo, para convertirse en destino (Arrese, 1959: 92).

      En pocos países del mundo, en estas épocas en que la vida hogareña desaparece, existe el profundo respeto al hogar que en España. Para nadie es un secreto la ligazón íntima que existe en nuestro país entre el individuo y la casa [...]. Nuestra vida es esencialmente hogareña, y por eso nuestras virtudes familiares permanecen inalterables a través del tiempo (Arriba, 20-7-1949).

      El régimen utilizó desde sus comienzos la frase de José Antonio Primo de Rivera: «ningún hogar sin lumbre», transformándola en una frase atribuida a Francisco Franco, potente eslogan publicitario de su política social de vivienda: «Ningún español sin hogar, ningún hogar sin lumbre».

      O la expresión utilizada por Mortes Alfonso, que cambiaría «lumbre» por «pan». En un discurso al Congreso de Arquitectura el director de la Vivienda enunciaba así el tema:

      Ya lo dijo Franco hace veinte años y lo ha repetido Arrese en Barcelona últimamente: «Ni un español sin pan ni una familia sin hogar» [...]. Es fundamental, pues, que nos pongamos de acuerdo sobre esto: que la vivienda está destinada a la familia (Mortes Alfonso: RNA, 198, 1958: 19).

      El discurso que precisa que la vivienda es para la familia, comenzaba en la escuela. Los libros de texto de los años cuarenta, como la Historia de España de Bachillerato de la Editorial Bruño, explicaban el concepto de frontera, comenzando por los límites de la «casita familiar», donde se hallan «los tesoros que más amamos en esta vida: los padres que nos dieron el ser». «Desde la puerta de nuestra casa la Patria se va agrandando en ondas circulares» (López Silva, 2001: 294). Pero un régimen que venía con el mensaje de la modernización no podía quedarse en la metáfora pastoril del hogar como refugio, porque la vivienda era un potente factor de su ideología nacionalizadora.

      Porque entre las grandes necesidades que el hombre pone delante de sí cuando quiere crear una familia, entre las grandes ilusiones que abriga en la dura y agitada lucha por la existencia, ninguna es ni más urgente ni más social como esta gran necesidad y esta poderosa ilusión de tener una casa, de poseer un hogar seguro, propio y amable.

      Urgente porque nosotros, pueblo espiritual y metafísico, no podemos poner dilaciones al cumplimiento del sagrado deber de constituir una familia que Dios ha encomendado al hombre.

      Social, porque la familia es precisamente el núcleo inicial de la sociedad y en ella cobra sentido unitario y pleno la primera sociedad que el hombre forma (Arrese, 1958: 91).

      Arrese, que fue el primer ministro de la vivienda, reunió en 1958 a los delegados provinciales de su ministerio, en uno de los muchos actos propagandísticos que protagonizó durante ese corto y crítico periodo. El discurso seguía un guion, repetido durante muchos años, para crear titulares de prensa: el régimen de Franco ha colocado la «vivienda» en la base de sus políticas sociales, porque «la vivienda es un deber de la sociedad para con la familia [...] Tal vez una afirmación tan rotunda pueda asustar [...]; pero ¿hay quien ponga en duda el derecho del hombre a crear una familia?, y ¿hay quien afirme que no es el hogar sustancial para el ejercicio de ese derecho?» (Arrese, 1966: 1249).

      3.2 La reacción legal patriarcal

      El franquismo barrió la modernización legal de la condición de la mujer conseguida en la República. Lo primero que hará es abolir los derechos recientemente conquistados, como la igualdad ante la ley y la equiparación de derechos en el matrimonio. El único matrimonio será el canónico y la mujer casada tiene el deber de obedecer al marido y seguirle en la fijación de residencia; la patria potestad recae sobre el marido e incapacita a la mujer para establecer relaciones comerciales sin el permiso del marido, ni trabajar sin su consentimiento. El Fuero del Trabajo se comprometía «a liberar a la mujer casada del taller y de la fábrica» y consideraba el trabajo de la mujer una amenaza para la feminidad, la maternidad y la dedicación al hogar. En correspondencia con esa visión de lo femenino, la calidad humana de las mujeres se valoraba por la maternidad en el matrimonio y, como tal, era parte de los símbolos de la época. Como muestra, esta intervención en la Semana del Suburbio de Barcelona de 1957:

      Nacieron en el año que se toma como base (1955) 295 hijos ilegítimos de madre catalana y 791 de madre no catalana, porcentaje muy pequeño en relación con los 23.423 hijos de legítimo matrimonio. Justo es confesar que la mujer española conserva todavía un sentimiento altísimo de la dignidad y el pudor (Joaniquet).

      El periodo de difusión de ideas de emancipación femenina, la Segunda República, había sido muy corto para cambiar los valores tradicionales católicos sobre los roles en la familia (Molinero, 1998: 117), y además estuvo la represión. La ofensiva conservadora encontró por lo tanto poca resistencia y vino de la mano de la Sección Femenina y Acción Católica, ambas de acuerdo en que la formación de la mujer tenía que crear un patrón de conducta basado en el patriotismo, la religión como moral y la puericultura como deber, y en dirigir sus aspiraciones a la realización de esos tres principios con la posesión y cobijo en un hogar (Gallego, 1983: 89). Con sus políticas hacia la mujer, el franquismo logró a veces consenso y otras, pasividad de las mujeres, vistas ellas como instrumento para conseguir sumisión y conformidad en la familia. Juan Goytisolo lo refleja en La Resaca, una de sus primeras novelas. En ella Ginés, labrador extremeño y republicano, recién salido de la cárcel por sindicalista, e inmigrante en Barcelona, es imprecado por su mujer por el hambre que pasan sus hijos y por vivir en una chabola: «Te lo había repetido [...] la política no puede dar más que disgustos» (2005: 739).

      El «mito» del hogar se unía al de la mujer, madre y esposa, en la casa falangista, que combinó la represión con la manipulación de «valores muy interiorizados como abnegación, sacrificio, maternidad y hogar como ámbito familiar» (Gallego, 1983: 14). En la Semana del Suburbio hubo una propuesta de crear cooperativas para la comercialización de los productos fabricados por las mujeres de un barrio, el presidente de la Unión Territorial de Cooperativas contestó lo siguiente:

      Creo que estas cooperativas de producción para la mujer no son un estímulo, hemos de llegar a un momento en que la mujer casada no tenga que trabajar. Que sea el hombre el que, con sus ocho horas de trabajo pueda mantener dignamente su hogar, su mujer y sus hijos (Semana del Suburbio...: 95).

      Por lo tanto, el franquismo ofrecía a las mujeres el matrimonio como la única opción de vida y empleo; posibilidad siempre frustrada por la falta de medios de las familias trabajadoras, obligadas por una legislación y cultura social en contra de completar los ingresos familiares con empleos precarios fuera del hogar. En esas condiciones, las mujeres católicas de clase media fueron las principales promotoras de la permanencia femenina en el hogar. Como propagandistas de Acción Católica llevaron a cabo campañas de vacunación infantil, economatos y bolsas de trabajo en los barrios pobres (Arce, 2005: 261), que acompañaban con su discurso nacionalcatólico. Las miserables condiciones del trabajo de la mujer, la cultura patriarcal que aportaba del medio rural y la influencia de la Iglesia facilitaron la penetración del mensaje de que la mujer tenía un puesto definido por sus obligaciones como «ama de casa», espacio que había que resaltar y defender. Marichu de la Mora, periodista de Arriba, escribía en 1944 un artículo en la Revista Nacional de Arquitectura titulado «Por las Sufridas Amas de Casa»:

      Todo lo que es tono menor en una casa (cocinas, lavaderos, armarios, etc., etc.) aparenta estar hecho con la sola preocupación de demostrar al público que su cuidado o estudio hubiera sido denigrante para el arquitecto [...] [las amas de casa] estamos –y cuanto más en estos tiempos de escasez de vivienda– a merced de los arquitectos, y si ellos no se apiadan de nosotras y no nos conceden el poseer, al menos, un poquito de razón, estamos perdidas (RNA, 1944: 30).

      La representación del cuerpo de la mujer devino en lo que aún sigue siendo para el pensamiento nacionalcatólico: una propiedad pública en usufructo del varón para la maternidad, a beneficio de la grandeza de la nación (Nash, 2012; Molinero, 2003). Como escribía Arrese (1940: 83):

      Los grandes desastres de los pueblos van siempre precedidos

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