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durante los diez años posteriores a aquella crisis no ha levantado la cabeza y esa generación que nació a lo largo de los ochenta ya no conocería lo que es la estabilidad. Pero no son solo ellos los que ven cómo el suelo del mercado laboral se mueve bajo sus pies. Las cosas están cambiando de manera sigilosa desde hace tiempo y la pan­- demia no ha hecho más que acelerarlas.

      las cuatro d, los cambios vienen por varios frentes

      Aunque la pandemia llegará a su fin más pronto que tarde, no volveremos a la antigua normalidad. Seguiremos sometidos a una serie de megafuerzas que condicionan el desarrollo de sociedades occidentales como la nuestra. Son los motores de cambio. Las podemos resumir en cuatro D: demografía, descarbonización, desglobalización y digitalización.

      La demografía es una ciencia a la que prestamos menos atención de la que deberíamos, especialmente aquí, pero nuestra pensión sí nos preocupa y ambas están muy relacionadas. Europa es el continente más envejecido del mundo, lo que significa que va a haber muchas personas recibiendo una pensión, necesitando atención sanitaria y dependiendo del sistema. Para mantener este nivel de gasto público va a ser necesario recaudar en consecuencia. No hay suficientes jóvenes, ni tienen empleos de calidad para que sus cotizaciones paguen las pensiones de sus abuelos. Esto va a provocar que las economías se abran a la inmigración, que primordialmente será africana por cercanía y porque su población se va a duplicar. Hace falta mano de obra y hacen falta personas que coticen. La clave es comprender que del tipo de mercado laboral que se tenga dependerá lo que se pueda recaudar en impuestos. Es decir, si los salarios no evolucionan al alza y el empleo se sigue precarizando será difícil pagar las pensiones con estos mismos salarios. ¿De dónde saldrán los impuestos entonces?

      Seguro que el nombre de Greta Thunberg nos conecta con el activismo climático y con la revolución de los jóvenes que en 2019 se lanzaron a las calles para exigir que nos tomáramos en se­- rio el futuro al que les estábamos abocando. No es ninguna broma. El cambio climático es la mayor amenaza para la salud mundial en el siglo xxi. La Unión Europea (UE, en adelante) se ha puesto manos a la obra y con el Green New Deal pretende descarbonizar la economía para que sea neutra en términos climáticos de cara al año 2050. En España somos especialmente vulnerables a la amenaza climática porque, entre otras cosas, impacta en los sectores de los que dependemos: turismo, agricultura y ganadería. Adaptarnos a esta nueva realidad y descarbonizar nuestras economías va a implicar una transformación en los sectores más tradicionales y en los empleos, que cambiarán por otros más verdes. Aquellos que trabajaban en la minería o en la industria petroquímica tendrán que ir formándose en biocombustibles o en energías renovables. Los mecánicos deberán aprender electrónica para poder arreglar coches eléctricos, y así tantos otros.

      Por un lado, la globalización hace tiempo que se está ralentizando. Aunque hay poca evidencia per se, indicadores como el nivel de inversión, los flujos comerciales o el tamaño de las cadenas de valor nos avisan de una progresiva desglobalización. Varios factores han influido en ello. Por un lado, las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China de la era Trump, pero también el Brexit o el debilitamiento de la Organización Internacional del Comercio avanzaban una necesidad de reducir la dependencia exterior porque las normas no estaban claras y el tiempo de la paz arancelaria parecía terminarse. Nadie quiere que otro país tenga poder sobre él. En un mundo en el que aumenta la polarización, donde neodictadores toman el control de países, las alianzas son inciertas y la cooperación internacional está ausente, parece evidente apostar por reducir la interdependencia económica.

      Por otro lado, están las cadenas de suministros globales, alejadas de los países donde se comercializan los productos y vulnerables a distintos shocks (comercial, climático o pandémico) que han puesto en jaque a los países con bienes de primera necesidad durante este tiempo. Seguro que recordamos durante la pandemia cómo algunos Estados interceptaban cargamen­- tos de respiradores o mascarillas, al más puro estilo de las películas de piratas. Otro ejemplo es la industria de los semiconductores. Se trata de un bien estratégico en las economías más avanzadas porque se usa para casi todo: desde los coches hasta los electrodomésticos. La escasez de semiconductores se está produciendo porque hay más demanda de productos electrónicos, pero también por la guerra comercial entre China y Estados Unidos, y está obligando a las empresas automovilísticas a dejar de fabricar en todo el mundo. Hay una gran parte del planeta que está sintiendo mucha incomodidad con esa globalización que llevó a depender de la voluntad de Oriente y ahora se vuelve en contra. De hecho, China ha impuesto un boicot digital a H&M porque no están dispuestos a abastecerse de algodón procedente de Sinkiang, donde el Partido Comunista encierra a la minoría de los uigures obligándolos a realizar trabajos forzados en las plantaciones, según numerosas denuncias internacionales.

      Los problemas de seguridad nacional y de salud pública han proporcionado nuevas razones para esa desglobalización que recuerda a una especie de proteccionismo moderno, especialmente en lo que respecta a los temas vitales: equipos médicos y alimentos, por ejemplo, haciendo hincapié en la importancia del abastecimiento nacional. Europa ya ha comenzado a hablar de la autonomía estratégica y empieza a escucharse un creciente discurso a favor de lo “de aquí” como medida para mejorar las condiciones salariales nacionales y reducir la desigualdad que tenemos en nuestras propias calles.

      Pero si hay algo que está marcando este siglo es la cuarta D: la digitalización. Nunca nuestra dependencia global de la tecnología había afectado a todos los aspectos de la vida. Desde la educación hasta la sanidad. El teletrabajo, la formación online, el comercio electrónico o la telemedicina han aumentado en los países más avanzados que conforman el grupo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Lo mismo ha sucedido con la adopción de herramientas digitales en las empresas. La digitalización no solo contribuye a la productividad y la eficiencia, sino también a un desarrollo socioeconómico más amplio y justo. Debemos saber entender su importancia.

      La penetración de la inteligencia artificial es imparable. La fuerza de trabajo se está automatizando con mayor rapidez de la esperada. Hay estimaciones que hablan de ochenta y cinco millones de empleos desplazados en los próximos cinco años. No todo son malas noticias, también se crearán nuevos. Noventa y siete millones concretamente. Esto supone un cambio profundo. ¿Qué pasará si tu trabajo es uno de los que están en la estadística de los “desplazados”?

      Estas son las nuevas fuerzas que están transformando el mundo del trabajo: digitalización, descarbonización, desglobalización y demografía. Asistimos a cuatro transiciones que impactarán de lleno en la vida de las personas porque van a transformar el eje clave en el desarrollo de nuestra identidad individual y colectiva: el trabajo. Por eso mismo se necesita una acción decisiva que nos permita aprovechar el momento en nuestro favor.

      1 KEMP, Simon (2021): Digital 2021: Spain, Datareportal (web). Disponible en https://datareportal.com/reports/digital-2021-spain?rq=spain [consultado el 30/09/21]

      2 Datos de España de una encuenta online de la AIMC del 20 de octubre al 13 de diciembre de 2020; 24.401 encuestados de catorce años o más y usuarios de smartphones.

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