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en palabras de Gil Pujol, y privilegios lo que en aquella época mejor definía a una comunidad y le confería una identidad verdaderamente diferenciable.

      Los Príncipes ejercían su soberanía sobre territorios con diversas lenguas, leyes y jurisdicciones. Pero era evidente que el dominio de las lenguas permitía un mejor conocimiento del territorio y una mejor consideración de los vasallos respecto a su soberano. Lengua y poder político se unían en unos dominios pluriterritoriales y plurilingües que iban de la mano con los descubrimientos y la evangelización. El aserto de Nebrija: la lengua fue compañera del imperio se cumplía en la España de los siglos XVI y XVII.

      Sin embargo, paulatinamente, la homogeneidad y el predominio de una lengua sobre una comunidad determinada que estaba teniendo homogeneizaciones forzosas en el ámbito de lo religioso y de sus propios gobernantes, comenzó a formar parte del presente de las generaciones de la Monarquía Hispánica. Los ejemplos de los Reyes Católicos al prohibir el uso escrito y hablado del arábigo, norma recogida en las concordias de 1526 y 1528, o el ejemplo de un certamen barcelonés en 1580 al que concurrieron cinco poemas en catalán, tres en latín y dieciocho en castellano, reflejan la tendencia e inflexión centralizadora y unificadora que se estaba produciendo.

      Resulta de enorme interés la conclusión a la que llega Xavier Gil en su colaboración tras una erudita demostración del conocimiento de textos de época: la Monarquía puso diligencia en fomentar y asentar el uso del castellano como lengua común efectiva, no tanto en el desplazamiento de las restantes. Pero el resultado fue que la lengua común que el castellano alcanzó a mediados del siglo XVI, consolidó y provocó cambios sensibles en los usos de las otras lenguas vulgares, generó formas de bilingüismo o plurilingüismo en esos otros reinos y arrinconó, paulatina e inexorablemente, la lengua culta: el latín.

      Por último, Francisco Chacón Jiménez, preocupado por la organización social y su casuística y explicación, pone en relación: individuo, familia y comunidad que traslada a: biografía, genealogía y relación social, como factores de explicación social. Es decir, el corazón del análisis se traslada hacia las interacciones e interrelaciones que explican la jerarquización del sistema social y sus propias contradicciones.

      Las bases sobre la que se asienta la jerarquía social y el sistema que explica las desigualdades, son los dos grandes objetivos que intenta explicar en su texto. Los vínculos sociales y los lazos personales, dentro de la dependencia, la desigualdad y la dominación reflejados en el sistema clientelar y puesto en práctica en las distintas instituciones: iglesia, concejos, señoríos, inquisición, en las que se desenvuelven y viven, cotidianamente, los individuos, constituyen y conforman la realidad social. El sistema feudo-vasallático de vínculos personales de carácter vertical que arranca de la Corona y desciende por toda la pirámide social, se encuentra condicionado por las clientelas locales, ya que mientras éstas no se diluyan el proceso de formación del estado centralizado se encontrará condicionado. Lo que explica la continuidad y perdurabilidad de dichas clientelas hasta el siglo XIX. Lo que pone en cuestión el esquema evolucionista-tau-tológico y demasiado lineal y simple del paso de regidor del XVI-XVIII que se convierte en el cacique del siglo XIX.

      Concluiríamos con palabras de su maestro: «La historia social y cultural no se puede separar de la historia política, como tampoco la historia política se puede separar de la cultural y social. Jim siempre ha sido consciente de su estrecha y continua interrelación, y esta conciencia intuitiva de la telaraña sin costuras del pasado ha hecho de él el fino historiador cuya obra festejamos en este volumen».

      FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ

      Universidad de Murcia

      SILVIA EVANGELISTI

      University of East Anglia

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