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al propósito de enamorarte con sus palabras, conjugando los versos de manera directa y sin ambages.

      Agradecimientos

      A mi amiga Pilar Porras Lobo, que con su crítica constructiva ha ayudado a este poemario a ver la luz más nítidamente.

      A mi hijo Adrián, por su aliento y apoyo, y por darme ánimos para seguir escribiendo.

      A mi cuñada Nazaret, por sus sugerencias para el prólogo y la contraportada.

      A mi familia, siempre atenta a todo lo que escribo.

      A mi nuera Noelia, artífice del diseño de la portada y la contraportada.

      A mi pareja, esa mujer que desde las sombras aporta tantos sentimientos a mi corazón plasmados a veces en mi poesía.

      Y, en general, a todos los lectores de mi primer libro, porque sin ellos esta segunda obra carecería de sentido.

      «El amor es más fuerte que el miedo».

      I. MAR QUE MUERES

      En las aguas inquietas,

      la claridad del mar

      va perdiendo su pureza,

      hundiéndose en el fondo de mis penas

      como luz que se apaga,

      mientras ella está serena.

      Entre el hastío y la sal

      vaga su marchito caminar

      por el manto de coral

      abocada a naufragar.

      Ya las olas no mecen los delfines,

      pronto dejarán de danzar esos bailarines,

      con los silbidos en los oídos

      de los hombres afligidos,

      por el cielo roto

      reflejando las nubes negras

      en las profundas tinieblas de ese mar

      desamparado.

      Muerto, sin sentir que soplas al viento,

      para limpiar sus aguas manchadas

      por tu desidia injustificada,

      hechas a fuego lento

      con los vertidos del gentío

      en su inmenso lecho

      cada día más frecuente.

      Muriendo un poco de él.

      Muriendo un poco de mí.

      Muriendo un poco de ti.

      Llora así desconsolada la hermosa sirena.

      Llora queriendo cortar sus venas,

      por ver llegar el final

      y el de su cohorte celestial.

      ¿Por qué lloras, sirenita?

      Ya no cantas a los rudos marineros

      tu suave melodía infinita.

      Ya no hundes tu cola a la luz de los luceros.

      Lenta, lenta, lenta vas,

      atravesando el caudal

      de tus desdichas,

      perdida en el infierno

      de las cloacas.

      Tus recuerdos y alabanzas

      con tu piel hecha jirones

      y las manos doloridas

      de tan malas emociones.

      ¿Dónde estás tú?

      Vuelan gaviotas desoladas.

      ¿Dónde estáis tú

      y tus amargos amaneceres?

      Hay un naufragio en el mar

      grande por naturaleza,

      en el largo caminar

      de los caprichos del hombre

      a quien nadie corresponde.

      Tú sigues buscando el azar

      y yo sueño contigo, resucitando,

      ayudado por tu enemigo.

      Verde, verde, verde mar.

      Hay un refugio en el océano

      donde los hombres lloran sus penas

      mientras al mar envenenan.

      Su sombra huele a podrido,

      negro, negro, negro oscuro,

      se está muriendo despacio

      entre olas malolientes,

      que las lleva la corriente

      hacia las playas embarrancadas

      por la desgracia de tu olvido.

      Nadie busca el camino

      para parar este sangrado.

      A veces lleva tu nombre

      y otras las de los hombres malvados.

      Flotando anillas prendidas

      en verde musgo enredadas,

      oro y plata piel dañada,

      carne frágil por las latas

      mareadas entre algas mal paradas,

      y enfermos huéspedes

      que desprenden ese olor

      de aroma a muerte,

      con el rumbo perdido

      abandonados a su suerte.

      II. TRISTE DESPEDIDA

      Tu calma es mi paz.

      Tus ramas, melodía,

      mecidas al viento,

      violonchelo que suena al pasar

      los rayos de sol

      perdidos en tu indescriptible silencio.

      Las gotas de lluvia,

      perlas engalanadas,

      salpican con su tintineo

      aquellos remolinos de hojas enmarañadas

      en lo más profundo del alma,

      al son monótono de su balada.

      El agua turbia

      apaga los recuerdos del ayer,

      espejo donde me alejo

      del fuego marchito,

      abocado a ese final maldito

      del querer bendito,

      y como aire frío

      de tus entrañas

      exaltan la paz de mi calma.

      La noche oscura ofrece

      tus ojos verdes

      al brillo de los luceros,

      dejando un reguero de lágrimas

      porque Venus despertó

      sin un te quiero.

      La luz entre las sombras

      refleja la soledad del atardecer

      y un aroma a tierra mojada

      despierta a la pálida luna,

      iluminando el cielo

      con su triste cara

      de

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