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juzgarlo. Ese libro tiene que ser puesto a prueba por el gran corpus de pensamiento cristiano de todos los tiempos, y todas sus implicaciones ocultas (a menudo insospechadas por el autor mismo) tienen que salir a la luz…

      Después de leer un libro moderno, una buena regla que podemos aplicar es la de no leer otro libro moderno sin antes leer uno antiguo. Si esa regla es demasiado estricta para ti, al menos deberías intentar leer un libro antiguo por cada tres modernos…

      Por lo tanto, todos nosotros necesitamos los libros que corregirán los errores característicos de nuestra época actual. Y con eso me refiero a los libros antiguos (…) Podemos estar seguros de que la ceguera característica del siglo XX (la ceguera acerca de la cual la posteridad preguntará: «¿Cómo pudieron haber pensado de esa manera?») se encuentra en el lugar que menos sospechamos, en donde podemos trazar una línea delgada de común acuerdo entre Hitler y el presidente Roosevelt o entre H. G. Wells y Karl Barth. Ninguno de nosotros puede escapar completamente de esa ceguera(…) El único paliativo es permitir que la limpia briza marina de los siglos pasados sople en nuestras mentes, y la única manera de hacer eso es leyendo libros antiguos.3

      En este libro, te invito a sentir la «limpia briza marina» soplando desde el siglo IV, el siglo XVII, y principios del siglo XX. Tal vez todo esto te anime a leer lo que escribieron Atanasio, John Owen, y J. Gresham Machen. Sus vidas no sólo son como brizas del pasado que son refrescantes y agradables, sino que también es necesario verlas como vidas ejemplares de hombres contendientes por la pureza y el valor incalculable de la verdad bíblica. En la Introducción trataré de explicar por qué digo todo eso. Por ahora sólo quiero agradecerle una vez más a Dios, porque estos cisnes no han guardado silencio y porque estuvieron dispuestos a sufrir con tal de salvaguardar el evangelio para nosotros. En ese sentido, ellos habrían dicho junto con Atanasio: «Estamos contendiendo por nuestro todo».4

      

stoy rodeado de mentes y de manos que hacen que mi propia mente y mis manos sean fructíferas. No puedo agradecerle adecuadamente a Dios por permitir que las cuerdas me cayeran en lugares deleitosos. Ser pastor de la Bethlehem Baptist Church es como estar plantado en una tierra rica, con riego diario y suficiente sol, y con la adición de nutrientes siempre frescos. Bendigo el día en el que Dios me llamó al ministerio de la Palabra y me estableció como anciano de esa iglesia.

      Justin Taylor ha sido un editor siempre competente y dispuesto, así como un asistente de investigación que regularmente va más allá de lo requerido. Le agradezco a Dios por su compañerismo a lo largo de los últimos seis años. Carol Steinbach, con la ayuda de Greg Sweet, Catherine Tong, y Molly Piper, extiende su camaradería en esta causa hasta una tercera década, y una vez más, contribuye con el útil Índice de las Escrituras, y con las palabras de ánimo que me da cada semana, mientras desempeña sus labores en Desiring God.

      Mi esposa Noël ha leído mis libros más veces que nadie en el mundo. Mientras escribo esto, ella está sentada en nuestra sala de estar con el manuscrito de este libro extendido sobre su regazo con un bolígrafo rojo en la mano y un montón de notas adhesivas de color rosa que asoman por los bordes de las páginas que ya ha revisado. Ella tiene muy buen ojo para la ortografía, las fechas, la gramática, el estilo y la lógica. Nada se le escapa. Sus preguntas inquisitivas no consiguen que yo me sienta mejor. Pero sí hacen que el libro sea mejor. Todo eso es parte de la inusual unión que hay entre ella y yo, por lo cual estoy profundamente agradecido con Dios.

      Los siguientes capítulos inicialmente tenían la forma de una serie de mensajes para la Bethlehem Conference for Pastors. No existirían los libros de los Cisnes si no fuera por esas conferencias. Así que, también me siento en deuda con todos los hermanos que han asistido a las conferencias a adorar y aprender. Estas conferencias no se llevarían a cabo de la manera en la que estamos acostumbrados sin los extraordinarios dones y la gracia de Scott Anderson, el director de conferencias del ministerio Desiring God.

      He dedicado este libro a R. C. Sproul, fundador de Ministerios Ligonier. El Dr. Sproul es uno de los más claros y convincentes defensores de la plenitud de la fe bíblica con todos sus magníficos matices. Me alegro por la centralidad y la supremacía de Dios que, durante las últimas tres décadas, ha mantenido tan implacable y fielmente delante de la Iglesia.

      Por último, le agradezco a Jesucristo, Quien me amó y se entregó a Sí mismo por mí. Él es el mismo ayer, hoy, y siempre. Espero que, a través de este libro, Atanasio, Owen y Machen nos enseñen a contender correctamente por Su causa hasta que Él venga.

      Los hombres nos dicen que nuestra predicación debería ser positiva y no negativa, que podemos predicar la verdad sin atacar el error. Pero si seguimos ese consejo deberíamos cerrar nuestra Biblia y desechar sus enseñanzas. El Nuevo Testamento es un libro polémico casi desde el principio hasta el fin.

      Hace algunos años estuve en una organización de profesores de la Biblia en universidades y en otras instituciones educativas de América. Uno de los más eminentes profesores de teología del país ofreció un discurso. En su mensaje admitió que hay controversias lamentables con respecto a la doctrina en las Epístolas de Pablo; pero dijo que la esencia real de las enseñanzas de Pablo se encuentra en el himno al amor cristiano del capítulo trece de 1 Corintios; y que hoy en día podemos evitar la controversia, si tan sólo enfocamos nuestra mayor atención en ese himno inspirador.

      En respuesta, estoy obligado a decir que ese ejemplo no fue escogido correctamente. Ese himno al amor cristiano se encuentra en medio de un pasaje muy polémico; nunca hubiera sido escrito si Pablo se hubiera opuesto a entrar en controversia con los errores que había en la iglesia. Su alma estaba inquieta dentro de él a causa del mal uso de los dones espirituales, por esa razón fue capaz de escribir ese glorioso himno. Y así ha ocurrido siempre en la Iglesia. Se puede decir que casi todas las grandes declaraciones cristianas nacen en la controversia. Sólo cuando los hombres se han sentido obligados a tomar una postura en contra del error es cuando se han elevado hasta los puntos más altos en la celebración de la verdad.

      J. Gresham Machen, “Christian Scholarship and the Defense of the Faith” [La erudición cristiana y la defensa de la fe], en: J. Gresham Machen: Selected Shorter Writings [Una selección de escritos cortos], ed. D. G. Hart (Phillipsburg , nj: P&R, 2004), p. 148–149

      Controversia, cobardía, y orgullo

      

lgunas controversias son cruciales para el bien de la verdad que da vida. Huir de la controversia es un síntoma de cobardía. Pero disfrutar la controversia, por lo general, es un síntoma de orgullo. Algunas tareas necesarias son tristes, e incluso la victoria no está exenta de lágrimas, a menos que haya orgullo. Disfrutar la controversia es un síntoma de orgullo porque los que tienen humildad aman la unidad basada en la verdad más que la victoria basada en la verdad. La humildad ama todo aquello que exalta a Cristo, más que la confrontación que defiende a Cristo —incluso más que la vindicación que defiende a Cristo. La humildad se deleita en adorar a Cristo en espíritu y en verdad. Si la humildad tiene que contender por una verdad que preservará la adoración, lo hará; pero no porque la contienda sea algo placentero. Ni siquiera es porque la victoria sea placentera. Sino porque amar y proclamar a Cristo por lo que realmente es y por lo que realmente hizo sí es algo placentero.

      De hecho, conocer y amar la verdad de Cristo no sólo es placentero ahora, sino que es el único camino hacia la vida y el gozo eternos. Esa es la razón por la que Atanasio (298–373), John Owen (1616–1683), y J. Gresham

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