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Virgen concebirá y dará a luz un Hijo». Debe de haber reflexionado y dicho: «Esa soy yo».

      Creo que María reflexionaba acerca de Isabel. Sobre el nacimiento milagroso de Juan el Bautista, que saltó de alegría en el vientre de Isabel cuando escuchó el saludo de María: Shalom aleijem. Creo que María pensaba en el sacerdote Zacarías, que siempre tenía algo que decir y de repente quedó mudo.

      ¿Habrá meditado María sobre la estrella que iluminaba el cielo? ¿Se habrá preguntado por qué este niño milagroso ha nacido en un establo?

      Y es que, además, María, José y el Niño tuvieron que huir a Egipto. Querían matar a su hijo. ¡Feliz Navidad!

      Una querida amiga de los tiempos de Washington, Manela Díez, era una joven que vivía en Cuba en los tiempos de la Revolución cuando quedó atrapada en un ataque de la milicia. Resultó seriamente herida y, por culpa de algunas cicatrices profundas, nunca pudo concebir, razón por la cual adoptó dos niñas.

      Un día, cuando las niñas aún eran pequeñas, Manela dejó a la mayor con un vecino mientras iba a hacer compras o algún recado con la pequeña, que era aún un bebé. Cuando volvió a buscar a su hija, dejó a la pequeña en el coche, porque era invierno, y se dirigió a la puerta del vecino para decirle que ya había vuelto. En esos dos minutos que tardó en volver al coche, un criminal que corría por la calle perseguido por la policía vio lo que parecía ser un coche vacío con el motor encendido, entró y arrancó con el bebé en el asiento de atrás. Testigo de todo eso, Manela empezó a correr por la calle persiguiendo el coche, en medio de un enorme alboroto y con un terrible sentimiento de culpa. Estoy seguro de que fue ese mismo tipo de culpa el que María y José experimentaron cuando perdieron a Jesús en el Templo. Por suerte, Manela consiguió recuperar a su hija, así como María y José pudieron encontrar de nuevo al niño Jesús.

      Los llamamos misterios gozosos, pero al menos uno de ellos parece más una historia de terror, aunque con final feliz.

      ¡El niño Jesús se ha perdido! Alerta naranja por el pequeño Jesús.

      Tres días de búsqueda: ¡me pregunto si María y José se enfadaron!...

      ¿Echaría María la culpa a José? Solo después de tanto sufrimiento llega la alegría del reencuentro y el alivio exhausto en el Templo.

      Y de nuevo, tras estos tres días de infierno y angustia, seguidos por el alivio de encontrar a Jesús, ¿qué nos dice san Lucas?: que María guardaba todas estas cosas en su corazón.

      En su carta apostólica sobre el rosario –Rosarium Virginis Mariae–, el papa Juan Pablo II escribe un hermoso pasaje sobre esta frase de san Lucas:

      María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el «rosario» que ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

      Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su «papel» de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los «misterios» de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (n. 11).

      Mientras ahí fuera el mundo se divierte celebrando la noche de fin de año, nosotros estamos aquí para pensar, en nuestros corazones, en todas las cosas maravillosas que nuestro Dios hizo por nosotros.

      Dag Hammarskjöld, que fue secretario general de las Naciones Unidas, rezaba así: «Señor, por todo lo que ya pasó, gracias; para todo lo que venga, ¡sí!».

      Y la Madre Teresa decía que debemos «dar permiso a Dios». Este es el más importante propósito de Año nuevo: dar permiso a Dios. Eso es lo que hace nuestra Señora con su fiat y con sus últimas palabras: «Haced todo lo que él os diga».

      Todos tenemos nuestros propósitos para el nuevo año.

      Para algunos es adelgazar. Tip O’Neil dice que perder peso es muy fácil: «¡En los últimos diez años he perdido mil libras!» (cerca de quinientos kilos).

      Para otros es hacer ejercicio, beber más agua, dejar de fumar, acostarse antes, pagar las tarjetas de crédito, recordar los cumpleaños... De todos ellos, mi preferido es: «Prometo convertirme en la persona maravillosa que mi perro cree que soy»...

      En cuanto a nosotros, que nuestro propósito sea dar permiso a Dios –para que nos hable, como hizo con María– meditando respecto a Jesús, sus palabras y actos, en nuestro corazón.

      Tenemos que dar permiso a Dios para hacer de nosotros sus reclutadores de discípulos, para salir a la periferia a llevar el rostro misericordioso del Padre y compartir la alegría del Evangelio, como el papa Francisco nos desafía a hacer.

      El Evangelio empieza con una llamada a la conversión, y el Año nuevo también es una llamada a la conversión, a un nuevo comienzo.

      Comenzamos pidiendo perdón por todos los pecados del año que termina e implorando la gracia y la misericordia de Dios al entrar en el año nuevo.

      Presentamos las intenciones especiales de esta celebración: por el triunfo del Evangelio de la vida; para que una cultura de la vida, cimentada en la compasión, en la comunidad y en la solidaridad, haga de este mundo un lugar más seguro para los que van a nacer y por todos los que son débiles o vulnerables.

      Rezamos pidiendo paz, fundamentada en la justicia, en el respeto mutuo y en el reconocimiento de la dignidad y los derechos de cada persona y de cada pueblo.

      Rezamos también por la familia, santuario de la vida, amenazada por todos lados. Que la familia pueda volverse fuerte, y que en cada una de ellas habite la paz, el amor, la alegría y la hospitalidad de Nazaret.

      Y que, en este nuevo año, cada uno de nosotros pueda dar permiso a Dios contemplando sus palabras y actos en su corazón, discerniendo su santa voluntad, y que así, con alegría y coraje, abracemos generosamente la voluntad de Dios, como hizo María cuando pronunció su fiat.

      Y cuando dijo: «Haced todo lo que él os diga».

      2

      Año del carnero,

      año del Cordero

      Estoy muy contento de estar aquí, en la parroquia de Saint James, con la comunidad católica china de Boston para celebrar vuestro Año nuevo. En el altar de esta iglesia están escritas las palabras de Pedro que expresan también mi sentimiento: «¡Qué bueno es estar aquí!».

      Los animales del zodíaco chino, formando un ciclo de doce años, caracterizan el Año nuevo chino y ejercen fascinación en el resto del mundo. Nuestro calendario gregoriano, introducido por el papa Gregorio XIII tras reformar el antiguo calendario juliano, no tiene ni de lejos una dimensión tan colorida.

      Sin embargo, en la Iglesia católica también tenemos alguna simbología animal: san Juan evangelista es asociado a un águila; san Lucas, a un toro; el Espíritu Santo, a una paloma, y Cristo, a un pelícano o un cordero. Estos dos últimos símbolos aparecen muchas veces en las iglesias católicas. El pelícano tiene su origen en un mito medieval. En cambio, el cordero pascual está profundamente arraigado en las Escrituras y aparece continuamente en las oraciones de la misa. Ya que este es el año del carnero o cordero en el calendario chino, me gustaría comenzar por reflexionar sobre este punto de convergencia.

      Para nosotros, todos los años son el año del cordero, porque Jesús es el Cordero de Dios. En el libro del Génesis, Caín

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