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de numerosas universidades colombianas las políticas públicas para el sector y la economía de la cultura están ausentes.

      Este hecho resulta aún más llamativo desde que el actual presidente Iván Duque Márquez impulsara el desarrollo de las industrias creativas como lugar estratégico para el desarrollo de la economía colombiana. Sin embargo, tampoco se aprecia la existencia de posgrados destinados a formar especialistas en el área, más allá de algunos cursos de gestión cultural. La formación de recursos humanos con una comprensión de las particularidades del proceso comunicacional resulta fundamental si se quiere apostar a balancear los criterios economicistas.

      Es por ello que un libro de las características del actual es crucial para sistematizar el conocimiento desarrollado de manera dispersa y muchas veces individual. En los diversos capítulos del libro se caracterizan de manera adecuada las relaciones de poder existentes en la desigual sociedad colombiana.

      Si los capítulos iniciales funcionan como una suerte de estado del arte de los estudios en economía política de la comunicación en Colombia, con interesantes aportes sobre el desarrollo del capitalismo cognitivo, en los artículos sucesivos se detalla el cambio que está teniendo lugar en las industrias culturales del país. Las políticas de comunicación para los diversos medios son rastreadas y analizadas con profundidad, dando cuenta tanto de los altos niveles de concentración de la propiedad de los medios como de un sistema político permeable a la influencia de las grandes corporaciones. El libro en su conjunto debería constituir una base para la discusión de políticas de comunicación de carácter democrático y con participación de la sociedad civil.

      La convergencia de las industrias informática, de telecomunicaciones y audiovisual constituye un tema de suma actualidad que el libro no evade. Hoy todos los países enfrentan la necesidad de articular políticas que hasta hace poco tuvieron caminos separados. Cómo hacerlo, cómo promover un mayor acceso de la población, constituye un desafío impostergable. Pensar en cómo queremos insertarnos las sociedades latinoamericanas en este nuevo contexto y cómo hacemos para aprovechar la potencialidad de las nuevas tecnologías con un criterio autónomo es un reto aún mayor. Pensar en cerrar la brecha tecnológica con conectividad sin desarrollar plataformas propias es como asfaltar la autopista para que pasen otros: grandes corporaciones multinacionales que terminarán conociendo mucho mejor los consumos culturales de nuestros ciudadanos que los encargados de diseñar políticas culturales.

      Finalmente, debe asumirse que la apuesta por las industrias creativas es a la par riesgosa e interesante. Desde una perspectiva optimista, representa la oportunidad para promover un mayor conocimiento del funcionamiento del conjunto de la industria cultural, desafío impostergable para los investigadores de la comunicación en Colombia. Pero también constituye un peligro si el devenir de la política prioriza un sesgo tecnologicista y economicista, donde los valores simbólicos propios de las industrias culturales queden sometidos a la lógica del crecimiento y la ganancia.

      Es de esperar que el presente libro constituya un primer eslabón para afirmar un pensamiento crítico actualizado sobre las relaciones de poder existentes dentro del sector de la comunicación en Colombia.

      Referencias

      Hesmondhalgh, D. (2019). The cultural industries. Sage.

      La economía política de la información, la comunicación y la cultura (EPICC) es una corriente teórica que ha ganado visibilidad y relevancia en Europa y Norteamérica a partir de la década de 1960. En dicha época, algunos estudiosos de los medios de comunicación y la cultura retoman, desde un punto de vista crítico, las ideas de Karl Marx y de los principales teóricos de la economía política clásica para explicar los procesos de transformación y cambio que se gestaban en las relaciones sociales y de poder en las industrias culturales del mundo occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial.

      Si bien remonta al pensamiento marxista y su crítica a la economía política, la EPICC también plantea una crítica a aquellas corrientes teóricas que, a partir de las ideas de Marx, venían estudiando los medios de comunicación como meras instituciones ideológicas cuyo único propósito era mantener las ideas de la clase dominante, como lo planteaban algunos representantes de la escuela de Frankfurt y de los estudios culturales británicos. De acuerdo a los precursores de la EPICC, esa lectura ideologizada de los medios había impedido entenderlos como actores económicos centrales dentro del sistema capitalista. Por estas razones, la economía política de la comunicación comienza a estudiar las industrias culturales, incluyendo los medios de comunicación, no solo como actores sociales e históricos, sino principalmente como actores económicos que hacen parte del modo de producción capitalista.

      Una de las características de la EPICC en sus primeros años son sus estudios y análisis en contextos particularmente situados, pues dadas las condiciones sociales, políticas, culturales y económicas a ambos lados del Atlántico, los acercamientos de la EPICC a las industrias culturales varían. Por eso, es común hacer referencia a la escuela francesa y a la norteamericana como corrientes de pensamiento separadas; esto tiene sentido, pues hasta las décadas de 1960 y 1970 Francia y la mayoría de países europeos mantenían industrias culturales y medios de comunicación con una clara orientación al servicio público y con alta intervención estatal, en las que los actores y dinámicas del mercado no intervenían tan fuertemente como en los Estados Unidos y Canadá. De ahí que los economistas políticos franceses hayan planteado lecturas diferentes a la norteamericana, ya que en esta región el sector privado y las dinámicas del mercado habían sido determinantes en el desarrollo de las industrias de la cultura y la comunicación.

      Por estas razones, en Latinoamérica, aunque muy influenciada por ambas corrientes y en diferentes contextos, también se gesta un tipo de economía política de la comunicación propia, enmarcada en contextos políticos y sociales muy diferentes a los de Europa y Norteamérica, pues la región poseía —y posee— particularidades que llevan a realizar otro tipo de preguntas y problemas distintos a los que se plantean en el norte. No obstante, es difícil hablar de una escuela propiamente latinoamericana, puesto que en la región no se desarrolló una corriente de pensamiento clara y homogénea como la francesa o la norteamericana. Por el contrario, parte del desarrollo de la EPICC en Latinoamérica estuvo condicionada por la importación de ideas de las escuelas mencionadas. Los problemas y reflexiones gestados en países como México, Brasil, Argentina y Chile fueron diferentes a los planteados en otros lugares.

      En América Latina, la EPICC tiene entre sus antecedentes las reacciones ante el modelo desarrollista y las críticas de corte marxista a la teoría de la dependencia. Esto debido, en gran parte, a que en la región los estudios de la comunicación surgieron de la mano del enfoque difusionista de la escuela norteamericana. Así, el desarrollo mediático en los países latinoamericanos se amplió y fortaleció en el contexto de la Guerra Fría, de tal suerte que gran parte de la industria cultural y grandes empresas de comunicación se dedicaron a realizar la mediación entre los intereses de los dueños del capital y las élites políticas y los de los habitantes de estos países. A partir del peso epistemológico y político de la región en torno a la discusión sobre el desarrollo de políticas nacionales de comunicación, así como de la llamada de atención global sobre los procesos de concentración informacional e imperialismo cultural que marcaron el debate internacional en los organismos gestores de la cultura durante los años 1970 y 1980, la EPICC en América Latina generó un peso relativo en el estudio de las relaciones de poder y las estructuras comunicacionales, que evidenciaría cómo los procesos de concentración y desregulación auspiciados por la liberalización de los sectores culturales atentaban contra los niveles de diversidad y pluralismo cultural, desde lo local hasta lo global.

      En ese contexto, los estudios de la EPICC en América Latina han hecho importantes aportes para comprender fenómenos como la subsunción del trabajo de los periodistas y comunicadores por parte de la industria cultural local; la rígida concentración de la propiedad de los medios; los efectos de los monopolios en el control de la información y en la captación de las audiencias; la importancia de la diversidad y el pluralismo culturales e informativos;

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