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que podía construirse cualquier entidad o concepto teórico como funciones de datos sensoriales. Sobraban los presupuestos ontológicos conservados por la filosofía clásica como la existencia de la sustancia o el papel determinante reservado por el idealismo a la mente de los sujetos. En general, los tópicos ya sometidos a análisis por Hume como conceptos sin base en la experiencia, pero que ahora caían de forma irrevocable con la ayuda de la implacable hacha de la lógica.

      Esta tarea de limpieza permitía vincular el mundo de la percepción de nuestra vida cotidiana y el mundo abstracto y complejo de la ciencia demostrando que ambos compartían una misma base común en la experiencia. Conectar la explicación que hace la física de la realidad con la percepción garantizaba el carácter empírico de las teorías científicas y respaldaba al conocimiento sensorial como la base del conocimiento humano. Este punto era irrenunciable para el fenomenalismo. A su defensa se consagraba la construcción del mundo desde la percepción. La construcción será siempre imperfecta, pero basta que justifique que una parte sustancial de los conceptos científicos utilizados en la explicación que hace la física de la realidad surgen del proceso de construcción para que la tesis general de la ciencia empírica sea válida. La construcción lógica del mundo es un medio para alcanzar el fin, que es la existencia de una única base empírica de la totalidad del conocimiento humano.

      El momento de ebullición científica que la ciencia vivió como consecuencia de la aparición de la teoría de la relatividad y de la física quántica fueron vividos con especial optimismo por el fenomenalismo que veía una coincidencia entre sus planteamientos y las novedades iconoclastas de las nuevas teorías científicas. Sin embargo, el conocimiento más profundo de la teoría de la relatividad (el tratamiento de la quántica no es objeto de nuestro estudio porque siempre fue secundario en el fenomenalismo respecto del de la teoría de la relatividad) y de las condiciones que había que conseguir para mantener la vinculación entre física y percepción originó serias dudas sobre la viabilidad del programa entre sus principales promotores. Este libro explica los encontronazos entre el fenomenalismo y la relatividad y los esfuerzos por obtener éxito con los abstractos conceptos teóricos relativistas, en especial con la nueva estructura espacio-temporal de la realidad. La pugna con la relatividad fue especialmente clarificadora respecto a la compleja organización de la ciencia y la dificultad de encontrar una conexión clara entre la estructura teórica y la experiencia.

      El programa fenomenalista constaría de los siguientes puntos:

      1. Beligerante postura antimetafísica: El programa fenomenalista formó parte de la reacción general en defensa de la tradición empirista contra los movimientos neohegelianos y neokantianos. Aquellas gloriosas elaboraciones no eran más que fantasmas inanes, conceptos que sobrevolaban la realidad porque carecían de peso empírico, de significado contrastable. Su auténtico papel era retrasar el avance de la filosofía y de la mentalidad científica. El positivismo lógico sintetizará con la palabra metafísica esta actitud retardataria subyacente bajo la aparente sofisticación de unos conceptos que son presentados, sorprendentemente, como el máximo exponente de la razón humana. Eliminar la metafísica y difundir la mentalidad científica era labor de la nueva filosofía, una filosofía que se acercara lo más posible a la seguridad y acumulación de resultados de la ciencia. La lógica, como una nueva navaja de Occam, rasurará todos los conceptos que no justifiquen su procedencia empírica.

      2. La ciencia fenoménica: El ideal empirista del conocimiento tenía su reflejo en el campo científico en el ideal de ciencia fenoménica o ciencia empírica, en gran parte obra de Ernst Mach, su principal responsable. En este ideal, todos los conceptos científicos debían demostrar su origen desde la experiencia sensible. La ciencia debía proceder a una labor de simplificación teórica eliminando todos aquellos conceptos que no justificasen esa conexión pero que se habían depositado en ella a través de su historia. Las teorías científicas habían de ajustarse lo más posible a ese modelo en el que todas, además, podían ser lógicamente reconstruidas. Debe ser posible de cualquier teoría y para cualquier concepto mostrar el camino que le vincula a la experiencia.

      Este canon sería el fin más importante del programa fenomenalista que construyó instrumentos lógicos ex profeso para conseguir desde la experiencia construir los conceptos científicos más abstractos y a él dedicó su esfuerzo más considerable al intentar construir desde la percepción la estructura espacio-temporal relativista.

      El conocimiento humano debía organizarse tomando como modelo a la ciencia y arrojando fuera de él todos los conceptos metafísicos. Todo lo que podía ser conocido podía ser deducido de la experiencia. En realidad, el mundo tal y como lo conocemos no es sino producto de una construcción que tiene como base la información sensorial.

      3. Construcción lógica del mundo: Con ayuda de la lógica, el fenomenalismo tratará de demostrar la coincidencia entre el mundo de la percepción y el mundo de la ciencia justificando la correspondencia estructural entre ambos mundos. El mundo percibido y el mundo de la ciencia son ambos construcciones lógicamente posibles desde la experiencia sensorial de los sujetos. La lógica, si no consigue la totalidad de los componentes de ambos mundos, debe al menos justificar los tipos fundamentales de objetos y las estructuras teóricas esenciales de la ciencia garantizando la continuidad desde el mundo perceptivo al mundo de la física. Así, construir lógicamente la realidad desde la experiencia sensible afianzaba el ideal de la ciencia fenoménica.

      La teoría de la relatividad irrumpió precisamente en este punto. La teoría señalaba qué condiciones debía cumplir cualquier reconstrucción lógica del mundo desde la percepción, condiciones que se demostraron al final imposibles de cumplimentar, en especial la compleja estructura espacio-temporal necesaria a la teoría pero difícil de casar con el espacio tridimensional y el continuo temporal en el que se producía la percepción sensorial. En los intentos de elaboración de reconstrucciones perceptivas de la realidad físicamente aceptables se consumiría la energía de los principales representantes del programa fenomenalista. Porque la relación del fenomenalismo con la relatividad no fue circunstancial, sino que afectaba a su propia definición. El fenomenalismo necesitaba encuadrar la teoría de la relatividad dentro del propio proyecto ya que, en caso contrario, no se diferenciaría de cualquier planteamiento metafísico que defendiera su legitimidad en una vaga referencia a los fenómenos. A diferencia de las manipulaciones que la relatividad sufrió a manos de la filosofía idealista –y frente a las que estaba radicalmente en contra–, el programa fenomenalista debía enlazar los conceptos de la física relativista con la percepción. Este nexo era también decisivo por eliminar el riesgo del solipsismo asociado a «mis sensaciones». En el caso de no conseguir enlazar ciencia y percepción, toda filosofía que continuase la senda del empirismo correría el riesgo de quedar confinada en el solipsismo. Para el fenomenalismo la ciencia es el medio fundamental de realizar proposiciones intersubjetivas y en ella encontraremos el antidoto más seguro, de obtener esta vinculación, contra el peligro del solipsismo oculto en la sensación.

      Encontrar los puntos de contacto entre las dos orillas ante los rápidos avances de la física ofrece la seguridad de que nuestro conocimiento sensorial de la realidad mantiene una continuidad con las teorías científicas, no importa lo alejadas que se encuentren de los conceptos ordinarios utilizados

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