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quirúrgicas innecesarias. Recuerdo uno de un muchacho que sufría de un fuerte dolor en una parte del cuerpo. La doctora que le atendía, después de practicarle un montón de pruebas, no veía en ello nada anormal. Pero los dolores persistían y los familiares del paciente se enfadaban y presionaban para que se hiciera algo. La doctora, una persona sensible, se daba cuenta de que el niño estaba sufriendo a nivel psíquico, pero en aquella institución no se contemplaba este tipo de ayuda porque no contaba con los recursos necesarios. Ante la presión de los familiares, que sólo veían el problema físico, llegó a practicarse una intervención quirúrgica. El resultado fue que todo estaba bien.

      Afortunadamente, nuestra sociedad cuenta ya con algunas instituciones sanitarias en las que médicos y psicólogos colaboran estrechamente en beneficio de los pacientes, pero ello no es todavía muy frecuente.

      Otra cuestión a tener en cuenta es la de las enfermedades que aparecen en momentos inoportunos, por ejemplo, cuando alguien está a punto de llevar a cabo, con mucha ilusión, algún proyecto importante. La enfermedad, en un caso así, puede ser el indicador de que, por dentro, la envergadura del proyecto esté asustando, de que la persona en cuestión no se sienta capaz de llevarlo a cabo o esté muy asustada ante la idea de un posible fracaso. Si no se tiene conciencia de todos estos sentimientos y miedos y la mente no está capacitada para hacerse cargo de la angustia y para intentar resolverla, la angustia cambia de naturaleza, se desvía del camino mental y va a parar al cuerpo bajo la forma de síntomas corporales, enfermedades o disfunciones. El conflicto psíquico ha pasado a ser físico: como en los casos que comentábamos antes, ha sido traspasada al soma una problemática de la mente. Ahora los síntomas corporales serán atacados médicamente, es decir, de una manera que evitará que el paciente entre en contacto con el sufrimiento psicológico. Pero impedirá, también, que pueda resolver el problema de fondo, el cual quedará en una especie de estado letárgico y resurgirá en cualquier momento, bajo la forma de una sintomatología corporal diferente, cuando el nivel de ansiedad de la persona vuelva a incrementarse por alguna circunstancia externa inquietante.

      Cuando una pareja decide con ilusión tener un hijo, los dos saben o intuyen que la vida les cambiará substancialmente, cosa que siempre despierta ansiedades. Tanto el embarazo como el parto son acontecimientos normales de la vida y, como tales, parecería que no tienen por qué ser especialmente complejos. Pero los humanos somos complicados y la experiencia ha ido demostrando que, según como se asuma la paternidad/maternidad, las personas pueden resultar afectadas por unos niveles de ansiedad desestabilizadores. Convertirse en padres equivale a alejarse de la propia infancia, obliga a ser definitivamente adulto, a madurar deprisa y produce un trastorno emocional difícil de metabolizar. Se trata de adquirir una gran responsabilidad y las personas se enfrentan a ello de manera muy distinta según la madurez emocional de que disponen.

      Ante la decisión de convertirse en padres, aparecen también, en la mente de cada uno de los dos miembros implicados, unos miedos y unas ansiedades relacionados, por una parte, con el futuro de ambos como pareja y, por otra parte, con conflictos internos individuales que hasta ese momento se habían mantenido alejados de la conciencia y que suelen tener que ver con el tipo de relación inconsciente que cada persona haya experimentado con sus propios padres. Son inquietudes que vienen de muy lejos, que todo el mundo ha sufrido en mayor o menor grado y que nunca han estado en la conciencia. Ante la presión de una futura paternidad/maternidad, es decir, ante la necesidad de tenerse que ocupar de un ser frágil y muy necesitado de cuidados y atención, esta inquietudes se reactivan con mucha fuerza y pueden producir alteraciones diversas, tanto de carácter psíquico como físico.

      Resumiendo, pues, diremos que para poder enfrentarse en buenas condiciones con la idea de tener un hijo y que ello llegue a materializarse, hay que contar con un buen nivel de equilibrio emocional, lo cual puede resumirse en el hecho de haber madurado suficientemente como persona, ser un adulto responsable consigo mismo y con los demás y, consiguientemente, estar bien dispuesto a no ser el único centro de atención del otro miembro de la pareja. Si no es así, por mucho que se desee tener un hijo, lo que suele ocurrir en algunas ocasiones es que el embarazo no se produzca. Me refiero, naturalmente, a aquellos casos en los que no hay ningún problema físico que justifique la no fecundación.

      Los meses de duración del embarazo pueden ser muy útiles para ir metabolizando y superando todas las inquietudes que aparezcan —por otra parte bien normales, como ya hemos dicho— y para crear, en la mente de los dos miembros de la pareja, un espacio en el que tenga cabida el futuro hijo. El niño debe vivir dentro de la mente de sus padres desde mucho antes de su nacimiento. Los padres, a medida que van haciéndose cargo de la complejidad interna que les plantea la nueva situación, van dejando de lado sus propios deseos infantiles y ello les permite incrementar el sentido de responsabilidad y la ilusión por la criatura que llegará al mundo. Esta ilusión compartida es imprescindible para el futuro bienestar psíquico del hijo y de todos ellos.

      Si este proceso no se desarrolla satisfactoriamente, pueden aparecer problemas de relación en la pareja que, a veces, llegan a ser tan serios que ocasionan una ruptura durante el embarazo o cuando el hijo llega al mundo y enfrenta a los padres con la obligación de hacerse cargo de sus necesidades perentorias y de darle una dedicación y unas atenciones que, en el fondo, tal vez siguen deseando para si mismos.

      Estamos viendo, pues, que un hijo debe ser gestado físicamente por la madre, pero que también debe ser gestado mentalmente por ambos, ya que la madre deberá poder contar, durante todo el proceso de gestación y durante los primeros meses de vida del niño, con el soporte emocional incondicional por parte de su compañero. Si no puede disponer de esta ayuda, le resultará mucho más complicado hacerse cargo de las ansiedades del recién nacido, que son muchas, y de las que la nueva situación le genere a ella misma.

      Para que se produzca un embarazo vemos, pues, que tiene una importancia crucial el estado mental de las dos personas implicadas. En este sentido, hay un factor esencial en el que no se acostumbra a pensar. Todas las ansiedades, inquietudes, dudas y miedos inconscientes de que hemos hablado antes, en algunos casos son tan severos que llegan a impedir el embarazo deseado. Son muchos los casos de infertilidad en los que, después de un montón de pruebas médicas, se llega a la conclusión de que no hay ninguna causa física que los justifique. Ahora bien, a pesar de ello, se intenta una y otra vez una solución médica a base de la fecundación asistida. Nadie piensa que pueda tratarse de una problemática psíquica no resuelta. Después de unos cuantos fracasos y de mucho sufrimiento mental, se intenta tranquilizar a la pareja sugiriéndoles que siempre les queda la posibilidad de adoptar. Pero con esta recomendación, se les da un mensaje erróneo: se equipara la paternidad/maternidad biológica con la adoptiva, cosa que, como explicaremos, no es equiparable.

      Hay que pensar, también, que si el problema de la infertilidad lo generan causas psicológicas y no se hace nada para resolverlo desde esta vertiente, es muy difícil que se solucione solo, y no puede esperarse de ninguna de las maneras que el hijo adoptivo, con toda la carga de sufrimiento emocional que él también ha ido almacenando, pueda ayudar a solucionarlo.

      Otro aspecto a considerar es que hay mujeres que, tras haberlo intentado todo desde la perspectiva médica, adoptan una criatura y, poco después, quedan embarazadas. Cada caso puede tener un significado diferente, pero el más frecuente es que sus problemas internos no resueltos le hubiesen estado impidiendo sentirse autorizada para ser madre. Una vez conseguido el visto bueno de la Administración, es decir, cuando una autoridad la ha autorizado a convertirse en madre, las ansiedades han disminuido su efervescencia, lo cual ha servido para que ella misma haya podido concederse el permiso que, antes, no se concedía. De todas maneras, no hay ninguna garantía de que el problema de fondo haya quedado resuelto.

      Sobre este punto, desearía añadir que hay ocasiones en las que la infertilidad del marido o su impotencia sexual también pueden deberse a causas psicológicas profundas. Una de las angustias con que tienen que enfrentarse algunos hombres en el momento de plantearse tener un hijo, es el miedo a perder el cariño y la dedicación de su esposa, el miedo a que, cuando llegue al mundo su hijo, ella se interese exclusivamente por el niño y le deje a

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