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postuló, esos invariantes puramente fisiológicos debían considerarse como conocimiento causal efectivo y legítimo. Eso era así porque dichos invariantes establecían relaciones entre variables que eran satisfactoriamente estables en intervenciones experimentales. Aunque Bernard considerase que la trama causal del mundo era de naturaleza físico-química, él también sabía que, en muchos casos, el diagrama de esas relaciones causales podía y debía escribirse en un lenguaje que aludiese a propiedades biológicas, o vitales, aún no reducidas a propiedades físicas o químicas. No hacerlo así habría puesto a la fisiología delante de desafíos cognitivos casi imposibles de enfrentar, y nos hubiera obligado a conformarnos con un conocimiento fisiológico carente de cohesión teórica.

      Para Bernard, el determinismo físico, que implicaba la exclusión de toda forma de vitalismo, era condición de posibilidad de cualquier conocimiento experimental que pudiese venir a surgir. Eso era así porque, conforme espero poder mostrar, dicho determinismo postula la estricta correlación, o invariancia, entre la intervención experimental y la respuesta del sistema intervenido. Para Bernard, el éxito en el establecimiento de invariantes estables en intervenciones experimentales que aludían a variables cuyos estados eran descritos en términos de propiedades específicamente fisiológicas era prueba suficiente de que la fisiología producía un conocimiento causal efectivo, y cuando él desarrollaba esas reflexiones dicho éxito ya había sido alcanzado en diferentes desarrollos experimentales. Ese éxito nos indicaba que la fisiología proveía de un conocimiento causal compatible con una ontología fisicalista, y que solo era posible dentro de ella.

      El hecho de que esas intervenciones fuesen realizadas por medios técnicos que operaban sobre la materialidad físico-química de los fenómenos estudiados, y el hecho de que los resultados de esas intervenciones fuesen registrados y medidos por instrumentos que también eran usados en el registro y en la observación de fenómenos físico-químicos, corroboraba ese compromiso y esa compatibilidad que existía entre la fisiología experimental y la ontología fisicalista a la que Bernard aludía cuando hablaba de determinismo. Un input físico o químico sobre el viviente siempre redundaba en un output estrictamente proporcional a ese input, y la fisiología debía descubrir esa proporcionalidad, expresándola en esos invariantes a los que Bernard llamaba “leyes fisiológicas”. La insistencia de Bernard en la capacidad de control de los fenómenos biológicos a que nos daba acceso la fisiología experimental expresaba ese compromiso ontológico suyo con el fisicalismo. Bernard profesaba, para decirlo de algún modo, un fisicalismo experimental. Un fisicalismo basado en la presuposición de que si algo está al alcance del control experimental entonces no es algo que escape al orden físico, aunque nuestra conceptualización de ese control pueda no estar formulada en el lenguaje de la física o de la química.

      Hasta ahí, entonces, es lo que diré en el capítulo I sobre la manera en la que Claude Bernard entendía el conocimiento estrictamente causal de los fenómenos fisiológicos. Eso, sin embargo, solo nos daría una visión apenas parcial del modo en el que él consideraba la fisiología. Nos estaría faltando considerar su reconocimiento de la forma compleja en la que se manifestaba el determinismo en los procesos fisiológicos. Y también nos estaría faltando considerar su recurso a la noción de medio interno para, con base en ella, explicar ciertas evidencias que, prima facie, parecían ratificar las presunciones vitalistas sobre la espontaneidad de lo viviente. Esa cuestión, además, también es interesante porque nos permitirá explicitar ese ideal de orden natural de la fisiología que es la muerte, un ideal de orden natural que contrapone la fisiología experimental al vitalismo. Para este, la vida es parte de las causas explanantes; para la fisiología experimental ella se inscribe en el orden de los efectos a ser explicados. Pero antes de examinar esa cuestión me detendré a analizar el modo en que Claude Bernard entendía ese discurso funcional que él sabía inherente a la fisiología.

      En efecto, Claude Bernard sabía que el conocimiento causal de los fenómenos fisiológicos era incompleto si no estaba complementado con una perspectiva funcional, y es ahí en donde aparece su idea de teleología intraorgánica. Bernard apela a ella para caracterizar la integración funcional de los fenómenos orgánicos, mostrando además que esta es perfectamente compatible con el determinismo y con la impugnación del vitalismo. Esa finalidad interna es efecto de una articulación causal que solo puede ser entendida a partir del determinismo que Bernard postula al caracterizar la dimensión causal de la explicación fisiológica, y es en esas coordenadas que debemos situar la noción de función supuesta en sus escritos. Esta remite a esa teleología intraorgánica compatible con el determinismo causal y se puede considerar como una especificación de la noción de función como papel causal. Pero ahí también llegaremos al límite de la epistemología bernardiana, cuya identificación y explicación será el asunto del capítulo III.

      Porque, si importa decir que Bernard había comprendido la integración que existía entre las perspectivas causal y funcional supuestas en el desarrollo de la fisiología, también es necesario subrayar que, en su modo de ver las cosas, dicha integración constituía una frontera y un presupuesto más allá del cual la ciencia experimental podía ir. Eso era así porque el límite de la reflexión epistemológica de Claude Bernard coincidía con el límite de la propia fisiología experimental, y esta no puede explicar el origen de la articulación causal que genera la finalidad interna de los seres vivos. Es decir: la fisiología puede explicar el cómo de esa finalidad interna, considerándola efecto de una interacción de elementos cuya articulación tiene un origen, un porqué, que ella no consigue, ni precisa, explicar; y Claude Bernard, que no llegaba a comprender esa limitación, atribuía dicha articulación a ciertas leyes morfológicas —a veces descritas como “ideas rectoras del desarrollo”— cuyo estudio escapaba a la ciencia experimental, que era prácticamente como decir que escapaba a toda ciencia genuina. Claude Bernard no conseguía ver que había más biología que aquella que cabía en la fisiología experimental.

      Eso que la fisiología experimental ciertamente no consigue explicar, y que en realidad Bernard siquiera consigue delimitar con nitidez, es el origen del diseño biológico, esa adecuación entre estructura y función que exhiben los seres vivos a la que ya me referí y a la que Claude Bernard designaba con el término de “organización”. Dicho cometido explicativo, que el programa bernardiano para la fisiología experimental dejaba del lado de los porqués inaccesibles, tendría que ser alcanzado —solo podía ser alcanzado—, por la biología evolucionaria, y particularmente por la teoría de la selección natural. Una ciencia y una teoría cuya existencia Bernard mal vislumbró, aunque ella estuviese emergiendo en el mismo momento en el que él establecía las bases de la fisiología experimental. Comprendiendo eso, aceptando esa quizá inevitable limitación en el alcance de la reflexión epistemológica de Claude Bernard, también se llega a concluir que esas leyes morfológicas a las que él aludía no estaban llamadas a suplir la falta de una teoría de la herencia aún por venir, y tampoco expresaban un compromiso o resabio de vitalismo.

      Dichas leyes solo pretendían suplantar lo que solo a la teoría de la selección natural le cabía proveer: una explicación natural del diseño biológico. Y digo “suplantar” antes que “brindar” porque la postulación de esas leyes morfológicas expresa la renuncia de Claude Bernard a cualquier tentativa de conseguir una explicación del diseño biológico, que él llamaba “organización”, en la que ese ajuste de estructura y función que exhiben los seres vivos —que tan “justificadamente suscita nuestra admiración” (Darwin, 1859, p.3)— fuese pensado como efecto de procesos biológicos y no como presupuestos de estos. Bernard no pudo ver que en Sobre el origen de las especies (Darwin, 1859) se había desvendado un mecanismo causal, la selección natural, que resultaba en el diseño biológico y que, de cierta manera, explicaba el porqué de las estructuras y fenómenos biológicos. Un mecanismo que, como remarcó George Gaylord Simpson (1947, p.489), no producía la adecuación entre estructura y función por un mero accidente, sino que estaba estrictamente pautado por las exigencias de la lucha por la vida (Caponi, 2011, p.49), exigencias que, en el marco de la teoría de la selección natural, suplantaban a las exigencias de las condiciones

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