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poseemos sobre el nacimiento y la infancia de nuestro Señor. En este sentido, la concepción milagrosa recibe un 100 por 100 de confirmación por parte de los registros conservados.

      En tercer lugar, Juan guarda silencio no sólo sobre el nacimiento virginal sino también sobre incidentes tales como la tentación, la transfiguración, la última cena y la agonía en el huerto. Probablemente consideraba que no tenía sentido duplicar los relatos de estos sucesos, ofrecidos en los Sinópticos, y su silencio sobre el nacimiento virginal puede explicarse con esta misma razón. Después de todo, dice que si hubiera escrito todo lo que sabía, el mundo no podría contener todos los libros que podría escribir (Jn. 21:25).

      En cuarto lugar, si la historia del nacimiento virginal fuera legendaria, Juan, que escribió treinta o cuarenta años más tarde, la hubiera negado sin duda alguna, despejando así la confusión. No duda en corregir otras tradiciones erróneas (como la que sostenía que Jesús afirmó que Juan no moriría, Jn. 21:23). Es incluso más probable que hubiera corregido una historia que conllevaba la posibilidad de que María se viera envuelta en un escándalo, una mujer sobre la que tenía una responsabilidad especial (Jn. 19:27). Esto hubiera quedado reforzado por el hecho de que, a la vista de las circunstancias, el nacimiento virginal parecía cualificar y limitar la humanidad del Señor, convirtiéndose en un arma en manos de aquellos herejes que negaban que Cristo hubiera venido en la carne (1 Jn. 4:2).

      Por lo que respecta a Pablo, es conveniente recordar que era compañero de viaje de Lucas, y que es muy improbable que existieran divergencias fundamentales entre las tradiciones que proclamaron. También es muy arriesgado asumir que si Pablo creía algo, o sabía de algo, estaba obligado a mencionarlo. De hecho, es muy parco en sus referencias los detalles de la vida de Jesús. Por ejemplo, nunca menciona a José ni a María. ¿Quiere esto decir que no sabía nada de los padres de Jesús (o que negase su existencia? También guarda silencio sobre el bautismo, la tentación, la transfiguración y Getsemaní. No menciona ni una sola de las parábolas o de los milagros de Cristo. El único motivo de que mencione la Cena del Señor es que en la iglesia de Corinto habían surgido unos problemas especiales en relación con ella, problemas que sólo se podían resolver recordando los actos y las palabras que usó Jesús para instituirla. Nunca surgió ningún problema que requiriese una alusión al nacimiento virginal y, probablemente, ésta sea toda la explicación sobre el silencio que guardó el Apóstol al respecto.

      A pesar de esto, su silencio no es sencillo, y más de una vez uno tiene la impresión de que Pablo está pensando en el nacimiento virginal, que impone su propio troquel sobre lo que escribe. Como indica James Orr: «En las epístolas apenas se hace una sola referencia a la entrada de Cristo en nuestra humanidad que no esté caracterizada por alguna peculiaridad de expresión significativa».19 Cuando examinamos el lenguaje de Romanos 1:3, Gálatas 4:4 y Filipenses 2:7 (ser hecho, genomenos, en semejanza a los hombres), es natural preguntarse: «¿Así es como estamos acostumbrados a hablar de un nacimiento natural?».20 Podemos añadir tres ideas más.

      Primera: de entre todos los evangelistas, Lucas es el historiador más concienzudo. Su prefacio señala que tenía acceso a fuentes escritas y a los relatos de testigos oculares de aquellos que estuvieron con el Señor desde el principio. También indica que él mismo había «indagado diligentemente» en todas las cosas, y que le interesaba ofrecer un relato ordenado que confirmase a Teófilo la veracidad de lo que había oído. Es difícil creer que, habiendo dicho esto, se pusiera de inmediato a hilvanar leyendas. Es evidente que no era crédulo, ni es probable que recurriese al engaño intencionado. Debía estar convencido personalmente de que la tradición sobre el nacimiento virginal estaba bien fundamentada.

      Segunda: según la propia naturaleza del caso, la concepción virginal hubiera sido un secreto muy bien guardado. En el momento del nacimiento de Jesús, María y José estaban entre desconocidos, y es improbable que hubieran surgido sospechas de que el niño había nacido fuera del matrimonio. Está claro que, psicológicamente, María no querría hablar de los detalles con nadie excepto con unos pocos amigos íntimos. Aquellos detalles eran demasiado íntimos y potencialmente vergonzosos. Se nos dice más de una vez que María guardaba para sí estas cosas. Esto explica en gran medida el silencio de la iglesia. Pocos sabrían la verdad y, en medio de los difíciles campos de misión del Imperio, pocos de los que la supieran considerarían inteligente proclamarla.

      Tercera: en cierto sentido, el hecho de que el resto del Nuevo Testamento guarde silencio es un argumento que favorece la doctrina que exponen Mateo y Lucas. Demuestra que, como el título «Hijo del hombre» y la frase «el reino de Dios», la doctrina del nacimiento virginal no figuraba en la predicación de la iglesia primitiva. Por tanto, es evidente que Mateo y Lucas no se limitaron a leer en la historia anterior el mensaje expuesto en la comunidad cristiana. Como hemos visto, esta doctrina tampoco tenía valor apologético. Los judíos no esperaban que el Mesías naciera de una virgen (como sí esperaban que fuera del linaje de David). El único motivo para registrar semejante doctrina fue que creían que era cierta y la pusieron por escrito aunque los paganos pudieran malinterpretarla flagrantemente, y aunque personas como Juan, que estaban en posición de conocer la verdad, pudieran refutarla. ¿Una motivación teológica?

      La tercera línea de objeciones al nacimiento virginal es que tiene una motivación teológica. Las narrativas del nacimiento no reflejan la verdad, sino el deseo de ofrecer una explicación para llamar a Jesús “el Hijo de Dios”. Ciertamente, según sostiene Küng21, el mismo Lucas lo dice: «por eso lo santo que nacerá será llamado Hijo de Dios» (1:35).

      Como respuesta podríamos decir que un hombre no miente por el mero hecho de ofrecer una explicación. Si Jesús era el Hijo de Dios, era adecuado ofrecer alguna explicación, y el nacimiento virginal (junto con los conceptos posteriores como la generación eterna) podrían formar parte de ésta. Jesús era el Hijo de Dios por generación eterna, por medio de la resurrección y del nacimiento virginal. Una cristología global tendría que hacer justicia a todos estos elementos.

      Por otra parte, pudiera ser que lo que hace Lucas no sea explicar la filiación mediante el nacimiento virginal, sino éste mediante la filiación. Como muchos otros creyentes, puede que se enfrentase a las preguntas: «¿Por qué un nacimiento virginal? ¿Qué importancia tiene?», y contestase: «Es una señal de la condición de Hijo, una forma de entrada única en la vida humana, coherente con su posición divina exclusiva».

      También cabe destacar que la explicación que hace Lucas de la condición de hijo que tiene Cristo se enmarca en términos del Espíritu Santo. No se enfatiza la ausencia de paternidad humana, ni tampoco la actividad de Dios Padre. De hecho, uno tiene la impresión de que el escritor elude cualquier tipo de lenguaje que pudiera sugerir que el hijo de María fue engendrado por Dios. Lucas usa el lenguaje de la creación, no de la generación: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». El resultado no es tanto que el hijo sea Hijo de Dios, sino que es «santo» (v. 35).

      Emil Brunner expresa esta objeción de un modo ligeramente distinto: «La idea de la partenogénesis es un intento de explicar el milagro de la encarnación».22 Sin embargo, curiosamente, la narrativa ha causado una impresión diametralmente opuesta en otros estudiosos. James D. G. Dunn, por ejemplo, considera que la cristología de las narrativas del nacimiento es incoherente con la doctrina de la encarnación, que implica la preexistencia de Cristo.23

      No obstante, asumiendo que Lucas es, como poco, coherente con la encarnación, resulta muy difícil creer que adelante arbitrariamente una teoría sobre cómo sucedió. No trabajaba en el vacío. Aparte de cualquier otra cosa, debía tener en cuenta los sentimientos de María, lo cual por sí solo hubiera imposibilitado que diera rienda suelta a su imaginación. Además, como explicación de la encarnación, la doctrina del nacimiento virginal es un fracaso rotundo. En sí misma es un misterio tan grande como el que pretende explicar. Incluso después de las narrativas del nacimiento tenemos que preguntarnos: ¿Cómo descendió sobre ella el Espíritu Santo? ¿Cómo la cubrió el poder del Todopoderoso? Estas preguntas, en esencia, no son distintas a: ¿Cómo se encarnó?

      No

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