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arreglar las cosas, lo pensé durante todo el día en mi trabajo. No quiero que estemos mal, no quiero que terminemos así.

      Megan suspira.

      —Yo tampoco quiero terminar así Tómas, pero no me has dejado opción… ¿sabes? Los niños preguntan por ti, no sé qué decirles. Pero antes que entiendan ellos, debes entender tú primero…

      Tómas interrumpe.

      —¡Lo entiendo! Créeme que lo entiendo, por eso quiero arreglar las cosas, no quiero que mi trabajo nos afecte a nosotros ni a los niños. Megan te amo, sabes que es así.

      Un silencio prolongado.

      —Yo también te amo, cielo…debemos hablar. Tenemos que buscar una solución.

      —Justamente, me dirigía a casa de tu madre para encontrarnos…

      —¿Qué? ¿A estas horas? ¿Dónde te encuentras?

      —Creo que a mitad de camino. El auto se averió y estoy aquí tirado. No he traído herramientas ni nada.

      —¡Tómas! ¿Cómo se te ocurre viajar a estas horas? ¿En qué estabas pensando?

      —Por favor Megan, no era un momento para pensar cuando llegué a casa, hice lo primero que se me ocurrió. No vamos a empezar a pelear, ¿no?

      Un suspiro del otro lado de la línea.

      —No…está bien. Hay una estación de servicio a la entrada de la ciudad, ¿verdad? Llamaré, quizás ellos tengan alguna grúa o algo. Te avisaré en unos minutos.

      —Bien –—contestó Tómas—, aquí estaré.

      Cinco minutos pasaron antes de que el celular de Tómas volviese a sonar.

      —¿Amor?

      —Ya los he llamado, cielo. Se dirigen hacia allá con una grúa, prende las balizas del auto para que te puedan identificar.

      —Gracias, prometo ir a casa de tu madre apenas llegue, ¿de acuerdo? Te amo.

      —Yo también, Tómas. Te enviaré el número de la estación para que lo agendes por si acaso.

      —Bien. Nos vemos pronto.

      —Adiós.

      Tómas entra al auto y prende las balizas. Y espera, solo espera a que vengan por él, mientras aún sigue escuchando esa vieja estación de radio.

      Han pasado alrededor de unos treinta y cinco minutos, pero no hay nadie a la vista, nadie hacia Hanikan, nadie hacia Río Desbordado. Piensa en llamar nuevamente a la estación de servicio creyendo que en el lapso de tiempo que ha transcurrido es suficiente como para que llegaran y así lo hace; pero el hombre de aquel lugar con voz grave y saturada por el cigarrillo, le dice que están en camino y que aguarde con paciencia. Tómas no tiene esa paciencia, y mientras se encuentra dubitativo contemplando la oscuridad, lejos a la derecha y adentrándose en el bosque, ve un pequeño brillo. Trata de agudizar la vista, pero no alcanza a distinguir lo que es y decide bajar del auto para observar mejor. El frío se ha vuelto insoportable y Tómas tiembla y le rechinan los dientes. Avanza unos pasos más para contemplar aquel brillo amarillo, y piensa que quizás es el hogar de alguien. Después de todo, no sería la primera vez que una persona decidiera vivir lejos de la ciudad.

      Tómas regresa a su coche, quita las llaves y abre el baúl. Allí tiene un bidón de nafta que de nada le sirve en ese momento, y unos trapos sucios que utiliza para limpiarse cuando trabaja con sus herramientas. Luego, se pone a buscar al costado de la ruta algo que le sirva para hacer un hisopo y tener luz adicional por el tiempo que fuera, todo servirá. Después de un rato de buscar, encuentra por fin una varilla de hierro, es perfecta. Regresa al baúl y envuelve la parte superior con algunos trapos y luego, la humedece con nafta, eso le daría unos cuantos minutos de luz, quizás más.

      Después de sacar sus cigarrillos, el encendedor, el celular del auto y dejar las luces bajas, empieza a transitar aquella oscuridad sin hacer uso del hisopo. El brillo no parece estar a más de doscientos metros de él, pero el camino se ve obstaculizado por incontables árboles que se suceden uno tras otro. Tómas sigue por el borde de la autopista, queriendo estar justo frente a esa luz antes de adentrarse en el sombrío bosque. Escucha sonidos que jamás ha distinguido antes e ignora la existencia de muchas criaturas que se ocultan en las sombras.

      De lo único que realmente es consciente, que su cuerpo verdaderamente siente, es un frío mortal que parece aumentar hasta el punto de hacerlo mover torpemente por la hierba.

      Cuando por fin llega frente a la luz de esa misteriosa casa, esta de repente se apaga. A Tómas le parece raro, pero luego normal. No es hora de estar levantados, piensa. Aún así, aquel lugar que en un principio le pareció muy cerca, ahora le resulta extrañamente más lejano. Tómas decide adentrarse en las penumbras, saca su encendedor y prende el hisopo. Este ilumina con intensidad sus alrededores y muchas cosas que se hallaban ocultas en las tinieblas comienzan a moverse, a huir de un lado para el otro. Tómas se inquieta por un momento, pero sabe que no tiene mucho tiempo antes de quedarse sin luz. Comienza a caminar lentamente hacia el este, donde imagina que se encuentra el origen de esa luz que antes había visto; y mientras lo hace, le envía un mensaje de texto al hombre de la estación para comunicarle donde se encuentra de no regresar al auto para cuando lleguen. Tropieza muchas veces, aunque el camino está casi limpio de árboles. Aún así, misteriosos seres de la noche escapan de él y su luz, de sus torpes pisadas y agitada respiración a causa de la helada.

      Su luz apenas espanta la oscuridad y por fin divisa un gigante cuerpo oscuro delante de él. Se acerca y en efecto, con un suspiro, comprueba que se trata de aquella casa que le pareció inalcanzable. Su hisopo empieza a parpadear, a extinguirse, así que lo arroja a un lado y abre la portezuela de rejilla para golpear la puerta principal, cubierta de pequeñas ventanillas en su mitad superior. Golpea dos veces y espera. Nada. Intenta nuevamente, dando tres golpes fuertes pero nadie parece enterarse. Tómas, que no soporta ya el frio, acerca su rostro a una de las ventanillas cubriendo su cara con las manos, buscando ver mejor en las tinieblas del interior. Se queda un momento así, pero no llega a distinguir lo que hay dentro, solo nota algunas cosas tiradas por doquier y nada más. Al no saber qué hacer, mira hacia los costados pero solo el silencio contesta sus pensamientos. Luego, misteriosamente la puerta se abre un poco, haciendo sonar sus goznes. Tómas duda, empuja la puerta con su mano y decide entrar aunque sea para que lo escuchen. Vuelve a saludar en voz alta, pero nadie responde. Avisó que iba a entrar, pero nada, solo silencio. Tómas por fin se adentra en la oscuridad y oye el eco de sus pasos al avanzar sobre extrañas cosas desperdigadas en el suelo. Trata de escrutar las tinieblas, pero sus ojos no encuentran nada. Al fin, ve como se prende una luz al fondo de un pasillo, al lado de una escalera y una silueta atraviesa la puerta de un lado a otro. Rápidamente, se dirige hacia ella anunciando su presencia y pidiendo permiso, pero cuando llega se sorprende al ver que no hay nadie. Se encuentra en una cocina muy descuidada y maloliente. Hacia su izquierda, descubre una puerta. Piensa que quizás la persona se ha ido por allí. Cuando se pone en marcha, la luz titila. Busca el interruptor, pero todo queda en penumbras, excepto por un lejano y tenue resplandor a lo lejos. Desde el umbral, observa como un suave fulgor desciende por las escaleras, se dirige lentamente hasta el pie de las mismas y vuelve a llamar, pero sin respuesta. Decide subir lentamente, tomado de la baranda mientras observa que el brillo proviene de unos de los cuartos. Cuando lo alcanza, la luz se apaga. Tómas se asusta; algo está mal en ese lugar e inmediatamente escucha lo que parecer ser un niño rezando. Estos susurros se convierten en risas. Tómas pregunta quien anda ahí y cuando lo hace, las risas callan.

      Tras unos segundos, escucha unos pasos que se acercan a él, y luego las risas vuelven. Alcanza a ver una desfigurada silueta al momento que esta lo empuja escaleras abajo. Cae con brusquedad y justo cuando piensa que el suelo detendría su caída, algo se quiebra, siente cómo lo atraviesa, rueda un poco y choca contra una dureza. Se queda un momento en el piso quejándose, por suerte no se ha lastimado gravemente. Cuando se incorpora, descubre que se encuentra en un cuarto y la brillante luz de la luna llena entra por las ventanas. Se incorpora y mira hacia adelante. Hay una puerta cerrada. Se acerca exaltado, la abre y se sorprende todavía

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