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      Guadalupe Marín

      (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1895 - Ciudad de México, 1983) fue un personaje relevante en el ambiente intelectual mexicano de la época, controvertida e incómoda. Su rebeldía le hizo abandonar los estudios antes de terminar la primaria. Trabajó como modelo para Diego Rivera, con quien contrajo matrimonio. Se divorció y se casó con el poeta Jorge Cuesta. En 1938 publicó la novela La única, y en 1941 Un día patrio, sin una buena recepción por parte del medio literario del momento. Dio clases de costura y dirigió un programa de televisión donde hablaba de literatura, cine, moda, decoración, política y recetas de cocina.

      Guadalupe Marín de Rivera, México. 1924 Photograph by Edward Weston Collection Center for Creative Photography © 1981 Center for Creative Photography, Arizona Board of Regents

      Anaclara Muro

      (Zamora, Michoacán 1989) estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la unam y la maestría en Estudios Históricos en la uaq. Publicó los volúmenes de poesía No ser la Power Ranger Rosa (2017, Editorial Montea) y Princesas para armar (2017, Editorial El Humo). Dirige el proyecto audiovisual Vulvatómicas y trabaja en Editorial Palíndroma.

      Portada de la primera edición ©Diego Rivera

      COLECCIÓN VINDICTAS

      NOVELA Y MEMORIA

      GUADALUPE MARÍN

      LA ÚNICA

      INTRODUCCIÓN

      ANACLARA MURO

      UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

      México 2020

      EL ÍMPETU QUE ES TODA ELLA

      Hojeaba libros con frustración. Buscaba material para la tesis. Había cambiado ya dos veces de tema. Los textos de las mujeres que me interesaban no aparecían por ningún lado, estaban escondidos, incompletos y dañados. ¿Por qué a nadie le preocupó guardar estos documentos? ¿Por qué otros sí fueron conservados y estos no? ¿Qué no tienen estos que sí tienen aquellos?

      Me sentía inconforme porque no bastaba con saber que esas mujeres existieron. Debería interesarnos qué hicieron, qué escribieron, cómo, por qué, cuáles fueron las dificultades que enfrentaron, cómo fueron recibidas sus obras. A veces, esto es una labor imposible. Escuché algunas opiniones fáciles, como que los textos no habían sobrevivido porque no eran buenos o porque las mujeres que los escribieron no tuvieron formación. Parece redundante decir que los textos de las mujeres han sido desechados, ignorados y despreciados, pero hay que preguntarse cuáles fueron las circunstancias que no permitieron a los textos ser conocidos, difundidos y valorados.

      Tenemos que aprender a ignorar a la voz burlona que insiste en que si los textos no pasaron a la Historia con mayúscula, es porque no eran lo suficientemente buenos. Estas formas de pensamiento simulan estar ancladas a la realidad, a la lógica. Pero la lógica y la realidad no siempre están relacionadas ni siempre son lo que parecen. La realidad es que las circunstancias son distintas para cada persona y para cada texto. Las razones que hacen que una obra sea leída, apreciada y conservada responden a una multiplicidad de factores. La colección Vindictas es sumamente valiosa porque nos abre los ojos a textos completamente olvidados y les otorga una nueva oportunidad de ser leídos y apreciados.

      Lo primero que se suele saber de Guadalupe Marín es que estuvo casada con dos conocidas figuras de la cultura mexicana posrevolucionara: Diego Rivera y Jorge Cuesta. La biografía de Marín parece girar en torno a ellos; pero, incluso en ese sentido, está borroneada de la historia, porque se divorció de ambos y ella no es una figura principal en sus biografías. Sin embargo, también fue un personaje importante, no solo porque posó para muchos de los artistas reconocidos y se convirtió en un referente de la vida cultural entre los intelectuales de la época. Marín publicó dos novelas absolutamente novedosas para la literatura mexicana: La única en 1938 y Un día patrio en 1941. Su obra fue condenada al silencio, en gran parte por el resentimiento de los familiares y amigos de Jorge Cuesta, a quien deja muy mal parado como personaje de ficción, puesto que expone la relación violenta y decepcionante que vivieron.

      El artículo de Tablada comienza explicando que, para desventura de los lectores, se acababa de encontrar a la autora en la Central de Publicaciones, a quien conocía porque había sido esposa de Rivera; dice que ella misma le dio el libro y le pidió, casi le exigió, que escribiera sobre él pues nadie más se había atrevido. Tablada asegura que es un libro “repugnante, indiscreto y deletéreo”, reflejado completamente en su autora, de quien insinúa que es “virago o marimacho”, además de subrayar que era una chismosa “de inagotable verborrea” que “pudo darse un barniz de cultura, pero tan leve”. Sobre la novela dice muy poco; habla de Marín, la compara con las artesanías que coleccionaba Diego Rivera, como “la infidelidad, la indiscreción de los botellones de Guadalajara”. De ahí viene su crítica literaria: describe la trama de la novela como “un chiquihuite de ropa sucia por su contenido y por su forma burda y mal tramada”. ¿Quién no se engancha con una descripción así?

      Esos comentarios provocaron que me obsesionara con encontrarla, pero parecía imposible. Había pocos ejemplares a la venta, incomprables, y algunos en bibliotecas lejanas. Finalmente, di con la copia conservada en la Biblioteca Nacional. La portada era intrigante: la cabeza de Jorge Cuesta sobre una bandeja sostenida por una mujer bicéfala, imposible no pensar en Judith, imposible no pensar en la novela desde la autorreferencialidad. El dibujo fue trazado por Diego Rivera. ¿Qué relación habría tenido con sus dos maridos? Apenas uno de los chismes: se supone que una de las cabezas es el retrato de la misma Marín, la otra, el retrato de su hermana. Una de las muchas cosas que niegan los defensores de Cuesta, es que él tuvo un romance con ella mientras Marín estaba internada en un psiquiátrico porque ningún doctor lograba descubrir de qué estaba enferma y creyeron que estaba loca.

      La novela me pareció divertidísima, ágil, coloquial y ocurrente; además, es un libro con el que puedo sentirme identificada. Y no es que apele a un sistema de valores literarios donde lo simple es mejor que lo complicado o lo fácil que lo difícil. No es ni de una forma ni de otra, porque cada obra se lee distinto y nadie puede establecer un sistema de valores literarios absoluto. En este caso, la novela tiene su encanto en lo cotidiano, en las pláticas y razonamientos sobre lo que observa y siente la protagonista, Marcela, quien defiende constantemente su libertad. Resulta bastante complejo establecer la relación entre características y valores literarios. Es necesario hacer hincapié en esto, porque la obra que se presenta en esta edición ha sido continuamente descalificada por mala, sin derecho de réplica. Se ha dicho de ella muy poco, y todo, o casi todo, consiste en que el texto no es bueno, que Guadalupe Marín no era escritora, que su libro lo pagó ella misma y que eso no vale como literatura. Punto.

      Es obvio que existen criterios que cambian conforme pasa el tiempo y la misma obra puede ser valorada por razones totalmente distintas. Por ejemplo, uno de los criterios que se discutía en los tiempos en que Guadalupe Marín convivía con Jorge Cuesta, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, era si la literatura que merecía lugar y reconocimiento debía ser viril, y lo que hacía a una literatura viril tenía que ver con lo patriótico. De esta forma, los Contemporáneos —que son algunos de los autores de esa época que más leemos

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