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      Primera edición: octubre 2020

      Título: La Orden de Caín

      Diseño de la colección: Editorial Vanir

      Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

      De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

      Shutterstock

      Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2020

      Del texto: ©Lena Valenti, 2020

      De esta edición: © Editorial Vanir, 2020

      ISBN: 978-84-17932-19-0

      Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

      Índice

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Capítulo 17

       Capítulo 18

       Capítulo 19

       Capítulo 20

       Capítulo 21

       Capítulo 22

       Capítulo 23

       Capítulo 24

       Capítulo 25

       Capítulo 26

       Capítulo 27

       Capítulo 28

       Capítulo 29

       Capítulo 30

       Epílogo

      «Einstein había rechazado la idea de que Dios juega a los dados. Sin embargo, todas las evidencias indican que Dios es un jugador impenitente».

      Stephen Hawking

      Desde la ventana del tren todo parecía normal. Imperturbable.

      El traca traca del sonido de las ruedas sobre los raíles la incitaban a meditar más de lo que deseaba. Era una melodía hipnótica que la llevaba a filosofar sobre aspectos de la realidad que les había tocado vivir. Los árboles tan verdes como frondosos permanecían estoicos al paso del tiempo y de las estaciones, porque siempre habían estado ahí. No sabían ni podían no hacerlo. De hecho hacía mucho que ocupaban ese mismo lugar, viendo transcurrir con aburrimiento el mismo tren, una y otra vez.

      El cielo, azul con alguna que otra nube tormentosa salpicada, era lo que cubría el lienzo terrenal a diario, y aunque cada día era distinto, continuaba en su sitio. Haciendo lo mismo. Sujetando al sol, la luna, las nubes y las estrellas. Algo tan magnánimo resultaba hasta normal para las personas. Y era bochornoso haber perdido la capacidad de sorprenderse por los destellos de magia de la vida.

      Pero Erin lo entendía. Ella se sentía un poco como todos. Aburrida y cansada de lo mismo. Porque había entendido que la vida estaba repleta de elementos estables y duraderos, longevos… Pero todo lo demás era una nota discordante en aquella permanencia divina. Los únicos que estaban ahí de paso eran los humanos. Su ciclo de vida era corto comparado al de los elementos que conformaban el escenario que les tocaba decorar.

      Los astros se mantendrían ahí al mirar al cielo.

      Los ríos seguirían corriendo.

      El mar continuaría siendo infinito.

      El universo insondable.

      La tierra firme.

      Y los campos arados y las siembras recogidas. Porque en lo perenne nada se detenía y todo acababa fructificando.

      En cambio, lo caduco transformaba cualquier horizonte. Cuando algo que siempre estaba ahí, dejaba de estarlo, todo se descomponía. Las estampas jamás volvían a ser las mismas.Y si era un pilar el que de verdad se iba, podía hacer caer los cimientos emocionales de una misma y teñir fotos que antiguamente habían sido de colores en sepia o en tonos grises y deprimentes.

      Su madre Olga ya no las recibiría con una sonrisa ni con su bizcocho casero cuando fueran de nuevo a la Masía familiar. Ella ya no lo haría porque ya no estaba. Olga había muerto hacía un mes víctima de un terrible incendio que se produjo en la casa de montaña de su mejor amiga, en el sur de Francia, mientras pasaba ahí un fin de semana de mujeres, como ella los solía llamar.

      Ambas murieron. Inesperado. Fatídico. Doloroso y trágico.

      Un mes después dolía igual que el primer día y su corazón

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