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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Amanda Browning

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Arriesgando el corazón, n.º 1091 - noviembre 2020

      Título original: The Seduction Bid

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-892-9

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      KARI Maitland se enfadó tanto que estaba a punto de ponerse a escupir clavos. La causa de su furia era un artículo que había aparecido en el periódico que en ese momento apretaba en la mano. El mismo periódico, por cuya redacción caminaba decididamente.

      Sin hacer caso al súbito silencio que había producido su entrada, ni de las cabezas que se levantaban a su paso, siguió avanzando hacia el despacho que era su destino. Nadie intentó detenerla y, si lo hubieran hecho, habría pasado por encima de sus cadáveres. Con el vestido azul zafiro se parecía mucho a un ángel vengador.

      Aunque no le interesaba nada la impresión que estaba creando. Kari fijó firmemente su mirada en la figura masculina que podía ver a través del cristal de la puerta. Estaba cómodamente sentado detrás de la mesa y con los pies apoyados en el marco de la ventana. Esa visión la enfadó más todavía. Se había encontrado llorando a su amiga Sarah por culpa de ese hombre ¡y a él no parecía preocuparle nada el terremoto que había causado!

      La pobre Sarah había trabajado tan duramente para superar el escándalo que su padre había organizado… Y ahora que había logrado hacer algo con su vida y había encontrado a un hombre al que podía amar y en quien confiar, el editor de ese… de esa hoja de escándalos, lo había hecho resucitar todo de nuevo.

      La ira se reflejó en su rostro cuando pensó en su amiga, pero eso no pudo esconder su belleza. Ese día llevaba sujeto el rubio cabello en un moño que le permitía mostrar su cuello de cisne. Tenía una complexión claramente británica, una piel de porcelana y unos huesos tan finos que parecían hasta frágiles. Sus ojos, de largas pestañas y de un color azul profundo, miraban generalmente con un calor genuino y su boca tendía siempre a la sonrisa.

      Pero no ese día. La única emoción que se reflejaba en sus ojos era la ira. Pensó de nuevo en Sarah y sus labios se apretaron. Cuando llegó al apartamento de su amiga para su almuerzo semanal juntas, sólo había tenido que mirarla para ver el estado en que se encontraba. Y no tardó mucho más en descubrir la razón: ese maldito artículo. Como era normal en ella, Sarah no quiso organizar mucho lío, pero Kari no lo podía dejar así. Alguien tenía que poner las cosas en su sitio y ella era exactamente esa persona.

      No se molestó en llamar a la puerta del despacho y entró directamente. Desde donde estaba, podía ver que el hombre sentado tenía los ojos cerrados y dedicó un segundo para estudiarlo.

      Su espeso cabello oscuro estaba despeinado, llevaba lo que parecía ser una chaqueta de vestir. Con ella puesta, se había quedado dormido.

      Cerró la puerta de golpe.

      –¿Qué demonios?

      Lance Kersee se despertó de golpe, y eso le produjo un pinchazo de dolor en la cabeza. Abrió los ojos grises inyectados en sangre y se encontró directamente con el rostro de un ángel de Botticelli. Frunció el ceño. Corrección, un ángel de Botticelli muy enfadado. Un ángel de Botticelli que parecía como si acabara de oler algo muy desagradable y que emanara de él. No era esa exactamente la clase de reacción a la que estaba acostumbrado. Esa chica era más alta que la media, casi metro ochenta, y tenía curvas en los sitios adecuados. Había un aspecto de clase en ella que indicaba algo acerca de una vieja fortuna familiar. Sin duda era la mujer más impresionante que había visto desde hacía tiempo. Y esas piernas… Eran eternas. Su interés se vio inmediatamente despierto, hasta que observó de nuevo su expresión, entonces parpadeó y cerró los ojos. Perfecto, justo lo que necesitaba en sus condiciones actuales.

      Le gustaría tomarse un café. Había llegado a ese estado porque había perdido el vuelo que pretendía tomar y el resultado estaba siendo tan malo como se había imaginado. Y ahora eso… Normalmente habría hecho lo que pudiera para calmar a esa mujer y descubrir lo que estaba pasando, pero como no había dormido casi nada en los últimos dos días, no estaba de humor como para ser encantador.

      –¿Le han dicho alguna vez eso de que antes de entrar en un sitio hay que llamar a la puerta y esperar a que le dejen entrar? –gruñó al tiempo que se pasaba una mano por los cansados ojos.

      Kari observó ese signo de fragilidad sin conmoverse y dejó el ejemplar del periódico sobre la mesa con toda la fuerza de su ira.

      –Supongo

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