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      UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA

      Dr. Ricardo Villanueva Lomelí

      Rector General

      Dr. Héctor Raúl Solís Gadea

      Vicerrector Ejecutivo

      Mtro. Guillermo Arturo Gómez Mata

      Secretario General

      Dr. Aristarco Regalado Pinedo

      Rector del Centro Universitario de los Lagos

      Dr. Francisco Javier González Vallejo

      Secretaria Académica

      Dra. Rebeca Vanesa García Corzo

      División de Estudios de la Cultura Regional

      Mtra. Yamile F. Arrieta Rodríguez

      Jefa de la Unidad Editorial del Centro Universitario de los Lagos

      Primera edición, 2020.

      © Armando Valdés-Zamora

      ISBN 978-607-547-609-4

      D. R. © Universidad de Guadalajara

      CENTRO UNIVERSITARIO DE LOS LAGOS

      Av. Enrique Díaz de León 1144, Col. Paseos de la Montaña, C.P. 47460

      Lagos de Moreno, Jalisco, México

      Teléfono: +52 (474) 742 4314, 742 3678 Fax Ext. 66527

      http://www.lagos.udg.mx/

      Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por

      cualquier sistema de recuperación de información, sea mecánico, fotoquímico, electrónco,

      magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, existente o por existir, sin el

      permiso previo por escrito del titular de los derechos correspondientes.

      Se editó para publicación digital en septiembre de 2020.

      Para Ariane, Joaquim y Calixte,

      nacidos en Francia.

      Proserpina extrae la flor

      de la raíz moviente del infierno,

      y el soterrado cangrejo asciende

      a la cantidad mirada del pistilo.

      Minerva ciñe y distribuye

      y el mar bruñe y desordena.

      Y el cangrejo que trae una corona.

       (…)

      Escalera entre la flor y el espejo,

      la araña abriendo el árbol en la noche,

      no pudo llegar al mar.

      Y el cangrejo que trae una corona.

      José Lezama Lima

      (“Minerva define el mar”)

      Una vez nací en Cuba

      (Mi cita con Monsieur Goggins)

      Después de un tiempo de espera tan fastidioso que de no ser por la insistencia de Caroline, hubiera olvidado la historia y el encuentro que narro aquí; tuve al fin mi cita con Monsieur Goggins en la ciudad de San Sebastián.

      Esto de la cita y de San Sebastián se dice fácil, pero no lo fue. Al menos para mí. No es el objetivo de estas líneas contar los detalles de la larga espera, o peor aún, del itinerario por ciudades elegidas para el encuentro durante los años en que traté de sentarme a conversar con este señor. Ciudades por cuyas plazas, cafés y hoteles deambulé en vano a la espera de su aparición. Lisboa, Madrid, Bunos Aires, Bogotá, Río de Janeiro y Ouro Preto, Londres, Praga, y por supuesto París, donde yo vivo, estuvieron en su lista. Porque era él quien elegía las ciudades a través de una infinitud de mensajes. Y era él también quien a última hora cancelaba las citas con pretextos que, eso sí, giraban alrededor de dos razones paradójicas: su precaria salud y los compromisos de su abultada agenda.

      Tampoco interesa mucho dar detalles aquí de quién es Monsieur Goggins. Entre otras muchas razones porque son pocas las precisiones que se tienen sobre la persona de este discreto multimillonario y coleccionista de arte. Lo que podría justificar lo que sigue (en todo caso para mí) es la razón por la cual me dispuse a esperarlo como un idiota en cuanto rincón de este mundo se le ocurrió darme cita.

      Resumámoslo así: estaba confirmado que el Monsieur Goggins tenía en sus manos informaciones preciosas y atesoraba manuscritos y parte de la colección de arte del no menos misterioso diletante franco-cubano Cornelius Monteagudo (Santa Clara 1928-París ¿1999?) sobre quien yo había comenzado hace tiempo a recopilar manuscritos para escribir una monografía (que se ha ido convirtiendo en una biografía) y era tema de una tesis que Caroline preparaba en la Sorbona desde la época en que nos conocimos.

      Hay que aclarar que lo de diletante se lo atribuyo yo después de tanta búsqueda fallida, porque al susodicho Cornelius se le considera poeta, narrador y también coleccionista (entre otras cosas por haberlo dicho él mismo) cuando, a estas alturas, faltan muchas pruebas de su obra, sin contar de su desaparición sin dejar rastros.

      Debo admitir que lo que había comenzado por una curiosidad se fue convirtiendo con el tiempo en un capricho. Enfrascado en investigar sobre las huellas de cubanos prominentes en la cultura y la vida de Francia, me encontré un día su nombre en una dedicatoria que le hiciera desde su exilio en Lausana el también franco-cubano Armand Godoy de su libro Traductiones poétiques de 1961: “Al querido compatriota Cornelius, que esconde los misterios de la isla coloreada por el toscano”. Esta intrigante referencia y la decisión de Caroline de hacer una tesis sobre este ilustre desconocido, hicieron el resto.

      A principios de junio, en el buzón de mi apartamento, apareció un sobre blanco cerrado en cuyo interior estaba escrito: “24 juin. 15h. Square des Batignolles. Sculpture Les Vautours. M. G”. Me llené una vez más de paciencia, antes de decidir que iría. Debo aclarar que ir a una enésima cita con el Monsieur Goggins en un lugar cuya indicación era una escultura de auras tiñosas no era nada estimulante. Nada dije esta vez a Caroline, quien de manera injusta culpaba a mi incompetencia detectivesca por el retraso de su tesis.

      Como era de esperar a esa hora y un día de semana sólo había aislados viejos semidormidos en los bancos. La presencia imponente de la escultura de auras en el medio del estanque -al centro del parque-, me hizo pensar que esta vez no me haría perder mucho tiempo el millonario tratando de dar con el lugar exacto del encuentro. Me di cuenta que las excéntricas ocurrencias de Monsieur Goggins ponían otra vez a prueba no sé si mi intelecto o mi ecuanimidad ¿cómo saber cuál de los bancos que rodean el estanque era el destinado para el encuentro, si en la escultura se pueden contar, una, dos, tres, cuatro auras? Me dije que debería ser la que se posa en la cima de la roca. Seguí su mirada de carroña y tracé una línea imaginaria sobre el agua sucia hasta un solitario banco y me senté a esperar.

      Para mi malestar a los pocos minutos vi venir hacia el banco a una muchacha en jeans con un piercing en la nariz y un visible tatuaje en el cuello descubierto. Maldije en silencio que aquella presencia molestara mi cita y me dispuse a irme al mismo tiempo que ella se sentaba a mi lado. Fue entonces cuando escuché decirle en perfecto español: “Mano era sin sangre la seda que borraba”, a lo que de manera automática añadí: “La perfección que muere de rodillas”, antes de concluir ella: “Y en su celo se esconde y se divierte”.

      Era la primera vez que alguien con forma humana venía a darme una señal de la existencia de Monsieur Goggins. No estoy seguro pero creo que una confusa satisfacción se imponía en mi espíritu al desconcierto de tratar de adivinar la relación

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