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      Índice

      1  INTRODUCCIÓN

      2  1

      3  LA BÚSQUEDA

      4  2

      5  POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS

      6  3

      7  LA CAUSA

      8  4

      9  SAN MARTÍN

      10  ENTREVISTA FINAL

      11  EPÍLOGO

      12  AGRADECIMIENTOS

      Landmarks

      1  Cover

      Schamun, Candelaria

      Cordero de Dios. - 1a ed. - Buenos Aires : Marea, 2013. - (Ficciones reales; 3)

      E-Book.

      ISBN 978-987-1307-60-9

      1. Investigación Periodística. I. Título

      CDD 070.4

      Fecha de catalogación: 06/03/2013

      Edición: Constanza Brunet

      Coordinación editorial: Virginia Ruano

      Diseño de tapa y de la colección: Grupo KPR

      Armado de interior: Hugo Pérez

      © 2012 Candelaria Schamun

      [email protected]

      © 2012 Editorial Marea SRL

      Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

      Tel.: (5411) 4371-1511

      [email protected]

      www.editorialmarea.com.ar

      ISBN 978-987-1307-60-9

      Impreso en Argentina

      Depositado de acuerdo a la Ley 11.723

      Todos los derechos reservados.

      Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial

      La piqueta al hombro,

      el sepulturero,

      cantando entre dientes,

      se perdió a lo lejos.

      La noche se entraba,

      reinaba el silencio:

      perdido en las sombras,

      medité un momento:

      ¡Dios mío, qué solos

      se quedan los muertos!

      Qué solos se quedan los muertos, Gustavo Adolfo Bécquer

      Pero la verdad completa sobre alguien o sobre algo

      solo puede ser contada en una novela.

      El hombre del toque mágico, Stephen Vizinczey

      Su florcita la encontraron

      en un gran descampado

      su madre grita sin compasión.

      Sin vida estaba

      tirada, golpeada.

      ¿Por qué? ¿Quién fue

      Su florcita, Agrupación Marilyn

      A Candela.

      A mi mamá, a mi papá.

      A mi abuela María.

      A mis hermanos.

      Martes 23 de agosto de 2011, 20 h. Veo por primera vez a Candela en un anuncio de Facebook. Red Solidaria y Missing Children dan las primeras descripciones del caso: en Hurlingham, alertan, desapareció una nena de once años. En la foto, Candela lleva guardapolvo blanco. En ese momento, trabajo como redactora de Sociedad del diario Clarín.

      Llamo al teléfono publicado en Facebook. Atiende una mujer. Dice que la madre de Candela no puede atender. “Está en shock”, explica. Le pregunto por el padre. “Olvidate. El padre está muerto”.

      Me entero que Candela es alumna de sexto grado, abanderada y girl scout.

      Virginia Messi, compañera de la sección Policiales, llama a una fuente judicial. Dice que el padre de Candela aún vive:

      –Está preso en la cárcel de Magdalena cumpliendo una condena por robo calificado. Le dicen Juancho.

      Olemos algo raro. A la mañana siguiente voy a Hurlingham, el barrio de Candela. En la puerta de Coraceros 2552, su casa, están los móviles de televisión. La calle, cortada. Ahí conozco a Carola Labrador, la madre, con campera de lana celeste, el pelo teñido de rubio claro. Tiene la boca empastada de tanto hablar con la prensa, me da la impresión de una mujer atormentada por la exposición mediática.

      La ventana de Coraceros siempre está cerrada. Durante la búsqueda nadie quiere hablar.

      Vuelvo al barrio en octubre, buscando información.

      Un cartel naranja de Daniel Scioli dice:

      “Si por cada golpe al narcotráfico, una familia menos se destruye, crecimos. Entonces sigamos creciendo”.

      A la primera persona que entrevisto es a Cristian, cuidador del cementerio de Hurlingham, el encargado de custodiar la tumba de Candela. Me invita a sentarme en un tronco, a veinte metros del sepulcro. Afuera del cementerio, sobre la vereda al lado de un árbol, descansa un gallo de plumas doradas. Sus patas están amarradas con cintas verdes, azules, amarillas y rojas. Al costado, entre velas, un reguero de pochoclos y un frasco de mermelada con un líquido ámbar. Una ofrenda similar dejaron sobre la calle Cellini, frente al lugar donde los asesinos tiraron el cuerpo de Candela dentro de una bolsa de residuos. Allí los vecinos levantaron un precario santuario presidido por una cruz hecha con un par de tirantes viejos. Los tirantes están unidos con las cintas rojas y blancas con la leyenda “peligro” que usó la Policía para delimitar la escena secundaria del crimen. Ahí alguien deja una sábana rosa salpicada con sangre, un puñado de porotos negros y blancos y maíz y algo parecido a una pata de gallina entre plumas blancas y una invasión de moscones verdes, de esos que aparecen cuando hay sangre o cadáveres. Un rito. José Miceli, director del Gabinete de Investigaciones Antropológicas de Corrientes y especialista en crímenes rituales, me dice que es posible que quienes dejaron la ofrenda consideren a Candela como algo puro, por su edad. “Es un rito para el mundo de la oscuridad”, explica. La conclusión da miedo.

      Ese mismo día entrevisto a Luis Cerdán, el maletero de la estación de colectivos del Oeste, uno de los primeros en descubrir el cuerpo de Candela. Está nervioso. Me dice que no intente llamarlo por teléfono porque cambió el número y que si lo quiero volver a ver que lo busque en la estación.

      En octubre me

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