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sonreír.

      —No tengo nada.

      Lo doliente y debilitado del acento la desmentía.

      —Por Dios, señorita, no me responda que no.... ¡Si lo estoy viendo! Señorita Marcelina.... ¡Válgame mi patrono San Julián! ¡Que no he de poder yo servirle de algo, prestarle ayuda o consuelo! Soy una persona humilde, inútil; pero con la intención, señorita, soy grande como una montaña. ¡Quisiera, se lo digo con el corazón, que me mandase, que me mandase!

      Hacía estas protestas esgrimiendo un paño untado de tiza contra las sacras, cuyo cerco de metal limpiaba con denuedo, sin mirarlo.

      Alzó Nucha los ojos, y en ellos lució un rayo instantáneo, un impulso de gritar, de quejarse, de pedir auxilio.... Al punto se apagó la llamarada, y encogiéndose de hombros levemente, la señorita repitió:

      —No tengo nada, Julián.

      En el suelo había una cesta llena de hortensias y rama verde, destinada al adorno de los floreros; Nucha empezó a colocarla con la destreza y delicadeza graciosa que demostraba en el desempeño de todos sus domésticos quehaceres. Julián, entre embelesado y afligido, seguía con la vista el arreglo de las azules flores en los tarros de loza, el movimiento de las manos enflaquecidas al través de las hojas verdes. Notó que caía sobre ellas una gota de agua, gruesa, límpida, no procedente de la humedad del rocío que aún bañaba las hortensias. Y casi al tiempo mismo advirtió otra cosa, que le cuajó la sangre de horror: en las muñecas de la señora de Moscoso se percibía una señal circular, amoratada, oscura.... Con lucidez repentina, el capellán retrocedió dos años, escuchó de nuevo los quejidos de una mujer maltratada a culatazos, recordó la cocina, el hombre furioso.... Completamente fuera de sí, dejó caer las sacras y tomó las manos de Nucha para convencerse de que, en efecto, existía la siniestra señal....

      Entraban a la sazón por la puerta de la capilla muchas personas: las señoritas de Molende, el juez de Cebre, el cura de Ulloa, conducidos por don Pedro, que los traía allí con objeto de que admirasen los trabajos de restauración. Nucha se volvió precipitadamente; Julián, trastornado, contestó balbuciendo al saludo de las señoritas. Primitivo, que venía a retaguardia, clavaba en él su mirada directa y escrutadora.

      —XXV—

      Si unas elecciones durasen mucho, acabarían con quien las maneja, a puro cansancio, molimiento y tensión del cuerpo y del espíritu, pues los odios enconados, la perpetua sospecha de traición, las ardientes promesas, las amenazas, las murmuraciones, las correrías y cartas incesantes, los mensajes, las intrigas, la falta de sueño, las comidas sin orden, componen una existencia vertiginosa e inaguantable. Acerca de los inconvenientes prácticos del sistema parlamentario estaban muy de acuerdo la yegua y la borrica que, con un caballo recio y joven nuevamente adquirido por el mayordomo para su uso privado, completaban las caballerizas de los Pazos de Ulloa. ¡Buenas cosas pensaban ellos de las elecciones allá en su mente asnal y rocinesca, mientras jadeaban exánimes de tanto trotar, y humeaba todo su pobre cuerpo bañado en sudor!

      ¡Pues qué diré de la mula en que Trampeta solía hacer sus excursiones a la capital! Ya las costillas le agujereaban la piel, de tan flaca como se había puesto. Día y noche estaba el insigne cacique atravesado en la carretera, y a cada viaje la elección de Cebre se presentaba más dudosa, más peliaguda, y Trampeta, desesperado, vociferaba en el despacho del Gobernador que importaba desplegar fuerza, destituir, colocar, asustar, prometer, y, sobre todo, que el candidato cunero del gobierno aflojase la bolsa, pues de otro modo el distrito se largaba, se largaba, se largaba de entre las manos.

      —¿Pues no decía usted—gritó un día el Gobernador con vehementes impulsos de mandar al infierno al gran secretario—que la elección no sería muy costosa; que los adversarios no podían gastar nada; que la Junta carlista de Orense no soltaba un céntimo; que la casa de los Pazos no soltaba un céntimo tampoco, porque a pesar de sus buenas rentas está siempre a la quinta pregunta?

      —Ahí verá usted, señor—contestó Trampeta—. Todo eso es mucha verdad; pero hay momentos en que el hombre..., pues... cambia sus auciones , como usted me enseña (Trampeta tenía esta muletilla). El marqués de Ulloa....

      —¡Qué marqués ni qué calabazas!—interrumpió con impaciencia el Gobernador.

      —Bueno, es una costumbre que hay de llamarle así.... Y mire usted que llevo un mes de porclamar en todos lados que no hay semejante marqués, que el gobierno le ha sacado el título para dárselo a otro más liberal, y que ese título de marqués quien se lo ha ofrecido es Carlos siete, para cuando venga la Inquisición y el diezmo, como usted me enseña....

      —Adelante, adelante—exclamó el Gobernador, que aquel día debía estar nervioso—. Decía usted que el marqués o lo que sea... en vista de las circunstancias....

      —No reparará en un par de miles de duros más o menos, no señor.

      —¿Si no los tenía, los habrá pedido?

      —¡ Catá ! Los ha pedido a su suegro de Santiago; y como el suegro de Santiago no tiene tampoco una peseta disponible, como usted me enseña... héteme aquí que se los ha dado el suegro de los Pazos.

      —¿Se le cuentan dos suegros a ese candidato carlista?—preguntó el gobernador, que a su pesar se divertía con los chismes del secretario.

      —No será el primero, como usted me enseña—dijo Trampeta riéndose de la chuscada—. Ya entiende por quién hablo.... ¿eh?

      —¡Ah!, sí, la muchacha ésa que vivía en la casa antes de que Moscoso se casase, y de la cual tiene un hijo.... Ya ve usted cómo me acuerdo.

      —El hijo... el hijo será de quien Dios disponga, señor gobernador.... Su madre lo sabrá..., si es que lo sabe.

      —Bien, eso para la elección importa un rábano.... Al grano: los recursos de que Moscoso dispone....

      —Pues se los ha facilitado el mayordomo, el Primitivo, el suegro de cultis .... Y usted me preguntará: ¿cómo un infeliz mayordomo tiene miles de duros? Y yo respondo: prestando a réditos del ocho por ciento al mes, y más los años de hambre, y metiendo miedo a todo el mundo para que le paguen bien y no le nieguen una miserable deuda de un duro...—Y usted dirá: ¿de dónde saca ese Primitivo o ese ladrón el dinero para prestar?—Y yo replico: del bolsillo de su mismo amo, robándole en la venta del fruto, dándolo a un precio y abonándoselo a otro, engañándole en la administración y en los arriendos, pegándosela, como usted me enseña, por activa y por pasiva...—Y usted dirá....

      Este modo dialogado era un recurso de la oratoria trampetil, del cual echaba mano cuando quería persuadir al auditorio. El gobernador le interrumpió:

      —Con permiso de usted lo diré yo mismo. ¿Qué cuenta le tiene a ese galopín prestarle a su amo los miles de duros que tan trabajosamente le ha cogido?

      —¡Me caso!...—votó el secretario—. Los miles de duros, como usted me enseña, no se prestan sin hipoteca, sin garantías de una clás o de otra, y el Primitivo no ha nacido en el año de los tontos. Así queda seguro el capital y el amo sujeto.

      —Comprendo, comprendo—articuló con viveza el Gobernador. Queriendo dar una muestra de su penetración, añadió:—Y le conviene sacar diputado al señorito, para disponer de más influencia en el país y poder hacer todo cuanto le acomode....

      Trampeta miró al funcionario con la mezcla de asombro y de gozosa ironía que las personas de educación inferior muestran cuando oyen a las más elevadas decir una simpleza gorda.

      —Como usted me enseña, señor gobernador—pronunció—, no hay nada de eso.... Don Pedro, diputado de oposición o independiente o conforme les dé la gana de llamarle, servirá de tanto a los suyos como la carabina de Ambrosio.... Primitivo, arrimándose a un servidor de usted o al judío, con perdón, de Barbacana, conseguiría lo que quisiese ¿eh?, sin necesidad de sacar diputado al amo.... Y Primitivo, hasta que le dio la ventolera, siempre fue de los míos.... Zorro como él no lo hay en toda

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