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ya había pagado la factura y es ese momento estaba disfrutando del excelente chapo frío que el camarero le trajo para el camino.

      – Las dificultades no me dan miedo, Diego. Existen para superarlas, y yo tengo más que suficiente paciencia para hacerlo.

      – ¡Bien, señora! —dijo él alegremente y le extendió su mano para despedirse de ella de una manera amistosa.

      Curiosamente, ella no quería separarse de este joven despreocupado, y ella le miraba, tratando de entender si tenía algunos defectos. Pero aparte de la juventud, en este chaval no había nada vicioso y ella, satisfecha, prefirió despedirse de él con un beso en la mejilla. Al menos ese fue la única persona que le mostraba algo de comprensión.

      Temprano en la mañana, según lo acordado el día anterior, ella vino al puesto de alquiler de bicicletas y equipo para montarlos, pero su guía no se presentó y ella lo esperó hasta la noche, moviéndose de un café a otro y maldiciendo esta palabra española favorita “mañana”. Sin embargo, luego él vino también, explicó que había tenido una buena razón para demorar y que mañana seguramente irían a la playa quieta.

      – Váyase a casa y no se preocupe, señora —le dijo, besándola de nuevo en la mejilla.

      No durmió bien toda la noche, tenía sueños llenos de erotismo barato, y a la mañana siguiente ya estaban montando las bicicletas a lo largo del océano. Él estaba adelante y ella un poco detrás, a veces echando vistazos a sus nalgas infladas y observando la facilidad con la que pedaleaba.

      “Probablemente va al gimnasio de vez en cuando” —decidió, sintiendo en la siguiente subida que ya se estaba cansando y decidió que al regresar al continente iría a cambiar su entrenador.

      Quería gustarle al Diego, gustarle como una persona, sin ningunas implicaciones saturadas sexuales o coqueteo. No había sentido esta emoción particular desde hacía mucho tiempo, impresionar a los hombres nunca era difícil para ella y este papel de una segundona no le daba ningún beneficio apreciable y la deprimía mucho. Varias veces ella intentó alcanzar Diego en la pista, pero cada vez él huía hábilmente de esa persecución compulsiva y se reía despreocupado. Estaba enojada, pero no se rendía, esperando el viento favorable o algún error de Diego, y siendo una mujer sofisticada estaba inventando una terrible venganza. A veces, sobre todo en los descensos serpenteantes, Diego se apartaba mucho de ella, mientras en los tramos llanos mantenía burlándose la corta distancia y cada vez que su compañera se le acercaba significativamente él se aceleraba.

      Ese paseo espontáneo en bicicleta le recordó a ella su juventud lejana, y como si fuera una muchacha se quitó el casco y se soltó el pelo rápidamente atrapado por el viento de la costa. Parecía los viajes con su marido cuando los fines de semana ellos juntos fueron a andar en bicicletas de París a Reims para montar por los viñedos extensos y disfrutar del aire más puro de la Champaña. La diferencia era que durante aquellos viajes ella siempre estaba por delante e incluso cuando Jules se hizo famoso después del Tour de Francia él siempre le cedía el primer lugar.

      Siempre recordaba a su ex esposo cuando los tiempos eran especialmente difíciles como si por inercia buscara su protección y simpatía. Después del divorcio la comunicación entre ellos casi se terminó, excepto los pocos casos cuando arreglaban algo en presencia de su abogado. Sí que ella le desplumó a Jules, pero las cosas podrían haber sido aún peores para él…

      “Oh, pobre y patético Jules” —dijo con cierta amargura cuando un coche redujo la velocidad a su lado, haciendo sonar bocinas y parpadeando con los faros.

      Dentro del coche vio a una compañía de

      unos jóvenes gay en chaquetas rosas y con orejas de liebre echas de espuma en sus cabezas. Todos estos chiquitos conejitos se pegaron contra las ventanas y le mostraron a ella signos de su aprobación, como si la apoyaran en esta maldita carrera larga. Diego, burlándose, se levantó un poco, moviendo activamente las caderas y tomó mucha velocidad. Sí, se veía muy diferente en ropa deportiva y sin una guitarra.

      De repente a ella se le ocurrió la ridícula idea de regresar antes de que fuera demasiado tarde y hasta que no alejaran mucho Las Américas. ¡Al diablo con los cincuenta euros y la arena virgen de color negro! Ella no conocía nada sobre este hombre y no sabía que ese tenía en mente. ¿Y si era un maníaco que atraía ricas idiotas a las montañas, o incluso peor, era un liberal con todos esos gustos perversos y en su mochila divertida que llevaba detrás de sus anchos hombros tenía un látigo con bolas de metal y un juego de esposas de policía?

      – Diego, ¿cuánto más? —llamó al compañero, pedaleando con esfuerzo.

      Él miró hacia atrás, mostrándole su cara roja empapada y sonrió, señalando con condescendencia hacia un aparcamiento improvisado cerca de la valla.

      – He dicho ¿cuánto tiempo más tenemos que arrastrarnos allí? —preguntó ella, mientras echar un vistazo al agujero de púas cubierto de polvo que crecía en las rocas y se asombró de cómo la planta pudo sobrevivir en tales condiciones severas.

      Se detuvieron, pero no se bajaron de sus bicicletas.

      – Ya estamos cerca, señora —tomó un sorbo de la botella y sin mirar, como si fuera un gesto completamente inconsciente, le ofreció a la mujer esa agua, quizás mezclada con su saliva.

      Ella pasó por alto esa falta de tacto. Tal vez no ese comportamiento era habitual para su guía y no había nada malo en ello. Sin embargo, su ex-marido, por supuesto, nunca se comportaría así. Era un hombre muy educado y aristocrático, todo el pedigrí de sangre azul, e incluso cuando ella pidió el divorcio y ellos discutían la cuestión de dividir los bienes, él le dejó el derecho de elegir primera.

      “Después de todo, que ese español presuntuoso piense que soy feminista” —decidió, tomando el agua con avidez.

      Además, tenía muchas ganas de beber y ella no dejó ninguna posibilidad para nadie más. Diego sonrió. Estaban en un espacio abierto con vistas al océano y el viento allí era particularmente furioso. Involuntariamente ambos echaron un vistazo a la costa sinuosa. Era el momento de marea baja, la onda se había alejado mucho de la orilla y en algún lugar desde el horizonte estaba regresando una nueva onda grande… La mujer de repente imaginó que alguien ya se estaba volando sin miedo en una tabla bajo las gaviotas en el cielo.

      – Sí, para los surfistas es un paraíso —dijo Diego al notar su mirada indignada y sonrió—. ¡Pero no se preocupe, señora!” En el lugar a donde nos dirigimos le esperan solo las ondas y nada más.

      De nuevo se pusieron en marcha y sin que ella lo notara se adentraron en las montañas por un camino estrecho sin pavimentar. Diego, como siempre, se veía infatigable. A ella también la subida no le parecía difícil y cuando salieron de la carretera ruidosa, incluso tuvo tiempo para disfrutar del canto de los pájaros del bosque y estaba mirando con curiosidad los árboles que crecían densamente a lo largo del sendero, comparándolos con los castaños franceses. Pero luego, cuando el ascenso empezó a requerir muchos esfuerzos y ellos tuvieron que bajarse de la bicicleta y subir a pie, pisoteando la hierba degradada, ella volvió a sentir aquella emoción revanchista e intentó cortar el camino por los senderos secundarios. Pero de esa manera solo hizo su propia vida más problemática, mientras que el guía no miraba para atrás y no la daba la mano en los tramos difíciles. No estaba acostumbrada a ese tipo de esfuerzo y por eso le empezaron a doler los músculos de los pies y la espalda, y ella de nuevo recordó a Jules. En tales momentos la llevaba en sus brazos.

      – Diego, ¿tienes novia? —de repente preguntó ella por alguna razón.

      – Sí, señora. Vivimos en la casa de sus padres aquí cerca.

      – ¿Y a qué se dedica?

      – Está estudiando, como todos.

      La conversación no fue bien y ella prefirió no preguntar más a su guía ningunas cosas personales. Parecía que el sol llegó al cenit, pero sus rayos apenas penetraban entre las copas densas de los árboles. El camino se volvió cada vez más bifurcado, incluso a veces se dividía en tres, pero el guía

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