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tu manera de haber escuchado a tus clientes? ¿A cada uno de ellos? ¿Qué voz se movió y habló cuando escuchaste a cada cliente? Me recuerda a un magnífico órgano musical. Dos manos, dos pies ejecutando, muchos, muchos botones, instrumentos, cantidad de aire… y la aceptación de una complejidad que funciona desde aparentemente un silencio interior. Tal vez no es un silencio, sino toda una orquesta armónicamente sonando y dando sentido a nuestro propio entender.

      Este libro es un aporte fundamental al coaching: un nuevo dar vuelta la hoja de una práctica y seguir transformándola seriamente en una profesión. Para construirla, requerimos crear estándares y reconocernos como aprendices. Aprendices que se acercan al coacheado desde el respeto y la sutileza de quien toca un cristal demasiado delgado y lo cuida… Por ello, reconocer nuestra propia subjetividad y buscar llevar una supervisión de calidad a nuestro trabajo es parte de ser PROFESIONALES con letras mayúsculas.

      Leonardo ha prendido un nuevo fuego, ha creado un mundo nuevo, una nueva ronda alrededor de la calidad profesional y el crecimiento constante. Habrá quienes se sienten alrededor del mismo y otros que decidan no hacerlo desde alguna forma de arrogancia. Posiblemente estos últimos se queden afuera del juego en un tiempo menor.

      Coaching para coaches se desenvuelve siguiendo la metáfora de una travesía y está concebido como un cuaderno de bitácora. Su eje central gira en torno a la teoría y la práctica de la supervisión y en sucesivas etapas va cubriendo diversos aspectos trascendentales: el primero tiene que ver con ponernos de acuerdo sobre un lenguaje que nos ayuda en la constitución de la profesión. Estas palabras, como símbolos, pueden tener variadas interpretaciones y más aún frente a la cantidad de escuelas que surgen, con lo que posiblemente más nos desorientemos respecto a su significado. Esta perspectiva nos sirve para encontrar el punto de partida, la interpretación común del ser humano y de las posibilidades, de quiénes somos como coaches cuando participamos en el proceso.

      Entre ellas, Leonardo Wolk plantea maravillosamente el tema de la responsabilidad… ¡La responsabilidad también para el coach! En general procesamos y llevamos a que el coacheado vea la suya, pero somos ciegos cuando decimos que si el coacheado no llegó a donde quería llegar, fue porque él/ella no fue capaz. ¿Y nuestra parte de la responsabilidad? ¿Hasta qué punto nosotros nos declaramos en relación con los resultados del coacheado?

      La declaración de relación de la responsabilidad nos pasa en una transparencia incómoda, porque supongo que el otro la debe registrar. El declarar que “algo tengo que ver con lo que ocurre” muestra que, básicamente, y como humanos -como seres lingüísticos-, el tema que nos rescata de la profunda soledad de nuestro mundo interno es la relación: con nuestros juicios, con los otros, con el mundo, con la misma relación. La responsabilidad rescata esa relación básica y primaria de declararnos en relación con la relación con lo que ocurre. Desde esta posición, la elección humilde de aceptar y elegir la supervisión no servirá para sentirnos seguros de “la verdad”, pero creemos que es útil para seguir creciendo como coaches y comprendernos más en nuestra propia humanidad.

      Otro tema profundamente ligado al coaching y descripto por Leonardo en este libro, nos permitirá comprender diferencias básicas entre el quiebre y la brecha. Ya hay varias escuelas en el camino del coaching y por caminos paralelos buscan explicar el quiebre. Para algunos coaches quiebre y problema son sinónimos. Para los que queremos mantener nuestra ontología de hueso colorado, no hay problema ni quiebre afuera. El quiebre es la mejor demostración del observador que somos, dado que nosotros observamos desde nuestros compromisos. Algún compromiso se ve interceptado, dificultado en nuestro juicio o suponemos que se puede interponer, cuando declaramos el quiebre. Por eso, la brecha como está tan bien descripta aquí, es la distancia que aún falta recorrer para la obtención del logro. Cuando no hay declaración de quiebre todo está fluyendo hacia el objetivo, o algo, según nuestro parecer, se ha interpuesto. Esa transparencia de la que hablamos tiene que ver con nuestra manera de mirar y la relación que generamos con lo que sucede… de acuerdo con el observador que estamos siendo.

      Como coaches, también nos recuerda Leonardo en el capítulo 4, que los otros son en nuestros propios juicios sobre los otros. No son “así”. Sino simplemente como los observamos, aunque seamos coaches. Desde el momento en que somos seres simbólicos, no hay más un afuera, sino una interpretación a partir de nuestros propios mundos. Y no debemos olvidarnos de eso.

      Vale la pena tomarse un tiempo desde este tiempo sin tiempo del lector, para hablar de humildad, como una forma de aceptar nuestra propia caja como seres humanos. Si comprendemos que la humildad es la conciencia sobre nuestras propias limitaciones, sobre la relatividad de nuestros juicios y hasta de nuestras afirmaciones, viviremos el dolor de saber que ni siquiera esta profesión es un bastión de seguridades, de posibles éxitos, y que no nos sirve para parapetarnos en nuestro saber. Hace muchos años atrás, se describía una enfermedad del coach como “broncemia”. El bronce en sangre, el ser un héroe, una estatua, un sabio digno de honores, un oráculo de sabiduría, una necesidad de tener respuestas. Hoy sabemos, en la evolución de nuestra profesión, cuán lejos estamos de ello. Nuestra incapacidad de dar respuestas, a veces se resume en la incapacidad de hacer preguntas. Porque las preguntas muchas veces las formulamos para que el coacheado nos conteste a nosotros, nos explique y nosotros saber… para poder preguntar. Las preguntas tienen valor cuando el coacheado puede pensar en la respuesta, en lo que nunca pensó y comienza a escucharse. Cuando se logra ese diálogo maravilloso entre el que no sabe y el que sabe, que cohabitan el mismo ser. Allí se da el milagro. Pero el coach debe saber dar ese paso al costado donde solo es un catalizador, como las sustancias que simplemente son usadas para facilitar que otra reacción se produzca.

      Si el coach no se da cuenta de su propia necesidad de control presente desde la necesidad de saber, de encontrar respuesta, de buscar la pregunta ansiosamente, el coach es parte del problema.

      El autor nos comparte algunas sesiones desde el punto de vista de la supervisión. Esta perspectiva deja en claro a los coaches el valor de seguir aprendiendo de sí mismos, y cómo nosotros también escuchamos desde nuestro propio modelo, porque debemos reconocer que nuestro escuchar, aunque generoso, está plagado de nuestras propias historias y de nuestro propia manera de mirar. Este aprendizaje no solo permitirá ser mejores como opción para nuestros clientes, sino que nos dejará conocernos cada vez mejor como personas. Desde ese escuchar es que hacemos las preguntas. En general, preguntas que “hagan pensar” al cliente. Leonardo Wolk usa una metáfora: “Prestar la pregunta”, que parece un modelo poderoso. Si el valor del coaching es que el cliente se escuche; si el rol del coach es el de catalizador, sus preguntas pueden ser prestadas para que el cliente pueda entrar en el juego de darse cuenta, de escuchar las voces que lo manejan y elegir desde sus compromisos.

      No hacerlo, tener la arrogancia de creer que solo cuando nos prestamos a escuchar generosamente ya lo logramos, nos impide, al menos, intentar ampliar el mundo nuestro para darle cabida al otro. Citando al autor y compartiendo la opinión, si alguien ha vivido la experiencia de trabajar con culturas diferentes a la nuestra, no nos damos cuenta de hasta qué punto la violentamos, como conquistadores arrasando con aquello que no conocen o desprecian, en la comparación con lo que saben y conocen.

      Algunos ejemplos me han tocado especialmente, el transcultural y el duelo creo que son temas demasiado cercanos a los seres humanos, como para no detenerse a meditar cómo nosotros mismos ponemos nuestra propia historia en la historia del otro.

      Creo firmemente que, en los duelos, no lloramos la muerte o desaparición del otro o de lo otro. Creo que lloramos nuestra propia incapacidad de vivir sin el otro o sin lo otro. La incapacidad de adaptarnos, la incapacidad de aceptar lo que es, la necesidad de trampear a la vida y guardar hasta los mínimos recuerdos, tratar de retener perfumes en nuestra nariz y cerrar los ojos para habitar el mundo que ya no es, pero que creemos rescatar si nos acurrucamos y lo imaginamos. Leonardo describe el duelo como una parte fundamental del proceso de pérdida. Y no pude más que reconocer cómo se hilvana lo que se escucha con lo vivido, y recordar algo que aprendí, precisamente en Varanasi, la antigua Benarés, en India, como ceremonia mortuoria. Cuando alguien muere, lo llevan en procesión en una camilla construida por dos cañas y una tela de seda. Lo cubren con sábanas de seda que recibe como regalos póstumos y caminan hasta llegar al Ganges, con los colores

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