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la Palabra de Dios, se requiere que los frailes dominicos realicen oraciones privadas asiduamente, idea que se refleja en el término benedicere, «bendecir», también conocido como «mediación presbiteral». Por su parte, praedicare significa difundir y predicar el ministerio de la Palabra, concepto que daría sentido al nombre de la Orden: Orden de los Predicadores. Además, existen otros cuatro pilares que conforman las características fundamentales de los dominicos. Éstos son: el carácter docente y universitario, el marcado sentido apostólico y su vocación misionera; aspectos que resaltan sobremanera en la figura del dominico fray Juan José Gallego.

      3 Laudare, benedicere y praedicare significa «alabar», «bendecir» y «predicar». Esta divisa se aplicó a la Orden desde sus primeros tiempos, como se ve en la obra del español fray Pedro Ferrand (1254-1258) en su Leyenda de Santo Domingo (n. 43 en Santo Domingo de Guzmán, BAC nº 490, Madrid: 1987. Pág. 827). Dichas tres palabras definen los elementos centrales del carisma dominico: la contemplación y la acción apostólica presbiteral.

      En el Convento de Santa Catalina, al ser una comunidad, se deben cumplir ciertos deberes, como el horario para las comidas, las liturgias y los rezos, entre otros menesteres monacales. Las directrices y cuestiones administrativas caen en manos del prior, cargo trienal, y que actualmente ostenta fray Luis Carlos Bernal. Aparte, la orden dominica dispone de una serie de constituciones propias que rigen la comunidad desde su fundación por el clérigo burgalés Santo Domingo. Cuando le consulto al exorcista sobre dichas normas, el dominico me retrotrae al origen mismo de la Orden de Predicadores, allá por el siglo XIII, de la mano de este insigne personaje, Domingo Guzmán Garcés, (Caleruega, Castilla; 1170 – Bolonia, Sacro Imperio Romano Germánico, 6 de agosto de 1221) quien fue canonizado el 13 de julio de 1234.

      4 Evangelista Vilanova, teólogo reconocido y monje benedictino de la Abadía de Montserrat, explica así el proceder de Santo Domingo: «Domingo comprendió que toda crisis religiosa oculta un error de perspectiva, sabe que toda infidelidad nace de un error, y que un error no puede engendrar un amor auténtico por Cristo. El error está sobre todo en la inteligencia y, por tanto, solo una predicación de Jesucristo luminosa y doctrinal podrá iluminar las inteligencias e inflamar los corazones empedernidos; de ahí la predicación apologética, que implica la búsqueda de la verdad. Domingo habla en nombre de Cristo maestro y se convierte en anunciador de la palabra. Pero las ideas abstractas no convierten a las personas, si no se transfiguran en amor en el corazón del predicador y se vuelven visibles en su vida: la palabra debe ser propuesta como principio y método de vida, en el proceso completo de pensamiento y de acción. La imitación de Cristo y de los apóstoles exige la práctica de la misma vida de Cristo y de los apóstoles, la pobreza evangélica». Evangelista Vilanova, Historia de la Teología Cristiana. Desde los Orígenes al Siglo xv. Ed. Herder, Barcelona, 1987. Pág. 676.

      5 En alusión a la ciudad francesa de Albi donde residían algunas de las mayores comunidades cátaras.

      6 Movimiento que apareció en el siglo XII, encabezado por los llamados cátaros (llamados también albigenses). Poseían determinadas creencias que contrastaban radicalmente con la Iglesia Católica por la que fueron considerados herejes. El catarismo defendía una dualidad de dioses: Dios, creador de todas las cosas buenas y Satanás creador del mal y la maldad; no reconocían a la Virgen María ni aceptaban su culto; creían que el espíritu fue creado por la deidad buena mientras que la materia, incluso el cuerpo humano, fue creado por la deidad mala (el demonio); «Los perfectos» despreciaban el cuerpo, símbolo pecaminoso que abogaba por sí mismo al pecado, por ello era necesario purificarlo a través de una ascesis rigurosísima por lo que algunos perfectos morían de inanición; quienes practicaban el catarismo rechazaban el matrimonio; Cristo no era Dios ni tampoco hombre: era un ángel adoptado por Dios; Consideraban que la Iglesia Católica y los sacramentos eran unos instrumentos de corrupción. El movimiento en poco tiempo se convirtió en un arma política poderosa.

      7 Se llama herejía a la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma (Código de Derecho Canónico - CIC can. 751). -CIC# 2089. La herejía es la oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata o latae sententiae (Ver CIC can. 1364). Según la Iglesia, la herejía atenta contra la fe y contra el Primer Mandamiento, por tanto, se produciría una herejía cuando surge un juicio erróneo sobre verdades de fe definidas como tales.

      En el siglo XIII, conjuntamente con la fundación de la Orden de Frailes Predicadores, también nacieron las monjas dominicas y la llamada «Milicia de Jesucristo», conocida como «Tercera Orden de la Penitencia de Predicadores», que vendría a ser la rama seglar de la organización. Hoy en día se la conoce con el nombre de «Orden seglar dominica», y sus miembros son seglares de la Orden de Predicadores.

      Si el fundador de la Orden de los Dominicos, Santo Domingo de Guzmán, trataba por todos los medios de luchar contra la llamada herejía, proclamando la Palabra de Dios, dicha batalla contra el mal, leit motiv de la orden dominica, está hoy, ocho siglos después, más viva que nunca encarnada en la estampa de este exorcista moderno, fray Juan José Gallego Salvadores.

      El Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir, el hogar del padre Gallego

      Mi interés recala en el vetusto edificio en el que nos encontramos el cual seguro debe contener alguna que otra historia apasionante, del mismo calibre que la vida azarosa del dominico Juan José Gallego. El Convento de Santa Catalina Virgen y Mártir se fundó como tal en 1219 durante una estancia de Santo Domingo en la ciudad. No obstante, la primera ubicación de la Comunidad de Predicadores no estuvo en este enclave en el que hoy me encuentro, sino que se ubicaba en el mismísimo corazón del barrio judío de la ciudad barcelonesa, en la actual calle Sant Domènec del Call. Pocos años después, en 1223, una época de gran religiosidad, se estimó oportuno contar con un convento más espacioso en la misma ciudad de Barcelona. La inestimable colaboración del Rey Jaime I, más la ayuda de decenas de devotos, fieles y creyentes, hicieron posible la construcción de un imponente edificio gótico en la actual plaza Santa Catalina, del que hoy apenas queda el recuerdo. Dicho convento fue un centro de influencia social y cultural en Cataluña, que cumplía al mismo tiempo los preceptos dominicos de evangelización y predicación. Circunstancia que se vio truncada cuando, llegados al año 1835, el gran edificio fue derribado con motivo de la desamortización. Pasado este período convulso de la historia, la Comunidad de Dominicos se restauró en el año 1889 y se situó donde se encuentra hoy en día, entre las calles Bailén y Ausiàs March.

      Dos aspectos singulares le dan un imponente carácter a esta casa dominica. Para empezar, me embelesan los techos altísimos y me subyugan esos pasillos interminables que siempre recorro siguiendo la estela del padre Gallego.

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