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protegerlo, piensa que están allí para molestarle.

      —Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?

      —Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.

      —¿Qué más?

      —El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...

      El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?

      —Los tenemos, —dijo Speck. —Sí.

      —Bien. Ahora dame detalles sobre la operación de rescate de Rusia.

      Speck sacudió la cabeza. —No tenemos detalles. Don Morris es notoriamente tacaño con la información, pero no tiene un gran equipo, al menos no todavía. Podemos suponer que les ha dado la misión a sus mejores agentes, Luke Stone y Ed Newsam, dos chicos jóvenes, ambos ex operadores de las Fuerzas Delta, con amplia experiencia en combate.

      —¿Los que rescataron a la desafortunada hija del Presidente?

      Speck asintió con la cabeza. —Sí.

      El viejo sonrió. Sus dientes eran como colmillos amarillos. Podría pasar por el vampiro más viejo, uno que no hubiera saboreado la sangre en mucho, mucho tiempo. —Vaqueros, ¿no?

      —Uh... Creo que tienden a disparar primero, y luego...

      —¿Estamos planeando interceptarlos? ¿Desbaratar su operación de alguna manera?

      —Ah... —dijo Wallace Speck. —Sin duda ha estado sobre la mesa como una posible opción. Es decir, por el momento no tenemos mucho...

      —No lo hagáis, —dijo el anciano. —Apartaos de su camino y dejadlos actuar. Tal vez encuentren la muerte. Tal vez empiecen una guerra mundial. En cualquier caso, eso será bueno para nosotros. Y si David Barrett hace algo disparatado, quiero decir realmente disparatado, estate preparado para saltar y tomar el control de la situación.

      Wallace Speck se levantó para irse.

      —Sí señor. ¿Algo más?

      El viejo lo miró con los ojos de un demonio antiguo. —Sí. Intenta sonreír un poco más, Speck. Todavía no estás muerto, así que haz un esfuerzo en disfrutar aquí y ahora. Se supone que esto es divertido.

      CAPÍTULO OCHO

      23:20 Hora de Moscú (15:20 Hora del Este)

      Puerto de Adler, Distrito de Sochi

      Krai de Krasnodar

      Rusia

      —¿Estáis seguros de que queréis que actuemos en este concierto? —dijo Luke a través del teléfono satelital de plástico azul que tenía en la mano. —Creo que va a ser bastante ruidoso.

      Se apoyó contra un viejo Lada Sedan negro, fabricado en Hungría. El pequeño coche cuadrado le recordaba a un viejo Fiat o Yugo, pero no tan elegante. Parecía estar hecho de chapas de chatarra soldadas. Emitía un ligero olor a aceite quemado. Cuanto más rápido iba, más parecía vibrar, como si se estuviera desgarrando por los contornos. Afortunadamente, no era el coche que utilizarían para escapar.

      Cerca, su conductor, un corpulento checheno llamado Aslan, se estaba fumando un cigarrillo y orinando a través de una línea de vallas de tela metálica. Aslan prefería que lo llamasen Franchute. Esto se debía a que, cuando Chechenia cayó, había escapado de los rusos desapareciendo en París durante unos años. Sus tres hermanos y su padre habían muerto en la guerra. Ahora, Franchute había vuelto y odiaba a los rusos.

      Estaban en una zona de aparcamiento vacía, cerca de la desembocadura del río Mzymta. Un olor húmedo y penetrante a alcantarilla emergía del agua. Desde aquí, un sombrío bulevar de almacenes corría a lo largo de la costa hasta un pequeño puerto de carga, custodiado por una caseta de vigilancia y una alambrada electrificada. Bajo el resplandor de las débiles y amarillas lámparas de arco de sodio, podía ver hombres moviéndose por la puerta.

      Las grandes y antiguas casas del Partido Comunista, los nuevos hoteles y restaurantes y las brillantes playas de Sochi en el Mar Negro, se encontraban a sólo ocho kilómetros de la carretera. Pero Adler era tan inconexo y deprimente como un puerto ruso debería ser.

      Había un retraso, desde que la voz aguda de Mark Swann irrumpía por todas partes, desde las redes cifradas en los satélites negros, hasta finalmente el teléfono de Luke. La voz de Swann temblaba con excitación nerviosa.

      Luke sacudió la cabeza y sonrió. Swann estaba en una suite del ático con la bella Trudy Wellington, en un hotel de cinco estrellas en Trabzon, Turquía. Supuestamente, eran una rica pareja de recién casados ​​de California. Si las balas comenzaran a volar, Swann lo vería en la pantalla del ordenador, casi pero no en directo, vía satélite. Ese era el motivo de que le temblara la voz.

      —Tenemos luz verde, —dijo Swann. —Entienden que podríamos recibir algunas quejas de los vecinos.

      —¿Y la bola de discoteca?

      — Justo donde dijimos que estaría.

      Luke contempló un viejo y oxidado buque de carga mediano, el Yuri Andropov II, que descansaba en el muelle. Pensó que un viejo especialista en tortura de la KGB como Andropov debía estar removiéndose en su tumba al ver que esta cosa llevaba su nombre. A alguien debió parecerle gracioso.

      La bola de discoteca, por supuesto, era el sumergible perdido, Nereus. Su chip GPS seguía sonando desde el interior de una de las bodegas de ese barco.

      —¿Y los instrumentos? —los instrumentos eran la tripulación del Nereus.

      —Arriba, en el vestuario, por lo que sabemos.

      —¿Y Aretha? ¿Qué tiene ella que decir?

      La voz de Trudy Wellington entró, sólo por un segundo.

      —Tus amigos ya están de fiesta en la playa.

      Luke asintió. Justo al sur de aquí estaba la frontera con la ex República Soviética de Georgia. Los georgianos y los rusos actualmente se mostraban hostiles entre sí. Trudy sospechaba que iban a tener un incidente de fuego uno de estos días, pero con suerte no se iniciaría esta noche.

      La ciudad costera georgiana de Kheivani estaba justo al otro lado de esa frontera. Era un lugar tranquilo y sosegado, en comparación con Sochi. Había un equipo de recuperación en una playa oscura de allí, esperando recibir a los prisioneros rescatados, si llegaban tan lejos.

      Desde la playa, los prisioneros serían trasladados lejos de la frontera, a lo más profundo de Georgia y luego fuera del país. Eventualmente, cuando llegaran a un lugar seguro, serían informados sobre todo este desastre.

      Nada de eso era asunto de Luke. Intencionadamente, no sabía nada sobre cómo iría. Don y Papá Cronin se habían encargado de esa parte. Luke ni siquiera sabía quién estaba involucrado. Podrías cortarle los dedos y sacarle los ojos y no podía dicirte nada al respecto.

      —¿Se ha unido el tipo grande a la banda? —dijo Luke.

      La voz de Ed Newsam apareció. El aullido del viento y el rugido de los motores ​​casi la ahogaban. —Está en el camerino, listo para subir al escenario. Cuanto antes, mejor, por lo que a él concierne.

      Luke

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