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la ingente cantidad de datos (como el ritmo cardíaco y similares) que se producen durante una determinada interacción.

      Estos estudios han puesto de relieve que, durante una discusión de pareja, el cuerpo de uno de los implicados tiende a imitar los cambios que acontecen en el otro. No creo que nadie se asombre de que la ciencia haya descubierto recientemente que, cuanto más avanza una discusión, más se exacerban los sentimientos de ira, pena y tristeza.

      Más interesante fue lo que hicieron ciertos investigadores de la relación de pareja, grabar en vídeo una discusión e invitar luego a desconocidos a que visionasen las grabaciones y conjeturasen sobre las emociones que estaba experimentando uno de los participantes.32 El hecho es que, cuando esos voluntarios esbozaron sus opiniones, su respuesta fisiológica se asemejaba a la del miembro del que se ocupaban.

      Cuanto más exacta es la imitación de la persona observada, más exacta es también la sensación de lo que esa persona está sintiendo, un efecto que resulta más patente en el caso de emociones negativas como la ira. Parece, pues, que la empatía (es decir, la capacidad de experimentar las emociones que otra persona está sintiendo) es tanto psicológica como mental y se asienta en el hecho de compartir el estado interno de la otra persona. Esta danza biológica se da cuando una persona empatiza con otra, es decir, cuando comparte sutilmente el estado fisiológico de la persona con la que está conectada.

      Las personas cuyos rostros demuestran las expresiones más intensas son también las que más exactamente juzgan los sentimientos de los demás, lo que parece derivarse del principio general que afirma que cuanto más similar sea, en un determinado momento, el estado fisiológico de dos personas, más fácilmente podrán sentir lo que el otro está experimentando.

      Cuanto mayor, pues, es la conexión con una determinada persona, más fácilmente podremos entender lo que ésta, aunque sólo sea de manera sutil, está experimentando. En tales casos, la resonancia es tal que, aunque no queramos, sus emociones son las nuestras.

      Resumiendo, por tanto, las emociones que percibimos tienen consecuencias, lo que nos proporciona una buena razón para esforzarnos en cambiarlas en una dirección positiva.

      2. LA RECETA DEL RAPPORT

      La sesión de psicoterapia está en marcha. El psiquiatra está tenso y permanece formalmente sentado en su butaca, mientras su paciente yace tumbada y abatida sobre un sofá de cuero. Es evidente que se encuentran en longitudes de onda muy diferentes.

      El psiquiatra acaba de cometer un grave error terapéutico, interpretando desafortunadamente un comentario de su paciente. Entonces se disculpa diciendo: «Sólo quería subrayar algo que creo que obstaculiza el tratamiento».

      –No… –comienza la paciente, pero el terapeuta la interrumpe de nuevo con otra interpretación y, en el momento en que está a punto de responder, vuelve a cortarla.

      Cuando finalmente logra hilvanar una frase entera, la paciente se queja de lo que se vio obligada a soportar mientras vivía con su madre –un comentario que también encierra una queja implícita hacia la actitud del terapeuta.

      Así va discurriendo la sesión como un concierto discordante de instrumentos desafinados.

      Veamos ahora lo que sucede, en otro entorno psicoterapéutico, en un momento de relación o rapport especialmente intenso.

      El paciente acaba de comentarle a su terapeuta que ayer mismo concertó con su novia la fecha de su boda. Llevaban varios meses explorando el miedo al compromiso, pero finalmente su paciente pareció haber acopiado el coraje necesario para enfrentarse al matrimonio. Por ello celebraron contentos y en silencio ese momento.

      El rapport fue tan completo que sus posturas y movimientos encajaban como si estuvieran ejecutando deliberadamente una danza en la que, cuando uno avanza, el otro retrocede.

      Las grabaciones en vídeo de estas sesiones de terapia muestran un par de cajas metálicas rectangulares apiladas a modo de los componentes de un equipo estéreo de las que salen cables que se hallan conectados a uno de los dedos del terapeuta y de la paciente y que se encargan de registrar los cambios sutiles de sus respuestas de sudoración durante toda la sesión.

      Estas sesiones se grabaron durante una investigación destinada a poner de manifiesto la danza biológica que subyace a nuestras interacciones cotidianas.1 En los vídeos de esas sesiones psicoterapéuticas, la respuesta fisiológica aparece bajo cada uno de los implicados como una línea ondulada (azul para el paciente y verde para el terapeuta) que oscila al ritmo de la emergencia y desaparición de las emociones.

      El vídeo correspondiente a la primera sesión constituye la imagen misma de la desconexión y se parece al vuelo nervioso de dos pájaros que van cada uno por su cuenta.

      En la segunda sesión, no obstante, las líneas parecen ejecutar una danza coordinada que se asemeja al vuelo de una bandada de pájaros y refleja la sintonía fisiológica que acompaña al rapport.

      Este ejemplo ilustra los sofisticados métodos empleados hoy en día para estudiar la actividad cerebral, de otro modo invisible, que subyace a nuestras relaciones interpersonales. Aunque la respuesta de sudoración pueda parecer ajena al funcionamiento cerebral, la comprensión de lo que ocurre en el sistema nervioso central nos permite aventurar los correlatos neuronales que subyacen a esa especie de tango interpersonal.

      Este estudio fue llevado a cabo por Carl Marci, psiquiatra de la Facultad de Medicina de Harvard, que llevó consigo el equipo de monitorización a la consulta de varios terapeutas voluntarios del área de Boston. Marci ha reunido a un selecto grupo de investigadores pioneros que han descubierto métodos muy ingeniosos para ir más allá del cráneo, que hasta entonces constituía una frontera infranqueable de la ciencia del cerebro. Tiempo atrás, la neurociencia sólo podía centrarse en el estudio del funcionamiento de un solo cerebro pero, en la actualidad, está en condiciones de analizar simultáneamente el funcionamiento de dos cerebros, poniendo de relieve la danza neuronal en la que se hallan implicados.

      Los datos de las investigaciones realizadas por Marci le han permitido esbozar lo que él ha denominado el «logaritmo de la empatía», es decir, una expresión matemática que expresa la interacción concreta que existe en la respuesta de sudoración de dos personas en el momento especial del rapport, en el que uno se siente comprendido por el otro.

       EL RESPLANDOR DE LA SIMPATÍA *

      Recuerdo haber experimentado este tipo de rapport cada vez que, siendo estudiante de psicología, entraba en el despacho de Robert Rosenthal, profesor de estadística de Harvard. Bob (como todo el mundo le llamaba) tenía la merecida reputación de ser el profesor más afectuoso de todo el departamento. Independientemente de nuestras razones y de la ansiedad con la que entrásemos en su despacho, todos salíamos de él con la sensación de haber sido escuchados, entendidos y siempre nos sentíamos, de un modo que me atrevería a calificar como mágico, mejor.

      Bob poseía una especial habilidad para que todo el mundo se sintiera bien y lo hacía de un modo que ni siquiera se notaba. Bien podríamos decir que su verdadera especialidad científica giraba en torno a los vínculos no verbales que establecen el rapport. Años más tarde, Bob y una colega publicaron un importante artículo subrayando los ingredientes fundamentales que convierten la relación en algo mágico, es decir, la receta del rapport.2

      El rapport sólo existe entre los seres humanos y se halla presente en cualquier relación afectuosa, comprometida y amable. Pero su importancia va mucho más allá de los momentos fugaces de bienestar porque, en tal caso, las decisiones que toman las personas implicadas –ya se trate de una pareja organizando sus vacaciones, o de un equipo de ejecutivos planificando la estrategia de la empresa– son más creativas y eficaces.3

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