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con un elegante salto y acomodarse allí, desde donde le disparó una última mirada ofendida.

      —Lo siento –murmuró Jack.

      Oyó un ruido y se volvió, y vio entonces que, sobre un banco adosado a la pared, había una chica sentada con las piernas cruzadas y un tazón de leche entre las manos. Jack no había reparado antes en ella; tendría unos doce años, el cabello castaño largo y unos ojos oscuros que parecían demasiado grandes para su cara menuda, morena y de nariz pequeña y respingona. Pero aquellos ojos estaban fijos en él, y Jack respiró hondo. Adiós a su intento de pasar inadvertido. Bueno, de todas formas, aquella chica no parecía peligrosa.

      Ella lo miraba con cautela, y Jack levantó las manos como disculpándose.

      —Hola –dijo.

      La chica no lo entendió. Jack probó a saludar en inglés, y en el rostro de ella se dibujó una sonrisa.

      —Hola –respondió.

      —Me llamo Jack –dijo él.

      —Yo me llamo Victoria.

      El inglés de ella no era malo, pero no resultaba tan fluido como el de Jack. Él se percató enseguida de que no lograría sacarle mucha información.

      —¿Eres amiga de Alsan y Shail? –Ella asintió–. ¿Vienes de Idhún, entonces?

      Victoria se lo pensó un poco antes de contestar. La gata saltó sobre la mesa, sobresaltando a Jack, y lo miró con cara de pocos amigos. Él alargó la mano y acarició su sedoso pelaje. La gata agachó las orejas y, momentos después, ya ronroneaba panza arriba. El muchacho sonrió.

      —No lo sé –dijo finalmente la chica, con precaución.

      Jack estaba empezando a sentirse frustrado. Shail sabía más cosas, pero no se las quería contar. Alsan probablemente también, pero solo hablaba su extraño idioma (¿idhunaico, había dicho Shail?); y Victoria parecía algo más comunicativa, pero no dominaba el inglés tanto como para expresarse con total claridad.

      —No entiendo –dijo el chico–. No entiendo nada. Quiero respuestas.

      Victoria le miró y abrió la boca para decir algo, pero calló. Parecía que no encontraba las palabras. Jack se sentó en un taburete, mohíno, y enterró la cara entre las manos.

      Dio un respingo cuando sintió a Victoria junto a él.

      Ella se había levantado y estaba de pie, a su lado, sosteniendo algo. Jack lo miró. Se trataba de una cadena de la que colgaba un amuleto de plata que tenía forma de hexágono, con un extraño símbolo grabado en su interior. La chica le hacía gestos indicándole que se pusiera la cadena en torno al cuello, y Jack obedeció. Sintió de pronto una especie de sacudida, como un cosquilleo que lo recorría por dentro.

      —¿Y ahora? –dijo ella de repente, para sorpresa del muchacho–. ¿Me entiendes ahora?

      Jack parpadeó, perplejo, convencido de que no había oído bien. Victoria no le había hablado en inglés, ni tampoco en danés, pero él la había comprendido a la perfección. Si no hubiese sido porque parecía imposible, Jack habría jurado que le estaba hablando en el extraño idioma de Alsan y Shail.

      —Pe... pero no comprendo... –tartamudeó Jack; no pudo decir nada más; también él acababa de hablar en una lengua que no era la suya.

      Victoria sonrió.

      —Es un amuleto de comunicación –explicó–. Si lo llevas puesto, puedes hablar y entender nuestra lengua. No te preocupes, puedes quedarte con él. Creo que yo ya controlo bastante bien el idhunaico, y si no, seguro que Shail me preparará otro.

      Perplejo, Jack cogió el colgante que Victoria le acababa de entregar. Hubo un chispazo de luz y el chico lo soltó con una exclamación.

      —¡Ay! ¡Me ha dado un calambre!

      De pronto, Victoria lo miraba de nuevo con aquella expresión cautelosa.

      —Ha reaccionado contra ti –dijo a media voz–. ¿Es que no crees en la magia?

      —¿La qué?

      —¡Victoria!

      Los dos se volvieron hacia la puerta. Allí estaba Shail, mirándolos con aire alarmado.

      —¿Qué le has contado?

      —¿Qué no le has contado tú, Shail? ¿No dijiste que ibas a hablar con él?

      Shail puso cara de circunstancias.

      —Es que... verás, él no es exactamente como nosotros. Victoria miró a Jack, sorprendida.

      —¿Entonces, por qué lo habéis traído?

      —Porque Kirtash lo atacó.

      —Pero si Kirtash lo atacó, es que es uno de nosotros.

      Jack abrió la boca para intervenir, pero una voz autoritaria irrumpió en la conversación:

      —¿Qué pasa? ¿Por qué gritáis?

      En la puerta estaba Alsan; parecía que había estado haciendo ejercicio, porque estaba desnudo de cintura para arriba, cubierto de sudor y con una toalla colgándole del hombro. Se había cruzado de brazos y los miraba, ceñudo.

      —¿Pero qué...? –soltó Jack, perplejo, mirando al recién llegado–. ¡Shail me ha dicho que no sabías hablar mi idioma!

      —Jack, él no está hablando tu idioma –trató de explicarle Shail, pacientemente–. Tú estás hablando el nuestro.

      Victoria suspiró, exasperada. Alsan se volvió hacia Shail y lo miró, exigiéndole una explicación. Shail se encogió de hombros.

      —Lo siento –intervino Victoria–, ha sido culpa mía. Le he prestado el amuleto de comunicación para entenderme con él, pero no sabía que no le habíais explicado nada...

      —Le he explicado algunas cosas –se defendió Shail–, pero compréndeme, él jamás había oído hablar de Idhún... me habría tomado por loco.

      —¿Pero es idhunita, o no? –preguntó Alsan, frunciendo aún más el entrecejo.

      —¡No lo sé! Es demasiado mayor para ser hijo de idhunitas exiliados. Pero dice que ha nacido en la Tierra. Y no me cabe en la cabeza que Kirtash se haya equivocado con él. Todo esto me desconcierta...

      —¡¡Bueno, basta ya!! –estalló Jack, cortando la discusión que se había iniciado entre los dos–. ¡Estáis todos chiflados! Me vuelvo a casa ahora mismo.

      Se separó bruscamente de Victoria y se dirigió a la puerta de la cocina, pero Alsan no se apartó. Tenía los brazos cruzados, y sus músculos resaltaban bajo el brillo del sudor.

      —Déjame pasar –dijo Jack, temblando de rabia.

      Alsan no se inmutó. Se limitó a mirarle, pensativo.

      —Déjame pasar –insistió Jack–. Quiero irme de aquí.

      Pareció que Alsan cambiaba de idea, porque se apartó para dejarle paso. Jack se alejó pasillo abajo, pero aún escuchó el reproche de Victoria:

      —Tendréis que explicárselo, ¿no? No podéis seguir ocultándoselo siempre.

      II

      LIMBHAD

      L

      A casa estaba silenciosa y oscura. Jack se sentía débil, pero quería escapar de allí, costara lo que costase. Se aferró a aquel pensamiento: escapar de allí. Si estaba ocupado haciendo algo, se distraería y no pensaría en...

      Se le revolvió el estómago de nuevo, recordando la pesadilla que había vivido aquella noche. Parpadeó para contener las lágrimas. No iba a volver a llorar, ahora no. Necesitaba tener la mente clara.

      Descubrió que el edificio tenía una arquitectura extraña: estaba conformado por un

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