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como un ser humano normal y habiéndose desahogado un poco, se sintió mucho mejor.

      Después de vestirse, incluso se tomó el tiempo para ponerse un poco de maquillaje y logró arreglarse el cabello. Luego se aventuró a la cocina, se sirvió un plato de cereal como una merienda vespertina y revisó su teléfono, que había dejado sobre la encimera de la cocina.

      Tenía tres mensajes de voz y ocho mensajes de texto.

      Todos eran de números que conocía. Dos eran de la comisaría. Los otros eran de Finley y O’Malley. Uno de los mensajes de texto era de Connelly. Fue el último que le había llegado, hace siete minutos, y no fue nada sutil. El mensaje de texto decía: Avery, ¡más te vale que contestes tu maldito teléfono si valoras tu trabajo!

      Sabía que solo quería asustarla, pero el hecho de que Connelly le había enviado un mensaje de texto significaba que algo pasaba. Connelly rara vez enviaba mensajes. Algo grave tenía que estar pasando.

      No se molestó en comprobar los mensajes de voz. En vez decidió llamar a O’Malley. No quería hablar con Finley porque solía portarse extraño en situaciones incómodas. Y no quería hablar con Connelly ya que de seguro estaba de mal humor.

      O’Malley respondió casi de inmediato. “Avery. Dios... ¿dónde demonios has estado?”.

      “En la bañera”.

      “¿Estás en tu apartamento?”.

      “Sí. ¿Hay algún problema? Vi que Connelly me envió un mensaje de texto. ¡Un mensaje de texto! ¿Qué pasa?”.

      “Pasó algo grave y... si te sientes preparada, queremos que trabajes en ello. En realidad... incluso si no te sientes preparada, Connelly te quiere aquí”.

      “¿Por qué?”, preguntó, intrigada. “¿Qué pasó?”.

      “Solo... solo vente a la comisaría”.

      Ella suspiró, dándose cuenta de que la idea de volver a trabajar realmente la hacía sentirse bien. Tal vez le daría un poco de energía. Tal vez lograría sacarla de esta depresión terrible en la que había estado durante las últimas dos semanas.

      “¿Qué es tan importante?”, preguntó.

      “Tenemos un asesinato”, dijo O’Malley. “Y estamos seguros de que fue obra de Howard Randall”.

      CAPÍTULO DOS

      Avery se sintió más atemorizada cuando llegó a la comisaría. Había furgonetas de noticias por todas partes, con un montón de presentadores de noticias compitiendo por la mejor posición. Había tanta conmoción en el estacionamiento y en el césped que había agentes uniformados en las puertas delanteras, manteniéndolos a raya. Avery condujo a la otra entrada, lejos de la calle, y vio que había unas cuantas furgonetas estacionadas allí también.

      Vio a Finley entre los pocos oficiales en la parte posterior del edificio que estaban posicionados para mantener la paz. Cuando vio su auto, salió de la multitud y le hizo un gesto para que se acercara a él. Al parecer, Connelly lo había enviado para servir como guardia y asegurarse de que fuera capaz de entrar a pesar de toda la locura.

      Estacionó su auto y se fue tan rápido como pudo a la entrada trasera. Finley se colocó a su lado enseguida. Debido a su historial como abogado, así como por los casos de alta repercusión mediática en los que había trabajado como detective, Avery sabía que algunos de los reporteros reconocían su rostro. Afortunadamente, gracias a Finley, nadie pudo verla bien.

      “¿Qué diablos está pasando? ¿Atrapamos a Randall?”, preguntó Avery.

      “Me encantaría contarte lo que sucedió”, dijo Finley. “Pero Connelly me dijo que no te dijera nada. Quiere ser el primero en hablar contigo”.

      “Eso es justo, supongo”.

      “¿Cómo estás, Avery?”, preguntó Finley mientras caminaban rápidamente a la sala de conferencias cerca de la parte trasera de la sede de la A1. “Digo, ¿con todo esto de Ramírez?”.

      Trató de no darle mucha importancia a todo. “Estoy bien. Lidiando con todo”.

      Finley percibió que no quería seguir hablando de eso, así que no le hizo más preguntas. Caminaron el resto del camino a la sala de conferencias en silencio.

      Esperaba que la sala de conferencias estuviera igual de llena como el estacionamiento. Supuso que algo relacionado con Howard Randall tendría a todo oficial disponible en la sala. En cambio, cuando entró con Finley, solo vio a Connelly y O’Malley sentados en la mesa de conferencias. Los dos hombres que ya estaban en la habitación tenían expresiones opuestas en sus rostros; la mirada de O’Malley era una de preocupación, mientras que la expresión de Connelly parecía decir: “¿Qué demonios se supone que voy a hacer contigo ahora?”.

      Cuando tomó asiento se sintió como un niño que había sido enviado a la oficina del director.

      “Gracias por venir tan rápido”, dijo Connelly. “Sé que estás pasando por algo muy terrible. Y créeme... solo te quiero aquí porque supuse que querrías estar involucrada en lo que está pasando”.

      “¿Howard mató a alguien?”, preguntó. “¿Cómo lo saben? ¿Lo atraparon?”.

      Los tres hombres compartieron una mirada incómoda. “No, no exactamente”, dijo Finley.

      “Sucedió anoche”, dijo Connelly.

      Avery suspiró. De hecho, había estado esperando escuchar algo como esto en las noticias o por medio de un mensaje de texto de la A1. Sin embargo... el hombre al que había llegado a conocer desde el otro lado de una mesa en la cárcel no parecía capaz de cometer asesinatos. Era extraño... ella lo conocía bien de su pasado como abogada y sabía que era capaz de asesinar. Lo había hecho en numerosas ocasiones; once asesinatos estuvieron conectados a su archivo cuando fue a la cárcel y se especuló que había muchos más que podrían atribuirse a él más adelante con más pruebas. Pero algo acerca de la noticia la sorprendió a pesar de que sonaba completamente normal.

      “¿Estamos seguros de que es él?”, preguntó Avery.

      Connelly se puso incómodo al instante. Dejó escapar un suspiro y se levantó de la silla, comenzando a caminar de un lado a otro.

      “No tenemos pruebas contundentes. Pero era una chica universitaria y el asesinato fue lo suficientemente horrible como para hacernos pensar que fue Randall”.

      “¿Ya armaron un archivo?”, preguntó.

      “Estamos en eso ahora mismo y...”.

      “¿Puedo verlo?”.

      Connelly y O’Malley compartieron otra mirada. “No necesitamos que te adentres demasiado en el caso”, dijo Connelly. “Te consultamos porque conoces muy bien al desgraciado. Esta no es una invitación para que te metas a lleno en el caso. Estás lidiando con demasiado en este momento”.

      “Aprecio eso. ¿Hay fotos de la escena del crimen?”.

      “Sí”, dijo O’Malley. “Pero son bastante espantosas”.

      Avery no dijo nada. Se sentía un poco molesta por el hecho de que la trataran así a pesar de haberla llamado con tanta urgencia.

      “Finley, ¿podrías correr a mi oficina y agarrar el material que tenemos?”, preguntó Connelly.

      Finley se levantó, tan obediente como siempre. Al verlo irse, Avery se dio cuenta de que las dos semanas que había pasado en un estado de duelo incierto parecían mucho más que eso. Amaba su trabajo y había extrañado mucho este lugar. Se sentía mejor solo por estar alrededor de la máquina bien engrasada, aunque fuera solo para ser un recurso para O’Malley y Connelly.

      “¿Cómo está Ramírez?”, preguntó Connelly. “La última actualización que obtuve fue hace dos días, y que sigue igual”.

      “Sigue

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