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a plantear esta cuestión, es porque… porque hace tiempo que me asedia el temor de las muertes repentinas. Mi padre y mi hermano murieron como heridos del rayo. La lesión cardiaca, destructora de la familia, ya la tengo aquí (Señalando al corazón): es un triste reloj que me cuenta las horas, los días… No puedo aplazar esto. No me sorprenda la muerte dejando a esta preciosa existencia sin amparo. No puedo, no debo esperar… Concluyo, hija mía, manifestando a usted que tenga por asegurado un bienestar modesto…

      Electra. ¡Un bienestar modesto… yo…!

      Cuesta. Lo suficiente para vivir con independencia decorosa…

      Electra (confusa). ¿Y yo… qué méritos tengo para…? Perdone usted… No acabo de convencerme… de…

      Cuesta. Ya vendrá, ya vendrá el convencimiento…

      Electra. ¿Y por qué no habla usted de ese asunto a mis tíos…?

      Cuesta (preocupado). Porque… A su tiempo se les dirá. Por de pronto, sólo usted debe saber mi resolución.

      Electra. Pero…

      Cuesta (con emoción, levantándose). Y ahora, Electra, ¿querrá usted a este pobre enfermo, que tiene los días contados?

      Electra. Sí… ¡Es tan fácil para mí querer! Pero no hable usted de morirse, Don Leonardo.

      Cuesta. Me consuela mucho saber que usted me llorará.

      Electra. No me haga usted llorar desde ahora…

      Cuesta (apresurando su partida para vencer su emoción). Adiós, hija mía.

      Electra. Adiós… (Reteniéndole.) ¿Y qué nombre debo darle?

      Cuesta. El de amigo no más. Adiós. (Arrancándose a partir. Sale por el foro. Electra le sigue con la mirada hasta que desaparece.)

      ESCENA X

      Electra, El Marqués.

      Electra(meditabunda). Dios mío, ¿qué debo pensar? Sus medias palabras dicen más que si fuesen enteras. ¡Madre del alma! (El Marqués, que entra por el jardín, avanza despacio.) ¡Ah!… Señor Marqués.

      Marqués. ¿Se asusta usted?

      Electra. Nada de eso: me sorprendo no más. Si viene usted a oírme tocar, ha perdido el viaje. Hoy no estudio.

      Marqués. Me alegro. Así podremos hablar… Apenas presentado a usted, entro de lleno en la admiración de sus gracias, y conocida una parte de su carácter, deseo conocer algo más… Usted extrañará quizás esta curiosidad mía y la creerá impertinente.

      Electra. ¡Oh! No, señor. También yo soy curiosilla, señor Marqués, y me permito preguntarle: ¿es usted amigo de Máximo?

      Marqués. Le quiero y admiro grandemente… Cosa rara, ¿verdad?

      Electra. A mí me parece muy natural.

      Marqués. Es usted muy niña, y quizás no pueda hacerse cargo de las causas de mi amistad con el Mágico prodigioso31 A ver si me entiende.

      Electra. Explíquemelo bien.

      Marqués. La sociedad que frecuento, el círculo de mi propia familia y los hábitos de mi casa, producen en mí un efecto asfixiante. Casi sin darme cuenta de ello, por puro instinto de conservación me lanzo a veces en busca del aire respirable. Mis ojos se van tras de la ciencia, tras de la Naturaleza… y Máximo es eso.

      Electra. El aire respirable, la vida, la… ¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece que lo voy entendiendo?

      Marqués. No es tonta la niña, no. También ha de saber usted que siento por ese hombre un interés inmenso.

      Electra. Le quiere usted, le admira por sus grandes cualidades…

      Marqués. Y le compadezco por su desgracia.

      Electra (sorprendida). ¿Desgraciado Máximo?

      Marqués. ¿Qué mayor desgracia que la soledad en que vive? Su viudez prematura le ha sumergido en los estudios más hondos, y temo por su salud.

      Electra. Sus hijos le consuelan, le acompañan. Hoy les ha visto usted. ¡Qué lindas criaturas! El mayor, que ahora cumple cinco años, es un prodigio de inteligencia. En el pequeñito, de dos años, veo yo toda la gracia del mundo. Yo les adoro; sueño con ellos, y me gustaría mucho ser su niñera.

      Marqués. El pobre Máximo, aferrado a sus estudios, no puede atenderlos como debiera.

      Electra. Claro: eso digo yo.

      Marqués. Es de toda evidencia: Máximo necesita una mujer. Pero… aquí entran mis dificultades y mis dudas. Por más que miro y busco, no encuentro, no encuentro la mujer digna de compartir su vida con la del grande hombre.

      Electra. No la encuentra usted. Es que no la hay, no la hay. Como que para Máximo debe buscarse una mujer de mucho juicio.

      Marqués. Eso es: de mucho juicio.

      Electra. Todo lo contrario de mí, que no tengo ninguno, ninguno, ninguno.

      Marqués. No diría yo tanto.

      Electra. Otra cosa: cuando usted me oye decirle tonterías y llamarle bruto, viejo, sabio tonto, no vaya a creer que lo digo en serio. Todo eso es broma, señor Marqués.

      Marqués. Sí, sí: ya lo he comprendido.

      Electra. Bromas impertinentes quizás, porque Máximo es muy serio… ¿Cree usted, señor mío, que debo yo volverme muy grave?

      Marqués. ¡Oh! no. Cada criatura es como Dios ha querido formarla. No hay que violentarse, señorita. No necesitamos ser graves para ser buenos.

      Electra. Pues mire usted, Marqués, yo que no sé nada, había pensado eso mismo. (Aparece Pantoja por el foro.)

      Pantoja (aparte en la puerta). Este libertino incorregible… este veterano del vicio se atreve a poner su mirada venenosa en esta flor. (Avanza lentamente.)

      Marqués (aparte). ¡Vaya! Se nos ha interpuesto la pantalla obscura, y ya no podemos seguir hablando.

      Electra. El señor Marqués ha venido a oírme tocar; pero estoy muy torpe. Lo dejamos para otro día.

      Marqués. Ya sabe usted que el gran Beethoven32 es mi pasión. Me habían dicho que Electra le interpreta bien, y esperaba oírle la Sonata Patética,33 la Clair de Lune34 pero nos hemos entretenido charlando, y pues ya no es ocasión…

      Pantoja (con desabrimiento). Sí: ha pasado la hora de estudio.

      Marqués (recobrando su papel social). Otro día será. Amigo mío, Virginia y yo tendremos mucho gusto en que usted nos honre con sus consejos para cuanto se refiere al Beaterio de Las Esclavas.35

      Pantoja. Sí, sí: esta tarde iré a ver a Virginia y hablaremos.

      Marqués. En el Beaterio la tiene usted toda la tarde. Y pues estoy de más aquí… (En ademán de retirarse.)

      Electra. No. Usted no estorba, señor Marqués.

      Marqués. Me voy con la música… al taller de Máximo.

      Pantoja. Sí, sí: allí se distraerá usted mucho.

      Marqués. Hasta luego, mi reverendo amigo.

      Pantoja. Dios le guarde. (Vase el Marqués hacia el jardín.)

      ESCENA XI

      Electra, Pantoja.

      Pantoja (vivamente). ¿Qué decía? ¿Qué contaba ese corruptor de la inocencia?

      Electra. Nada: historias, anécdotas para reír…

      Pantoja. ¡Ay, historias! Desconfíe

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<p>31</p>

el Mágico prodigioso: see footnote 1.

<p>32</p>

Beethoven: Ludwig Van Beethoven (1770-1827). A celebrated Austrian composer, of Dutch descent.

<p>33</p>

Sonata Patética: Sonata Pathétique, opus 13, pub. 1799; dedicated to Prince Lichnowski.

<p>34</p>

Clair de Lune: opus 27, No. 2 (Moonlight). Composed 1801 (?); dedicated to Countess Guicciardi.

<p>35</p>

Las Esclavas: see footnote 24.