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      «Piensa como quieras Bart» insistió Avery. «¡Sé lo que he visto! Y eso me lleva de nuevo a Emanuel Wynne. Pero te lo explicaré más tarde.» Emitió un gemido, como si esos pensamientos todavía lo atormentaran. «Puedo jurar sobre mi propia vida que después de esa experiencia, el capitán estaba como enloquecido. Algunos decidieron amotinarse. Eran treinta, incluyéndome a mí. Obviamente el capitán no estuvo muy feliz con eso y nos abandonó en una isla deshabitada al este de Puerto Rico, con sólo una botella de ron por cabeza y sin comida. Pasaron algunas semanas, regresó por nosotros. Los sobrevivientes erábamos quince.»

      Bartolomeu abrió la boca en una mueca de asombro. Se pegó en la frente con el típico gesto de aquel que de repente se recuerda de algo importante. «Tú quieres que yo crea que…»

      «Exacto» lo anticipó Avery, mostrando una profunda incomodidad. «Yo estaba en la tripulación del Queen Anne’s Revenge, bajo el mando de Barbanegra.»

      A causa del asombro Johnny saltó hacia atrás, instintivamente puso las dos manos sobre el suelo, ignorando el hecho de que con una, sostenía la jarra. Perdió el equilibrio y se estrelló nuevamente contra del estante. Esta vez el impacto fue violento. Una punzada de dolor lo golpeó a las espaldas. Las botellas hicieron mucho ruido. Uno hasta se cayó rompiéndose al momento de golpear el pavimento. Partículas de vidrio brillaban por todas partes.

      El anciano brincó sobre su silla. «¿Qué pasó?»

      «Fue una rata» replicó Bartolomeu y se dirigió hacia la fuente del ruido. «Una rata muy grande.»

      El joven se quedó paralizado, los ojos brillantes, las pupilas dilatadas. Podía oír su corazón latir con fuerza. Sus latidos dolorosamente rebosaban en sus oídos, semejantes al ruido de un martillo, tanto que los pasos del portugués parecían venir de un mundo lejano y desconocido.

      “Tengo que hacer algo” pensó. “Me tengo que largar, ¡ahora mismo!”

      Lástima que el pánico se hubiera apoderado de él. Era como si estuviera al acecho en las arenas movedizas: cuanto más se movía, más se hundía. Finalmente, la sombra de Bartolomeu cayó amenazante sobre de él.

      «¿Qué haces aquí, mocoso?» quiso saber.

      Johnny sonrió, con una expresión bastante estúpida.

      Y se dio cuenta que estaba en serios problemas.

      ***

      Lo hicieron acomodar a la fuerza en el medio de los dos piratas. Las velas temblaron por un momento, movidas por un viento invisible, haciendo que los contornos de la habitación fueran vagamente distorsionados.

      «Tenemos un clandestino» dijo riéndose Avery.

      «¿Desde cuando estás escondido allí atrás?» Bartolomeu se sentó otra vez. En su comportamiento, ese sentimiento paternal expresado al principio de su conversación había desaparecido. Ahora sólo había resentimiento.

      «Te lo juro que yo no quería, Bart…» dijo con miedo el joven. Temblaba desde la cabeza hasta los pies.

      El portugués dio un puñetazo arriba de la mesa. «¡No me interesan tus escusas! Te pregunté desde cuando estabas escondido atrás del mueble. ¡Contéstame!»

      «Es suficiente mirarlo para darse cuenta que escuchó todo» intervino el anciano. Arrugó los labios, descubriendo sus encías. «Pero conozco un sistema para que empiece a confesar.» Después de haber dicho esto, sacó un enorme cuchillo desde abajo de su ropa y lo movió delante de Johnny.

      En un segundo este dejó de respirar. La hoja giraba con una lentitud inusual, fría y despiadada. Recordó el cuchillo que había hecho, el mismo utilizado para derrotar a Alejandro. Entre el suyo y este no había comparación. Avery lo podía descuartizar como un cerdo.

      «Estás exagerando, Bennet» le advirtió Bartolomeu. Sin embargo, no movió ni un músculo para impedir que hiciera lo que tenía en mente.

      «¡En situaciones extremas, se necesitan remedios extremos!» sentenció Avery, agarrando la mano de Johnny. La apretó en contra de la mesa y levantó su cuchillo.

      El chico emitió un gemido de miedo. El reflejo de la hoja lo traspasó con su cruel resplandor. Sabía que pronto la vería penetrar su carne. La idea de que Avery pudiera llevar a cabo un gesto similar lo espantaba más que el acto en sí mismo. Así que no lo pensó dos veces. Se echó a llorar. Entre un sollozo y el otro contó lo que había oído. Cuando termino, los dos piratas se miraron uno con el otro. Entonces los dos estallaron en risa. Johnny se quedó como embobado, sin darse cuenta de lo que estaba pasando.

      Y por fin entendió.

      «No tenía intención de lastimarme, ¿verdad?» dijo, probando una fuerte vergüenza. «Lo hiciste para obligarme a hablar.»

      «Exacto» admitió Avery. Lo dejo ir y guardó su cuchillo. «Es un viejo sistema que uso para obtener informaciones.»

      «La mejor defensa es atacar» añadió el portugués.

      Nuevamente los dos empezaron a reírse. Por alguna razón, Johnny se unió a ellos, sintiéndose envuelto en esa extraña complicidad. El hecho de que se habían burlado de él no le interesaba. En lugar del temor ahora sentía una satisfacción indescriptible. Un vago sentimiento de pertenencia. Como si hubiera regresado a casa después de un largo viaje y hubiera abrazado nuevamente a su familia.

      «Me vi obligado a portarme así» dijo Avery. «A ver si aprendes.»

      «El problema es otro» agregó Bartolomeu, muy serio. Liberó su cola de caballo y empezó a jugar con algunos mechones de su pelo obscuro. «Ahora que sabes la verdad sobre nosotros, ¿qué piensas hacer?»

      El joven los asombró.

      «Quiero saber más» afirmó.

      Durante un rato nadie dijo nada. Los dos lobos de mar permanecieron en silencio, estudiándose uno al otro. Su manera de comportarse parecía ocultar algún tipo de comunicación secreta.

      Fue el anciano que reanudó la plática.

      «Muy bien» comentó. «Tu seguridad me sorprende, así que si has escuchado nuestros discursos no se necesita agregar nada más. Además, también tú has presenciado la ejecución de Wynne.» Se sirvió otro vaso de ron. «Creo haya llegado el momento de explicarles algunas cosas sobre él. No estaba tan loco como quería que los demás pensaran. Y ha dejado un rastro sobre cómo llegar al Triángulo del Diablo.»

      «Recuerdo que habló de un mapa» dijo Johnny.

      «No estoy hablando de eso.» Avery sacó la pipa, llenó el depósito con una generosa cantidad de tabaco y se la metió en la boca. Hizo un gesto al muchacho, señalando la pieza de una vela. Él se la pasó. Una vez encendido la pipa, él comenzó a fumar de una forma lenta y ritmada. «Wynne tenía un ojo de vidrio. Había perdido el suyo durante un abordaje. Después del pacto entre Edward Teach y el chamán, este se ofreció de hacer un hechizo, que nos permitiera navegar por esas aguas.»

      El portugués sonrío, pero sin alegría. «Me estás hablando de brujería, ¿Bennet?»

      «Exactamente» contestó él, muy convencido.

      «No lo puedo creer» comentó Johnny.

      «Deberías.» Avery tenía una mirada emocionada y casi exaltada. «Y dado que nadie lo había pensado antes, elegí que debemos desenterrar el cadáver. Por eso llegué tarde. Estaba en el cementerio.»

      El portugués se hizo la seña de la cruz. «¡Tú estás loco, Bennet Avery! Hablo en serio.»

      «Gracias» replicó el anciano, moviendo su interés sobre Johnny. En el mirarlo, Avery sonreía como un halcón. «Y creo de haber encontrado a otro loco, que me pueda ayudar a desenterrar el cuerpo de Wynne. Un par de brazos robustos serán muy útiles a la causa.»

      ***

      A la base de las murallas de Fort Charles, una

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