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      No podía soportar, de ninguna manera, que su novio tuviese secretos con ella.

      Capítulo XI

      Marlon acabó de comer sobre la una, se despidió de Charlene y volvió al laboratorio.

      Durante el trayecto se cruzó con la profesora Bryce; tenía una expresión oscura y lo ignoró cuando él fue a saludarla.

      En cuanto abrió la puerta del laboratorio se dio cuenta de que había ocurrido algo grave. Todos tenían la ropa sucia y arrugada, y, en el laboratorio, reinaba el caos. Un humo acre se desprendía todavía de las partes metálicas atacadas por el ácido, la zona de descanso estaba destrozada y muchos instrumentos parecían dañados definitivamente. Por suerte, el montaje para los intercambios estaba intacto, gracias a un armario que lo había protegido de la explosión.

      Notó un mal humor generalizado y, sobre todo, una hostilidad evidente entre Maoko y Novak, que se miraban con expresión arisca.

      Cuando lo vio entrar, Drew lo llamó.

      —Hemos provocado una explosión, Marlon —le explicó el profesor con aire grave.

      Drew le contó lo que había ocurrido esa mañana y acabó con la descripción del accidente. El estudiante lo escuchó con preocupación creciente.

      —Profesor, esto significa que, en cada intercambio que intentemos hacer a partir de ahora no sabremos dónde está el punto B —dijo, mostrando sus temores—. Me parece muy peligroso. ¿Qué podemos hacer?

      —Por ahora, parar. Como ves —dijo Drew, señalando a sus compañeros y a sí mismo—, todos necesitamos hacer una pausa y comer. ¿Has encontrado el material?

      Marlon asintió y posó la caja sobre una mesa cercana.

      —Muy bien, Marlon. ¿Tú has comido ya?

      —Sí, profesor.

      —Perfecto. Quédate aquí vigilando. Nosotros vamos a recargar las pilas. —Llamó a los demás—. Compañeros, ¿todos de acuerdo para hacer una pausa?

      Todos asintieron vigorosamente.

      —Muy bien. Nos vemos aquí otra vez, digamos a las... —propuso al mismo tiempo que miraba el reloj—, a las cuatro.

      Los científicos salieron y Marlon se quedó solo.

      Intentó ordenar el laboratorio, aunque la tarea era ardua. Abrió las ventanas de par en par para crear una corriente de aire que se llevara el humo que todavía quedaba. Se puso unos guantes y, escoba en mano, recogió todos los fragmentos que vio por el suelo. Los trozos más pequeños habrían ido seguramente a los huecos entre los muebles y a los rincones más inaccesibles del local; difícil encontrarlos sin desmontar todo y desordenando todavía más el laboratorio. Esos fragmentos los iban a encontrar durante los próximos años, poco a poco, los más fervientes a la limpieza y los estudiantes que trabajaran allí. Ninguno de ellos sabría cómo habían llegado allí, a los lugares más recónditos, fragmentos de metal corroído y de plástico fundido.

      Algunos trozos, además, no se encontrarían nunca. Ya eran parte del edificio, y el recuerdo silencioso de un experimento del que no se podía hablar, pero que era una piedra angular del progreso científico.

      Cuando acabó de limpiar, Marlon liberó completamente una mesa y, con un paño húmedo con detergente, limpió el plano y después colocó todos los elementos que había encontrado, alineándolos y clasificándolos por tipología. Faltaban las piezas hechas a mano que Drew estaba preparando.

      Cogió, de otra mesa, un ordenador similar al que usaban para el experimento y lo colocó también en la mesa limpia, después instaló los mismos programas que había en el otro. Completó la instalación con los parámetros que habían guardado en el disco la noche del descubrimiento.

      Vio que la pizarra estaba llena de ecuaciones, gráficos y dibujos extraños que, intuyó, intentaban representar configuraciones posibles de una distorsión espaciotemporal. Intentó seguir el hilo del razonamiento expresado allí, pero se dio cuenta de que no tenía suficientes conocimientos para comprender todo. Podía comprender por dónde habían empezado, evidentemente, la relatividad general, pero el desarrollo era oscuro. Había habido numerosas correcciones, de lo que deducía que esas mentes prodigiosas luchaban fuertemente para penetrar la esencia de ese fenómeno portentoso. Distinguió con claridad tres escrituras distintas, que se alternaban de manera completamente casual. La intuición de uno era la solución del problema que había bloqueado a otro, y el trabajo en la pizarra representaba con la máxima evidencia cómo los profesores estaban aunando sus facultades para convertirse en un único supercientífico, sin que cada individuo fuese mejor que otro.

      Eso era el auténtico espíritu de la investigación en grupo, y Marlon estaba feliz de formar parte de él.

      Todavía estaba mirando la pizarra cuando llegaron Maoko y Kobayashi. Estaban discutiendo animadamente, en japonés, algo completamente incomprensible para él. Por el tono de voz y los gestos, le parecía comprender que Maoko quería absolutamente hacer una cosa y que Kobayashi intentaba disuadirla.

      Lo vieron y dejaron de discutir.

      —Oh, hola, Marlon-san —lo saludó Kobayashi—. Bien, has encontrado todo el material para la segunda máquina. Podemos empezar a construirla ahora mismo. Seguiremos con los experimentos más tarde —concluyó con energía, mirando a Maoko directamente a los ojos y haciendo énfasis en el «más tarde».

      La muchacha hizo una mueca y fue a buscar su cartera, donde estaba el plano de la máquina.

      Marlon consiguió los distintos cables, tornillos, y una variedad de accesorios para el montaje. Después colocó sobre la mesa las herramientas necesarias: alicates, destornilladores, tijeras e incluso un taladro eléctrico para perforar agujeros

      Kobayashi y él empezaron a perforar la placa soporte, mientras Maoko daba las indicaciones con las medidas. Después montaron los elementos verticales del esqueleto del dispositivo. Colocaron algunos componentes en estos elementos y los conectaron a una caja eléctrica de conexiones sujeta a la placa. Prepararon con cuidado un imán que formaba un circuito resonante junto con un condensador constituido por dos placas una en frente de la otra, y cuya distancia se podía regular con un tornillo micrométrico. Regularon la distancia a tres milímetros exactamente, el mismo valor con el que estaba calibrado el condensador de la máquina original.

      Después de cada fase de montaje, Maoko verificaba que las conexiones y las regulaciones correspondieran perfectamente a lo que indicaban los documentos.

      Colocaron el generador de alta tensión en la placa de soporte y lo conectaron a la caja de conexiones y al imán.

      Los parámetros que iban modificando durante los experimentos influían en la tensión, la corriente y la forma de la onda producida por el generador, por lo que conectaron este componente al ordenador para controlarlo.

      Mientras fijaban los soportes para dos retículos de ionización llegó Drew, seguido en muy poco tiempo por Novak, Schultz y Kamaranda.

      —Veo que habéis avanzado. Fenomenal —dijo Drew, observando el trabajo realizado. Fue a coger una caja y se la dio a Marlon—. Aquí están las piezas que he construido esta mañana. Faltan la placa del punto A y la placa secundaria —miró a Kobayashi, incierto.

      El japonés le devolvió la mirada con aspecto serio.

      —La máquina tiene que ser exactamente igual, Drew-san —dijo—. Si el comportamiento es idéntico al de la máquina original, sabremos que el efecto de intercambio es una realidad científica, reproducible y utilizable. Si no, tendrás que olvidar todo lo que hemos hecho hasta ahora.

      Los científicos noruego, hindú y alemán ya estaban en la pizarra, concentrados en una ecuación particular.

      Drew estaba contra las cuerdas y no tenía alternativas.

      Fue al banco mecánico y preparó las dos

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