Скачать книгу

es

      A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos – a menudo únicos– de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. DE VECCHI EDICIONES, S. A.

      Traducción de Isabel Merino Bodes.

      © De Vecchi Ediciones, S. A. 2012

      Avda. Diagonal, 519-521 – 08029 Barcelona

      Depósito Legal: B. 19.399-2012

      ISBN: 978-84-315-5317-3

      Editorial De Vecchi, S. A. de C. V.

      Nogal, 16 Col. Sta. María Ribera

      06400 Delegación Cuauhtémoc

      México

      Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o trasmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso escrito de DE VECCHI EDICIONES.

      Introducción

      Hace dos siglos que los europeos sienten pasión por Egipto. Todo empezó cuando Napoleón Bonaparte, ávido de gloria, emprendió su famosa expedición a Egipto acompañado por una pléyade de sabios. Las tropas francesas combatieron a los pies de las pirámides y, una vez de vuelta en Francia, se publicó la famosa obra Descripción de Egipto, que dio a conocer al público las fabulosas construcciones de esta antigua civilización. Fue entonces cuando la egiptomanía invadió Europa, gracias a las conquistas napoleónicas. La egiptomanía se impuso en la forma de vestir, en el mobiliario, en el arte monumental e incluso en la plaza de la Concordia, donde el último rey de Francia erigió un soberbio obelisco. Italia no se quedó atrás, pues, de regreso de la campaña de Egipto, Napoleón dejó en Turín todas las esculturas nubias, así como aquellas obras que los eruditos que lo acompañaban consideraron de menor importancia.

      En el siglo XIX, varios aventureros partieron en busca de obras arqueológicas egipcias. Entre los italianos destacó Bernardino Drovetti, un diplomático, aventurero y anticuario oriundo de Barbania. Este pirata del desierto participó activamente en la carrera por las antigüedades egipcias. Otro personaje destacado, también italiano, fue Giovanni Batista Belzoni, proveedor de antigüedades de Henry Salt, un filibustero inglés enemigo de Drovetti. Los descubrimientos y los relatos de Salt fueron, durante décadas, toda una referencia.

      El descifrado de los jeroglíficos dio paso a un increíble enfrentamiento entre ingleses y franceses, resuelto por Champollion. En el año 1905, Howard Carter empezó a excavar el Valle de los Reyes en busca de las tumbas de los faraones y, en 1922, lord Carnavon y Carter descubrieron la tumba de Tutankamón, un hallazgo que suscitó un entusiasmo considerable, sobre todo porque la maldición de los faraones golpeó con crueldad a los audaces saqueadores de tumbas.

      Resulta curioso que el espléndido descubrimiento de los tesoros de Tanis realizado por el arqueólogo francés Pierre Montet pasara prácticamente inadvertido, a pesar de la salvaje belleza de las máscaras funerarias de oro de Psusenes, Amenemope y Sheshonq. El italiano Ernesto Schiaparelli también realizó unas impresionantes excavaciones que tampoco suscitaron demasiado interés. La moda parecía haber pasado, aunque cabe señalar que corría el año 1939 y Europa se encontraba a las puertas de la mayor masacre de la historia.

      Entonces apareció la arqueóloga francesa Christiane Desroches-Noblecourt, que se convirtió en toda una leyenda tras contribuir a salvar los templos nubios de la inundación provocada por la construcción de la presa de Asuán. Además de dirigir el departamento de antigüedades del Louvre, escribió diversas obras sobre personajes egipcios como Tutankamón, Ramsés II y la misteriosa Hatshepsut – entre muchos otros– que se convirtieron en best sellers, demostrando que al público lector podían apasionarle los temas complejos. La momia de Ramsés II se exhibió en diferentes países, despertando una gran curiosidad.

      Más adelante llegó Christian Jacq, el gran fenómeno literario internacional. Sus numerosas obras rivalizaron en volumen de ejemplares vendidos con las de otros grandes autores, como Umberto Eco, Mario Soldati y Elsa Morante. ¡Un verdadero desafío! ¡Y qué decir de las exposiciones del museo de antigüedades egipcias de Turín, que en aquel entonces ya poseía un tesoro casi inigualable, con 6500 obras expuestas y 26 500 en reserva! La egiptomanía se había adueñado del público italiano, gran amante de la arqueología y gran conocedor del arte, y había llegado para quedarse.

      Cabe señalar que, durante el reinado de Ramsés II, Egipto debía de tener unos cuatro o cinco millones de habitantes. ¿Cómo es posible que un pueblo tan pequeño lograra dominar el mundo mediterráneo durante varios milenios y dejara las huellas inmortales de un nivel de civilización sin igual? Aunque ya hayan transcurrido cinco milenios, seguimos sin saber con certeza cómo se construyeron las pirámides. Además, cada vez cobra más fuerza la teoría que afirma que el pensamiento religioso hebreo es un legado de los grandes sacerdotes egipcios. Este país encierra muchos misterios fascinantes que se presentan y se desentrañan parcialmente en esta obra.

      Para favorecer la comprensión del presente estudio, que aborda, entre muchos otros temas, la construcción de las pirámides y la descripción de los principales dioses del panteón egipcio – debido a su elevado número, resulta imposible describir a todas las divinidades egipcias en una obra de estas características–, vamos a realizar un breve resumen de la historia egipcia.

      En el año 3000 a. C., después de dos milenios de maduración, se creó una realeza egipcia unitaria que englobaba todos los territorios situados a lo largo del Nilo, desde la primera catarata hasta el delta. Tras el mítico Narmer, la dinastía III de Zoser y la dinastía IV de Seneferu, Keops, Kefrén y Micerino brillaron con fuerza gracias a sus gigantescas pirámides. Después del largo reinado del faraón Pepy y el fin del Imperio Antiguo, llegó la renovación tebana. A partir del año 2060 a. C. y durante tres siglos se impusieron las dinastías de Tebas, entre las que destacaron las de Mentuhopet, Amenemhat y Sesostris. Hacia el 1555 a. C., tras la terrible invasión de los hicsos, se impuso el Nuevo Imperio tebano con sus brillantes dinastías: Amenofis y Tutmosis en la dinastía XVIII y Ramsés y Seti en la dinastía XIX. Ramsés III (dinastía XX, 1184-1153 a. C.) detuvo la invasión de los Pueblos del Mar, pero tras su reinado comenzó la decadencia de Egipto. Durante este periodo se sucedieron los soberanos de Tanis, las dinastías libias, los faraones negros y la dinastía saíta, pero entonces se produjeron las grandes invasiones de los sirios, los babilonios y los persas. Con Alejandro Magno llegó la época de la liberación, los faraones griegos y la dinastía ptolemaica, que prolongó la historia egipcia durante tres siglos, hasta que Cleopatra se suicidó en el año 30 a. C.

      En la puerta que entreabre esta investigación, una inscripción se graba con sangre: ¿a qué se debe el éxito egipcio?

      Hacia el año 3000 a. C., tras dos milenios de maduración, los egipcios adoptaron un rey único cuya autoridad se impuso sobre el conjunto del valle del Nilo. Se trataba del célebre faraón Narmer, también conocido como Nemes. Durante los siguientes treinta siglos, esta brillante civilización vivió una aventura única y se convirtió en un ejemplo insólito en la historia de la humanidad.

      Vamos a intentar explicar las causas de este éxito.

      La principal fue el río Nilo, de más 6600 km de longitud. El Nilo recorría casi 2000 km entre la quinta catarata – el punto más lejano alcanzado por el imperio– y la costa mediterránea. La crecida del Nilo se iniciaba a mediados de junio y se intensificaba en julio, antes de que maduraran los limones en octubre. Esta es la razón por la que se establecieron los periodos de siembra, germinación y siega de cereales. La ausencia de cosecha era sinónimo de hambruna, de modo que se necesitaba un poder fuerte que controlara el desbordamiento del río creando canales, construyendo diques y almacenando el grano. Como la buena organización de la agricultura era cuestión de vida o muerte, el interés personal quedaba eclipsado frente al colectivo. En este conjunto territorial tan homogéneo que era el valle del Nilo, las reglas dispuestas y largamente maduradas eran simples:

      – la

Скачать книгу