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      La Biblia en España, Tomo I (de 3) / O viajes, aventuras y prisiones de un inglés en su intento de difundir las Escrituras por la Península

      NOTA PRELIMINAR

      Tomás Borrow, de familia de labradores establecida desde muy antiguo cerca de Liskeard, en Cornwall, se fugó de su casa, siendo todavía mozo, por esquivar las consecuencias de una fechoría juvenil, y sentó plaza de soldado en 1783. Diez años más tarde, cuando era sargento, se casó con Ana Preferment, hija de un agricultor de East Dereham, Norfolk, de abolengo francés probablemente. En 1798, Tomás Borrow obtuvo el grado de capitán, del que no pasó en su carrera militar. En 1800 le nació un hijo, Juan Tomás, que fué pintor y soldado, y acabó por emigrar a Méjico en busca de fortuna, muriendo en aquellas tierras en 1834. El 5 de julio de 1803 nació en East Dereham el hijo segundo del matrimonio Borrow, Jorge Enrique, el cual, treinta y tres años más tarde, había de ser popular en Madrid con el nombre de Don Jorgito el inglés. La infancia de Jorge transcurrió en diferentes poblaciones de Inglaterra y de Escocia, merced a los cambios de guarnición del regimiento en que servía su padre. Viajó primeramente por las provincias de Sussex y Kent, y en 1808 y 1810 estuvo otra vez en su pueblo natal. Jorge era «un niño triste, que gustaba de permanecer horas enteras en un rincón solitario, con la cabeza caída sobre el pecho, dominado por un abatimiento peculiar; a veces sentía una impresión de miedo muy extraña, hasta de horror, sin causa real». Sus padres le dejaban vagar libremente por los campos. En 1810 conoció a Ambrosio Smith, el gitano a quien después representó en sus escritos con el nombre de Jasper Petulengro, y se juraron fraternidad. El desarrollo mental de Jorge fué algo tardío. Comenzó los estudios de humanidades en Dereham, y los continuó en Edimburgo, después en Norwich, y el año 1815 en la «Academia Protestante» de Clonmel (Irlanda), adonde el regimiento de su padre fué destinado. La vida escolar le curó de sus hábitos insociables y de su reserva. A Jorge le gustaban los estudios, pero no la sujeción de la escuela. Sentía inclinación natural por los idiomas, y los aprendía con desusada facilidad; su memoria era descomunal. Amaba la vida al aire libre y los deportes. Las aventuras, propias o ajenas, reales o soñadas, encandilaban su imaginación. En Irlanda, además de aprender la lengua del país, se había hecho gran jinete. Terminadas las guerras napoleónicas, y licenciado el regimiento, los Borrow se establecieron en Norwich. Jorge leía griego en la Grammar School, y de un emigrado francés tomaba lecciones de este idioma, de italiano y de español; cultivaba, además, la caza y el pugilismo. Los gastos y las costumbres de Jorge le hicieron antipático a su padre; no se le parecía en nada, teníale por un verdadero gitano, y, desentendiéndose de él en lo posible, le dejaba hacer cuanto quería. En 1818, Jorge se encontró de nuevo con Ambrosio Smith, o Jasper Petulengro, y, yéndose con él a un campamento de gitanos, los acompañó por ferias y mercados, se inició en sus costumbres y aprendió su idioma.

      Llegado el momento de adoptar una profesión que le diese para vivir, Jorge, dudoso entre la Iglesia y el Foro, se decidió por el último; así se lo aconsejó un amigo, en situación semejante a la suya, diciéndole que la abogacía «era la mejor carrera para quienes (como ellos) no pensaban ejercer ninguna». El padre de Jorge le costeó el aprendizaje, colocándole en 1819 de pasante en casa de unos curiales de Norwich. Pero Jorge debía de tener mediana afición a los pleitos. Aprendió galés, danés, hebreo, árabe, armenio, y en el despacho de sus maestros trabajaba en traducir de esas lenguas al inglés; su amigo William Taylor le enseñó el alemán. Así vivió el pobre cinco años, amarrado a un oficio tan opuesto a su vocación. Quizás la lectura de libros de viajes y aventuras le fué entonces más gustosa y necesaria que nunca, como desquite de la aridez de su empleo. A Jorge Borrow le gustaban mucho Gil Blas, el Peregrino de Bunyan, Sterne, el Childe Harold, y, sobre todos, De Foe. «¡Oh genio de De Foe, yo te saludo! – exclama en su autobiografía – . ¡Cuánto no te debe el mío pobrísimo!»

      En 1824, el capitán Tomás Borrow murió, dejando por heredera de sus escasas rentas a su mujer. Jorge, que llegaba entonces a la mayor edad, se marchó a Londres a buscarse la vida en cuanto terminó su contrato de pasantía. Llevaba por todo capital un legajo de traducciones; pero sus esperanzas eran muchas. Su primera estancia en Londres fué poco placentera. Luchaba con la escasez, con la falta de salud, con la inseguridad del trabajo, y padeció además la crisis característica de la juventud al encararse indefensa con la vida, y las amarguras de la vocación que busca a tientas su camino. Jorge se interrogaba acerca del valor de la existencia y de la verdad: «¿Qué es la verdad? ¿Qué es lo bueno y lo malo? ¿Para qué he nacido? ¿Todo perecerá y será olvidado, todo es vanidad?» Y no encontraba respuesta satisfactoria. El futuro misionero era entonces ateo empedernido; su amigo Taylor, además de enseñarle el alemán, le inculcó la irreligión. La tristeza y el descorazonamiento de Jorge fueron tales, que sus amigos temieron verle poner fin a sus días. Por aquella época publicó Borrow algunas traducciones de poesías extranjeras (varios romances españoles1); escribió, por encargo de un editor, una colección de «causas célebres»2, y tradujo para una revista fragmentos de leyendas danesas3. Pero en 1825, el periódico en que escribía desapareció; riñó, además, con el editor que le daba trabajo, y se quedó en la calle con sus manuscritos y un puñado de dinero. Supónese que el anuncio de un librero le indujo a escribir, para zafarse de sus apuros del momento, una Vida y aventuras de José Sell, obra publicada, al parecer, con otros cuentos y narraciones en una colección que hoy no se sabe cuál fué. Vendida la obra, Borrow se marchó de Londres, abandonando la literatura, y viajó a pie en busca de salud corporal y de paz para su ánimo. Cuatro meses duró su vida errante. Volvió a encontrar a Jasper Petulengro, y se fué con él a vivir en hermandad con los gitanos, trabajando en hacer herraduras, y preso en las redes honestas de una linda moza de la tribu. Después compró un caballo, y recorrió Inglaterra en busca de aventuras. Cuando estos viajes concluyeron, Jorge Borrow tenía veintidós años. Era alto, flaco, zanquilargo, de rostro oval y tez olivácea; tenía la nariz encorvada, pero no demasiado larga; la boca bien dibujada, y ojos pardos, muy expresivos. Una canicie precoz le dejó la cabeza completamente blanca. Las cejas, prominentes y espesas, ponían en su rostro un violento trazo oscuro.

      Jorge Borrow, al escribir, andando el tiempo, sus narraciones autobiográficas, se empeñó en rodear de misterio ciertos años de su vida (1826-1832), y con alusiones más o menos veladas (algunas encontrará el lector en La Biblia en España,) quiso dar a entender que se había visto envuelto en misteriosas aventuras y dado cima a dilatados viajes por países como la India, China y Tartaria. Ignórase, en efecto, lo que Borrow hizo en esos años; pero, en sentir de sus biógrafos más autorizados, es excesivo tanto misterio. Probablemente, Borrow vivió todo ese tiempo sin ocupación fija; viajó un poco, y escribió por gusto y por encargo. En 1826 se publicó una colección de sus traducciones del danés4 con otras composiciones suyas. Dos años más tarde apareció una traducción de las Memorias de Vidocq5, atribuída a Borrow; insertó en algunas revistas trabajos de menos importancia. Viajó por la Europa occidental, y parece que estuvo en Madrid, pero este viaje no pudo entrar en el marco de La Biblia en España.

      Un gran cambio sobrevino en la vida de Jorge Borrow durante el año 1833, que decidió de su destino. Conocía Jorge Borrow a una familia residente en Oulton Hall, cerca de Lowestoft (Suffolk), de la que formaba parte Mrs. Mary Clarke, de treinta y seis años, viuda de un marino. Un reverendo pastor, relacionado con esa familia, indujo a Jorge Borrow a solicitar de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera un empleo donde pudiera utilizar su conocimiento de los idiomas. Jorge se fué a pie a Londres, y en veintidós horas recorrió una distancia de ciento veinte millas. En su frugal pobreza, Jorge sólo gastó en el viaje cinco peniques y medio, en un litro de cerveza, medio de leche, un pedazo de pan y dos manzanas. Los señores de la Sociedad Bíblica, después de examinarle de lenguas orientales durante una semana, le preguntaron si estaba dispuesto a aprender en seis meses la lengua manchú. Aceptó Jorge, y con un buen viático se volvió a Norwich, ya en diligencia; estudió con ahinco y a los seis meses triunfaba en las pruebas a que sus futuros jefes le sometieron. Por aquellos mismos días, Jorge Borrow se retractó de su ateísmo; ya fuese por influjo de Mrs. Clarke, o porque las ideas que le inculcó su amigo Taylor arraigaron poco en su espíritu y se marchitaron al acercarse la treintena, lo cierto es que Borrow profesó un protestantismo

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<p>1</p>

«Bernard’s Address to his army», a ballad from the Spanish; «The singing Mariner», a ballad from the Spanish; «The french Princess», a ballad from the Spanish. En «Monthly Magazine», volumen 57. (1824).

<p>2</p>

«Celebrated Trials, and Remarkable Cases of Criminal Jurisprudence, from the earliest records to the year 1825». Seis volúmenes. Knight and Lacey. London, 1825.

<p>3</p>

«Danish Traditions and Superstitions». En «Monthly Magazine», vols. 58, 59, 60.

<p>4</p>

«Romantic Ballads», Translated from the Danish and Miscellaneous pieces, by George Borrow. Norwich, S. Wilkin. 1826.

<p>5</p>

«Memoirs of Vidocq», principal agent of the French police until 1827. Writen by himself. Translated from the French. 4 vols. London, Whittaker, Treacher and Arnot. 1828-29.