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      En manos de Dios

      Manuel J. Fernández Márquez

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      © SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

      E-mail: [email protected] - www.sanpablo.es

      © Márquez, Manuel J. Fernández

      Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

      Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

      E-mail: [email protected]

      ISBN: 9788428564731

      Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

       www.sanpablo.es

      Presentación

      Siempre estamos «en manos de Dios». Descubrirlo, experimentarlo y vivirlo es la plenitud de nuestra vida.

      Amanecer y atardecer son dos momentos privilegiados para orar, para sentirnos y vivirnos «en manos del Señor»: el primero para despertar a la Vida de Dios en nosotros; el segundo para descansar y abandonarnos en manos de Dios.

      Despertar cada mañana y levantar los ojos del corazón a Dios es necesidad vital para comenzar cada día llenándonos de Vida, de luz, de paz y de amor.

      En realidad es despertar y amanecer orando, sintiéndonos conectados y unidos a la única fuente de Vida de toda nuestra existencia: Dios, «en quien vivimos, nos movemos y existimos».

      Al atardecer, al declinar las horas, las tareas y trabajos del día, surge la necesidad de recogernos, de reposar y descansar en manos del Señor. Es el momento donde escuchamos al Señor, invitándonos a retirarnos con él, «venid vosotros solos a descansar un poco», porque realmente, «sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación».

      Hoy quiero compartir con vosotros mi suprema aspiración: descubrir y vivir la Vida de Dios en mí e irradiarla a todas las personas, a través de mi vida diaria.

      Hoy quiero dedicaros, a todos los que me habéis acompañado y animado, participando de los Cursos y los Grupos Vida y contemplación, estas sencillas y pequeñas reflexiones, interrogantes, sugerencias, oraciones e invocaciones. Con ellas quiero expresar mi profundo deseo de seguir caminando con vosotros en esta apasionante aventura: recibir el regalo infinito de Dios, vivirnos en Él, gustando y saboreando su misma Vida, en esta historia nuestra de cada día.

      El Salmo 62 es un amanecer sediento de Dios, nuestro único Señor, cantando, alabando y bendiciendo al Señor, deseando vivir en él. Mi alma está unida a él, fundida con él y toda mi existencia está sostenida por él. «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene».

      «Padre, me pongo en tus manos» es una oración que recoge las vivencias y sentimientos más bellos y profundos de un alma que se siente sumergida en Dios, dejándose modelar por él en cada paso del acontecer diario. Se abandona en manos de Dios, porque él es todo en nuestra vida y porque sólo en Dios descansa mi mente, mi cuerpo, mi corazón y mi alma. Es volver al hogar al atardecer de cada día, después de las tareas diarias, y sentarse al calor del fuego, ardiente, luminoso y pacificador de Dios.

      Os invito a gustar y saborear estas sugerencias, reflexiones y oraciones en un clima de silencio, de paz y de armonía, que nos disponga para ser tocados por las manos, la mirada y el corazón de Dios.

      ¡Ojalá podamos «gustar y ver qué bueno es el Señor», abandonándonos plenamente «en manos de Dios»!

      «Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia,

      amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz,

      pegándote a Él, viviendo unido a Él,

      pues Él es tu vida y tus largos años

      de habitar en la tierra que el Señor

      prometió a nuestros padres».

      (Dt 30,19b-20)

      Introducción

      Nuestra vida consiste en:

      despertar a Dios…,

      descansar en Dios…

      Dos actitudes fundamentales y vitales:

      para estar centrados desde el «amanecer»

      hasta el «atardecer»,

      para vivir con sentido nuestra vida diaria,

      para llenar nuestra vida de ilusión,

      para unificar todos los aspectos de nuestra vida,

      para liberarnos de los conflictos y preocupaciones

      de cada día,

      para relativizar nuestros problemas

      y contrariedades diarias,

      para sentirnos serenamente felices,

      para sentir nuestra vida llena y en armonía,

      para vivir en profundidad y desde dentro, desde

      que nos levantamos hasta que nos acostamos.

      Despertar a Dios es abrirnos a un amanecer luminoso y vivirlo.

      Amanecer en Dios, al mundo de Dios.

      Amanecer al mundo divino y sagrado de todo.

      Que nuestra vida despierte al misterio de Dios,

      se abra a la luz de Dios y descubra a Dios en todo.

      Descansar en Dios es un atardecer pacificador, confiado y plenificante.

      Descansar en manos de Dios.

      Descansar en el regazo amoroso de nuestro Padre Dios.

      Que nuestra vida se suelte, se abandone

      en manos de Dios, y se confíe plenamente

      en la ternura infinita de Dios…

      Despertar a Dios

      1. Mi alma tiene sed de Dios

      Señor, mi alma tiene sed de ti…

      Oh Dios, tú eres mi Dios,

      por ti madrugo,

      mi alma está sedienta de ti.

      Todos sentimos sed, hambre, necesidad de algo o de alguien que llene nuestro vacío, nuestra necesidad de completar esa zona que sentimos hueca, que experimentamos que le falta algo para estar completa.

      Cuando me despierto cada día empiezo a soñar

      con ese trabajo que tengo pendiente,

      con aquella persona con quien tengo que conversar,

      con aquel asunto que tengo que resolver,

      con aquella lectura o aquel paseo que quiero realizar…

      Así surgen, en mi sueño, cosas, personas, trabajos, tareas,

      proyectos, distracciones, conversaciones pendientes,

      lecturas y asuntos que constituyen un programa

      de planes, que a lo largo del día intentaré realizar

      como pequeñas conquistas y afanes que llenarán

      y cumplirán mis ilusiones para llenar mi vacío.

      Señor, ¡qué sueños

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