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de los animales que ya tengo.”

      Ella tenía cuatro perros, todos con heridas graves y enfermedades que le costaban más que su renta. Si perdía ese empleo, no hubiera tenido el dinero para ocuparse de ellos o de pagar un techo.

      Maggie cogió la aguja e hizo un movimiento con el dedo índice.

      El Dr. Cooper la miraba. El momento de irse había llegado como ella esperaba. Se puso sus caras botas de cocodrilo y salió del local.

      Maggie respiró aliviada y dejó la aguja. Vendó al perro. Había sido lastimado hacía mucho tiempo y el tiempo de sanar había comenzado. Ahora sólo necesitaba curar su espíritu junto con su cuerpo.

      Maggie envolvió al perro en una manta, y se dirigió a la parte de atrás. Estaba saliendo para alcanzar la esquina. El Dr. Cooper levantó la vista de su reloj y la miró. Y, por supuesto, fue entonces cuando el perro decidió despertarse de sus medicamentos y ladrar.

      Era un ladrido bajo y atontado que podría haberse interpretado como su propio estómago gruñendo. De nuevo había saltado el almuerzo. Pero no tenía excusa para el hilo de líquido que salía de la manta y caía sobre las caras botas del Dr. Cooper. En realidad, estaba bastante complacida con eso.

      El perrito era un buen muchacho. Ella no sabía cómo habría podido cuidarlo ahora que se había quedado sin empleo, pero lo conservaría.

      Capítulo tres.

      Dylan regresó a los establos después de su sesión con el Dr. Patel. El buen doctor no lo había presionado sobre sus falsas pesadillas. Tampoco había seguido hablando del argumento de las citas. Había hecho algo mucho peor. Había querido hablar con Dylan sobre su promesa incumplida.

      Hilary Weston era la chica de al lado. Pero eso era un piso debajo del pent-house en uno de los edificios más exclusivos de Nueva York. Viendo su vida desde arriba, viéndola como se arreglaba, era inevitable que terminara en sus brazos.

      Hilary había sido la primera en todo para Dylan. Su primer crush. Su primera novia. Su primera… todo.

      Ella no se había alegrado cuando le dijo que quería ser militar. Con el dinero de su familia y sus ahorros, Dylan hubiera podido sentarse en sus laureles por varias vidas. Pero sintió el llamado.

      Se fue con la promesa de que estaría poco tiempo y de que luego regresaría para la boda, tan grandiosa como ella quisiera. Habían bromeado que le llevaría ese mismo tiempo planear el evento social de la década. Pero luego, Dylan volvió lleno de heridas y sin una de sus piernas, por lo que Hilary cambió de planes.

      A ella no le interesaba que él hubiera podido ocuparse de ella financieramente, ella también era una heredera. A ella no le importaba que él fuera un héroe de guerra. Ella era una muchacha de la alta sociedad, que estaba permanentemente en las páginas de chismes. Las apariencias le importaban a Hilary Weston, y tener a un guerrero lastimado cubierto de heridas y sin una extremidad no era una buena apariencia.

      Había cerrado la puerta detrás de ella y se había ido del hospital militar. Se había comprometido con otro hombre y se había casado con él antes de que hubieran pasado seis meses. Dylan supo que era una estrella de un programa de telerrealidad, y que ahora Hilary también lo era.

      Le hubiera gustado pensar que había esquivado una bala. Pero las había esquivado en la vida real. Su rechazo dolió.

      Pero esa vida se había terminado. Esa era su nueva realidad. Y se sentía bien allí.

      Dylan abandonó sus amargos recuerdos y miró alrededor del rancho. Había renunciado a la vida de la alta sociedad para limpiar puestos y trabajar la tierra. Fue la mejor decisión de su vida.

      El rancho era bastante modesto antes de que él invirtiera buena parte de su herencia. Sus padres se habían opuesto a ello hasta que se dieron cuenta de que su hijo herido estaría a salvo alejado de los ojos de la sociedad. Al igual que Hilary, los Banks se preocupaban por las apariencias. Un soldado condecorado por servir a su país se vería bien. Un amputado que cojeaba, no.

      Por segunda vez ese día, el sonido de los camiones le recordó al fuego de la artillería. Pero Dylan no sufría de PTSD de la forma habitual. Sólo era el trauma de su familia lo que lo afectaba. Por eso, cuando vio a Sean Jeffries dando un trote, sólo pudo sonreírle.

      Jeffries había vuelto de la guerra con todas sus extremidades. Pero como todos los hombres en el rancho, Jeffries había dejado una parte de él atrás, en la guerra. Jeffries bajó la cabeza a modo de saludo y se cubrió la frente morena con el sombrero de vaquero. Tonos oscuros cubrían su rostro. Las gafas de sol proyectaban al hombre oscuro sobre el corcel en una sombra total. A Jeffries no le gustaba que la gente mirara las cicatrices de su rostro.

      Jeffries mantenía su postura y su cabeza en alto. La vida se veía diferente desde lo alto del caballo. No sólo la terapia ayudaba a mejorar las heridas psicológicas, también ayudaba a mejorar el balance, el control, la coordinación de la mente. Manteniendo el control de una gran bestia y el suyo propio, aumentaba su autoestima y le daba una sensación de libertad.

      El rancho no sólo ofrecía equino-terapia. La jardinería ayudaba a los sentidos y a las funciones táctiles. Tareas como empujar una carretilla, rastrillar, utilizar la azada, quitar las malezas, plantar e incluso arreglar flores, todas construían o reconstruían las habilidades motoras.

      Reed Cannon estaba arrodillado en el jardín. Cannon removía la tierra y plantaba flores. Los dedos de una mano trabajaban en la tierra fértil, mientras que los otros permanecían rígidos contra la tierra. La mano rígida era una prótesis. Había perdido su mano verdadera en la misma explosión que se llevó a la pierna de Dylan.

      Dylan siguió caminando por el refugio, pasando junto a las campanillas de color púrpura que daban nombre al rancho. No sólo estaban los jardines de flores y vegetales en ese santuario. También había un jardín de mariposas que ofrecía paz y tranquilidad a los veteranos. Ese lugar no era sólo para sanar mental y físicamente, sino también emocionalmente. Dylan y los demás habían construido senderos para sillas de ruedas para que fuera accesible para todos.

      Los veteranos de guerras anteriores también iban al rancho, para sanar las heridas de guerras pasadas que aún permanecían frescas. Algún día Dylan esperaba poder abrir el rancho a jóvenes en problemas y darles el cuidado que necesitaban para que tengan la oportunidad de un mejor futuro. Así que no, no se lamentaba de dejar atrás a la alta sociedad. Esa era la sociedad que quería crear.

      Mientras Dylan se alejaba del jardín, sentía todavía el perfume de las flores. Francisco DeMonti se movió entre las ovejas. Cuidar a animales pequeños ayudaba a los hombres a aprender a relacionarse con los demás. Los animales eran los ejemplares perfectos. Muchos daban amor incondicional, especialmente si tenías comida en tu mano.

      Fran no tenía heridas visibles. Sus heridas eran internas, pero todavía podían matarlo.

      “Buena cabalgata esta mañana?”, preguntó Fran mientras se acercaba adonde estaba Dylan.

      Dylan asintió.

      “Recibí una llamada de un viejo compañero del centro de veteranos”, dijo Fran. “Se preguntan si podemos recibir un par de soldados más”.

      “Tenemos lugar.”

      Había viviendas en el rancho. Aunque la mayoría de los soldados no se quedaron después de completar su terapia o rehabilitación. Muchos tenían familias a las que regresar, o descubrieron que la vida en el rancho a largo plazo no les sentaba bien. Los cinco veteranos que hicieron del rancho su hogar no tenían ese lujo o no querían volver a él. Para ellos, ese era su hogar ahora.

      “Recibiremos a todos los que necesiten ayuda”, dijo Dylan.

      Y podrían hacerlo por poco o ningún costo. Las pensiones que Dylan se negó a permitir que nadie gastara, Dylan había pedido a un asistente que diera a todos los trabajadores un aumento salarial, y su fondo fiduciario asumió la mayor parte de los gastos. Nunca hubiera rechazado a nadie. A diferencia de cómo lo trataba su familia.

      “Que

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