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Bosque de bambú
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En el cuento que le da título a este libro, un gato callejero entra a un estudio y ocupa el lugar que dejó la tortuga. Así nos ocurre con Riichi Yokomitsu, que con estos cinco relatos se cuela, tan desconocido como despreocupado, por entre los grandes sabios para reclamar el espacio que por derecho también le pertenece.
Yokomitsu carece de misericordia, pero sus personajes están plenos de compasión; paranoia y generosidad van de la mano. La primavera llegó en un carro tirado por caballos es un libro conmovedor, casi epifánico, sobre los padecimientos ajenos y propios, muchas veces autoinflingidos. «Había decidido probar esos sufrimientos como la lengua prueba el azúcar, para mirarlos con la luz total de todos sus sentidos».
Acompañados por un prólogo a cargo de Miguel Sardegna y del obituario que le dedicó Kawabata a su admirado amigo, nos adentramos a este autor con la certeza creciente de tener entre las manos a un nuevo clásico, en esta traducción directa del japonés que incluye relatos jamás traducidos antes. Todavía heridos por el rayo de Yokomitsu, solo nos queda cerrar el libro y esperar con ansias el próximo.
Martín Felipe Castagnet
Yokomitsu carece de misericordia, pero sus personajes están plenos de compasión; paranoia y generosidad van de la mano. La primavera llegó en un carro tirado por caballos es un libro conmovedor, casi epifánico, sobre los padecimientos ajenos y propios, muchas veces autoinflingidos. «Había decidido probar esos sufrimientos como la lengua prueba el azúcar, para mirarlos con la luz total de todos sus sentidos».
Acompañados por un prólogo a cargo de Miguel Sardegna y del obituario que le dedicó Kawabata a su admirado amigo, nos adentramos a este autor con la certeza creciente de tener entre las manos a un nuevo clásico, en esta traducción directa del japonés que incluye relatos jamás traducidos antes. Todavía heridos por el rayo de Yokomitsu, solo nos queda cerrar el libro y esperar con ansias el próximo.
Martín Felipe Castagnet
Аннотация
En un breve relato incluido en La muralla china, Kafka notó que, a riesgo de desmoronarse, el deseo de dejar pasar a través puede transformar a un hombre en puente. Hijo de madre griega y padre irlandés, Lafcadio Hearn abrazó Japón quizá para transformarse en eso mismo. Prueba de ello es La canción del arrozal, una delicada serie de observaciones minúsculas que procuran no solo poner al mágico mundo del Japón tradicional ante la mirada occidental sino también «abrir oídos».
Acaso el tratado De Anima, de Aristóteles, sea uno de los cimientos teórico-filosóficos sobre los que comenzó a edificarse la primacía óptica-háptica de nuestra sensibilidad occidental. Allí se establece una jerarquía entre los cinco sentidos en la que el tacto (que garantiza la vida animal) y la vista (perfecta en el hombre) asumen una posición central. ¿Cómo suponer una orientación estética similar para ese Japón amante de las sombras tan añorado, por ejemplo, por Tanizaki? ["A la luz del día, qué poco interesante eres, rana"].
Debemos al occidental más crítico de Occidente, Friedrich Nietzsche, un primer llamado de atención respecto de esta tiranía óptica-háptica; que se conjuga de mil maravillas en la Era Digital. No solo rescató la importancia del olfato sino, además, como hace Hearn registrando voces cantantes, el sentido de la audición. Por boca de su profeta Zaratustra (aunque bien podría haber salido de la de la rana kajika o la cigarra higurashi), Nietzsche hizo una advertencia que vale para futuros lectores de este libro lleno de pequeñas melodías: «Cantaré mi canción… y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ese voy a abrumarle el corazón con mi felicidad»
Leandro Surce
Acaso el tratado De Anima, de Aristóteles, sea uno de los cimientos teórico-filosóficos sobre los que comenzó a edificarse la primacía óptica-háptica de nuestra sensibilidad occidental. Allí se establece una jerarquía entre los cinco sentidos en la que el tacto (que garantiza la vida animal) y la vista (perfecta en el hombre) asumen una posición central. ¿Cómo suponer una orientación estética similar para ese Japón amante de las sombras tan añorado, por ejemplo, por Tanizaki? ["A la luz del día, qué poco interesante eres, rana"].
Debemos al occidental más crítico de Occidente, Friedrich Nietzsche, un primer llamado de atención respecto de esta tiranía óptica-háptica; que se conjuga de mil maravillas en la Era Digital. No solo rescató la importancia del olfato sino, además, como hace Hearn registrando voces cantantes, el sentido de la audición. Por boca de su profeta Zaratustra (aunque bien podría haber salido de la de la rana kajika o la cigarra higurashi), Nietzsche hizo una advertencia que vale para futuros lectores de este libro lleno de pequeñas melodías: «Cantaré mi canción… y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ese voy a abrumarle el corazón con mi felicidad»
Leandro Surce