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Este libro refleja la gestación de un pensamiento en acto frente a las coyunturas disruptivas que fijan, encierran y desacreditan la experiencia subjetiva y comunitaria. Ante la desdicha y la incertidumbre de esta época que nos afecta a todos y, en particular, a los niños, la obra plantea la natalidad de un tercer tiempo, una zona de subjetividad en la que se inventa la realización sensible de los sucesos que parecían inviables. Resistimos, rompemos la incredulidad y creemos en la posibilidad de lo imposible. Para ayudar a los más pequeños, reafirmamos la alianza con ellos y sus padres: no los dejamos solos. Imaginamos recursos para constituir una experiencia que, al ser realizada, permita a la imagen del cuerpo salir fuera de sí, romper la soledad del sufrimiento del aislamiento y volver para recrear otra escena, un acontecimiento de la infancia en el que coexistan el cuerpo, la ficción y el sujeto. Mantener viva la experiencia infantil es la fuerza deseante, afectiva, que nos permite rescatar la vitalidad de la niñez y de la comunidad del nos-otros.

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En este libro se aborda la noción de autoridad, aquella que ha estado ligada a la de tradición y religión en el discurso conservador y fue dejada de lado en el discurso progresista, que analiza no solo la política sino toda relación humana exclusivamente desde la noción de poder. La filosofía europea, tal como lo señaló A. Kojève, se ocupó poco de este concepto creado en la Roma republicana y cuya crisis algunxs consideran ligada a la «decadencia» de nuestra época, aunque H. Arendt la encontraba ya en los años 50 del siglo XX, en los EE.UU. Lo que se plantea en este texto es que no se trataría de una crisis que lleve a su desaparición sino a la construcción de otra forma más horizontal de autoridad, que conlleva fuertes tensiones entre los pocos tradicionalmente autorizados (varones, adultos, cis, heterosexuales, de sectores medios o altos, «normales») y quienes solo podían ser sus autorizantes: mujeres, adolescentes, usuarixs del sistema de salud mental, colectivos LGBTIQ+, desempleadxs, pueblos originarios, etnias diversas no autóctonas que, desde hace tiempo, luchan por autorizarse.

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En esta obra se indaga la sexualidad, los vínculos de pareja y la paternidad de varones de entre 25-45 años, con la firme convicción de que es necesario desarrollar estrategias grupales, sociales y políticas que contribuyan a la creación de nuevos códigos culturales y modelos viriles que favorezcan prácticas innovadoras de los varones, apuntando a la promoción del cambio masculino. El andamiaje conceptual de esta obra amalgama las teorías acerca de las representaciones sociales con las hipótesis psicoanalíticas integradas con la perspectiva de género, para analizar los imperativos que construyen y reproducen la masculinidad en lo subjetivo y lo social. Y aunque existe un estereotipo masculino hegemónico, cada varón presenta divergencias, dadas las resignificaciones y articulaciones producidas entre los distintos estratos del psiquismo y la incidencia de la ideología y de lo sociocultural. El texto ofrece una perspectiva sistemática y ordenadora acerca de los desarrollos teóricos para indagar la masculinidad, por lo que representa un recurso valioso para los estudios académicos que la época requiere.

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No es el mundo en sí el que da lugar a los niños, sino el acto de jugar el que origina la posibilidad del universo infantil. ¿Cómo rescatar su sensibilidad, la imagen del cuerpo, la plasticidad, si no pueden o tienen dificultades para jugar? ¿Es posible diagnosticarlos sin jugar con ellos? Frente a la certeza del poder de turno para diagnosticar la vida de un niño y determinar la de sus padres, lo escolar, la integración o exclusión cultural defendemos la incerteza de la dimensión desconocida y lo provisorio del diagnóstico. No hay infancia sin futuro y no hay futuro sin infancia, pero tampoco hay niñez sin pasado, ni pasado sin niñez. Al jugar, los niños descubren e inventan al mismo tiempo una dimensión secreta y desconocida, no con la finalidad de conocer, sino para habitar su existencia. A contracorriente, este libro comienza cuando termina y finaliza donde empieza. Movimiento en red que desafía al lector en el acto de leer para crear un vacío de saber todavía desconocido. La infancia es el destino.

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Todas las infancias pasan, menos aquellas en las que los diagnósticos invalidantes, el sufrimiento y el dolor de existir detienen el tiempo, bloquean la imagen corporal, el juego, la relación con los otros y cuestionan la experiencia infantil. Los problemas en la infancia, ¿pueden interrumpir la temporalidad de la subjetividad, del desarrollo y la experiencia de los niños? El tiempo es un movimiento afectivo dinámico, vital, cambiante; siempre es otro que no se puede imaginar antes de vivirlo; no pertenece a nadie y mucho menos a los diagnosticadores. Los niños son sensibles espejos del tiempo. Las infancias desplegadas en esta obra no pueden reflejarse en ellos ni construir su memoria. Paralizados, acorralados en el cuerpo, en la acción, en los síntomas, o en los miedos nos demandan. ¿Seremos capaces de leer, escuchar, donar y crear el tiempo en devenir de los más chicos, los niños? «Todos los niños crecen, menos uno»: así comienza la intrépida historia de Peter Pan. Y con ella se configura el eje de esta nueva propuesta de Esteban Levin.

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Siglo XXI. La violencia social es un fenómeno cotidiano, ya se ha naturalizado, ya no sorprende. La violencia escolar es noticia diaria en los medios de comunicación. ¿Es ella un reflejo de la violencia social? Silvia Bleichmar abordó en sus escritos, en sus conferencias, en sus reportajes, con su profunda implicación y su acostumbrada lucidez, estos temas. Planteaba en ellos que las formas actuales de la violencia dan cuenta de procesos muy severos de desubjetivación en el país, y de procesos profundos de impunidad y resentimiento acumulados. Propone un cambio en el orden del día de las agendas de los funcionarios de los distintos estamentos del Estado: en lugar de poner el acento en la seguridad, ponerlo en la impunidad. Silvia Bleichmar señalaba: «Hay que terminar con el mito de que la violencia es producto de la pobreza. La violencia es producto de dos cosas: por un lado, el resentimiento por las promesas incumplidas y por el otro, la falta de perspectiva de futuro… Que educar no sea una propuesta idealista de hacer todos un pacto de llevarnos bien y entendernos, sino de entender los nexos profundos que hay entre una cultura que durante años propuso el 'no te metás' mientras se asesinaba al semejante. Y que se continuó después en un individualismo de 'salvarse solo, a costa de lo que sea' convertido en un principio de vida y una cultura como forma de picardía que se convirtió en modelo de ejercicio social. Creo que nosotros tenemos que partir de reconocer el país que construimos o que desconstruimos para poder educar a los jóvenes en el país que queremos construir».

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