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tenemos vestigios. ¿Ustedes han oído la expresión: “Eso es del tiempo del ruido”? Me imagino que saben que se usa para decir que algo ocurrió hace muchísimo tiempo. La expresión se debe a la caída sobre tierra colombiana de un meteorito. Ese su­ceso ocurrió el 9 de marzo de 1687. Fue tan espectacular el acontecimiento, que se ha conservado en la memoria popular.

      »Escuchen lo que dicen los relatos: “Eran cerca de las 10 de la noche. En esa época, sin luz eléctrica, la gente se acostaba temprano. La mayoría de los habitantes de la capital dormía, cuando se escuchó un ruido ensordecedor que se prolongó por unos 15 minutos. Los espectadores vieron en el cielo “bolas y proyectiles incendiarios”, acompañados por un intenso olor a azufre”. Los habitantes de la ciudad colonial entraron en pánico y huyeron de sus casas, por las calles destapadas, aún en pijama. “Es el fin del mundo, la hora del juicio final”, gritaban varios.

      »La mayoría buscó refugio en iglesias y claustros religiosos. El extraño ruido terminó aquella misma noche pero el olor a azufre permaneció algunos días más sobre la sabana de Bogotá. Desde entonces, durante muchos años, cada 9 de marzo se celebraba una ceremonia religiosa para pedir la protección divina. Y se creó la expresión “el tiempo del ruido”, luego la seguimos usando aunque hayamos olvidado su origen.

      »Es posible que ese suceso cósmico haya impresionado a un gran artista. En ese tiempo vivía en Santafé de Bogotá el pintor más célebre de toda la época de la Colonia: Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (Bogotá, 1638 - Bogotá, 1711). Algunos creen ver en su cuadro “Santiago Patrón de España”, en la que aparecen ángeles lanzando rocas, una alegoría al fenómeno de la caída del meteorito.

      »Volvamos a la historia del meteorito que tenemos frente a nosotros. A principios de 1810, la noche del Viernes Santo, 20 de abril, exactamente tres meses antes del Grito de Independencia, cayó sobre tierras colombianas este meteorito. Una mujer llamada Cecilia Corredor encontró un gran fragmento en el municipio de Santa Rosa de Viterbo, en la colina de Tocavita. El objeto causó gran admiración entre los habitantes, se notaba que era un metal raro, pues pesaba mucho más de lo que aparentaba por su volumen. Fue trasladado al centro urbano, donde por mucho tiempo se utilizó como yunque en la fundición de hierro. Allí estaba sobre una columna de piedra y expuesto a todos. Era la atracción del pueblo. Un día llegó a Santa Rosa un extraño personaje que quería comprar el meteorito. La piedra, que pesaba inicialmente 750 kg, fue fraccionada y más de cien kilos le fueron cedidos a Henry Ward. La parte mayor, de 411 kg, es este objeto que estamos viendo.

      »Esta fue la primera pieza de la colección del museo y fue adquirida por los científicos Mariano Eduardo de Rivero y Jean-Baptiste Boussingault en 1823. Fue estudiada por el Instituto Smithsoniano y se halló que está compuesta 93 % de hierro, 6 % de níquel, 0,7 % de cobalto, 0,2 % de carbono y 0,1 % de fósforo, azufre y cromo. Su densidad es muy alta: 7,70 gr/cm3. Muestras de este meteorito fueron distribuidas a unas 26 instituciones regadas por el mundo desde Nueva York hasta Calcuta.

      »Existen más de 45 000 meteoritos documentados. En Colombia hay solo dos casos registrados oficialmente. Es posible que este meteorito haya intervenido en nuestra gesta de Independencia. Se dice que siguiendo la moda de la época de fundir armas blancas a partir de meteoritos metálicos, se forjó con el hierro de Santa Rosa una hoja de espada, la cual se le ofreció al Libertador Simón Bolívar con una dedicatoria que decía: “Esta espada ha sido hecha con hierro caído del cielo para la defensa de la libertad”.

      »Cuando miren el cielo y vean cuerpos que se desplazan, las “estrellas fugaces”, recuerden que se tra­ta de meteoritos que están ingresando a nuestra atmósfera, que pueden traer vida y muerte, pero son ante todo un bello momento fugaz en esta eternidad del cosmos. Y que nuestro destino es igual de bello y efímero. Por hoy la clase ha terminado.

      §

      Había previsto lo que pasaría. Durante la cena me preguntaron de nuevo:

      —¿Qué tal la clase de hoy?

      Se veía que tenían curiosidad y algo de preocu­pación. Dudaba si aliviarlos, pero aún no era tiempo. En ese momento pensé: “Está claro que ya no me quejaré en un ministerio sobre la violación de mis derechos, ni haré un escándalo en una emisora. Además, ya no sigo buscando en los Derechos del Niño una frase específica sobre el descanso en va­caciones”. Habíamos convenido que después de la tercera clase tomaría una decisión, entonces no de­bía apresurarme.

      —No sé. Un poco extraña… pero interesante —les respondí.

      6

      El fósil

      «§»

      Allí estábamos todos muy puntuales aquella fría mañana de miércoles, frente al teatrino.

      El sol peleaba sin fuerzas con las nubes. El cielo se parecía mucho a una panza de burro, gris y sucia. No tenía frío dentro de mi chaquetón. Eran las 8:00 a.m. cuando entró Teruel.

      —Hoy sí vamos a utilizar el TET. Todos listos, en sus puestos. Los cinturones de seguridad abrochados. Vamos a recorrer 166 km en un abrir y cerrar de ojos. He puesto en los comandos de esta nave las siguientes coordenadas: 5° 37’ 59” Norte, 73° 31’ 59” Oeste. Vamos en tiempo real, rumbo a Villa de Leyva, estamos sobrevolando la plaza prin­cipal, es una de las más grandes del país; luego tomaremos dirección hacia el Monasterio de Santo Eccehomo. Luego desviaremos hacia el fósil. Volamos ya muy bajo.

      Aunque está prohibido hacerlo, algunos niños en la vía nos ofrecen amonites, esos pequeños fósiles, como caracoles prehistóricos. Abundan en estas tierras que, al parecer, fueron hace millones de años un mar interior que se secó.

      —Miren la que está sobre la mesita de observación, bajo los reflectores. —Era pequeña, negra y lustrosa, en perfecto estado de conservación—. Los amonites eran seres vivos que tenían una concha protectora en forma de espiral. Son similares a los moluscos actuales con caparazón. Ahora son fósiles comunes, pues eran abundantes en los mares; se hallan dentro de las rocas del período Jurásico. Del interior de la concha salía un animal muy parecido a los pulpos. Algunos amonites son brillantes, de visos metálicos, otros pueden tener colores marmóreos, pues se pueden petrificar en diferentes minerales como la calcita o la pirita.

      »Villa de Leyva es tierra de fósiles pequeños y grandes. La palabra fósil en latín significa “aquello que es excavado”, se refiere a restos de organismos antiguos que se conservan petrificados en rocas sedimentarias de la corteza terrestre. ¿Recuerdan cómo se formaron?

      »Por lo general, los fósiles preservan la porción del organismo que estaba mineralizada, co­­mo los dientes y huesos de los vertebrados y los exoesqueletos de los invertebrados. El proceso más común de formación de fósiles es el de mineralización, en el que los minerales de aguas subterráneas se filtran en las partes duras del organismo, como huesos y conchas, y los petrifican, los convierten en piedra.

      »Hay otros métodos, aunque menos comunes, capaces de crear fósiles. Algunos son fascinantes: ¿alguna vez han visto un mosquito atrapado en ámbar? ¿Recuerdan que el ámbar es una piedra semipreciosa de origen vegetal, fosilizada, proveniente principalmente de coníferas?

      —Claro que sí, tengo un prendedor comprado en Lituania con un insecto adentro —dijo Mabel—. Si quieren, puedo traerlo para la próxima clase.

      El profesor le hizo un gesto para decirle que lo hiciera, que la clase contaba con ello.

      —Y además así empieza la película Jurassic Park, un mosquito atrapado en la resina tiene adentro sangre de dinosaurio con su ADN intacto —agregué yo.

      Mis compañeros y el profesor se rieron al verme tan entusiasmado. Me puse colorado. Lo que pasa es que este tema de los animales extintos me apasiona. Cuando las risas se callaron, Teruel me agrade­ció la participación.

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