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voluntad de don Federico y las ganas de su hijo por ver convertidos sus manuscritos en letras de molde. Durante décadas los muchos ejemplares que quedaron por vender se guardaron en las estanterías de la Huerta de San Vicente, el último hogar de la familia García Lorca en Granada. Un día de 1972, Eutimio Martín, uno de los mejores estudiosos del autor granadino, fue a visitar a Isabel García Lorca, la hermana menor del poeta. Cuando Martín se queja de que nunca ha podido consultar una primera edición de Impresiones y paisajes, pues no lo encuentra en venta por ningún sitio, Isabel le contesta que el libro «solo lo tienen aquellos a quienes lo hemos regalado o los que lo han robado de la Huerta de San Vicente, donde teníamos un armario con prácticamente toda la edición».10

      II

      LA LITERATURA

       Jesús Ortega

      ¿Podemos recordar nuestra decisión de querer ser escritores? ¿Se dispone de un instante así en la memoria, la escena epifánica con la que dar sentido al relato propio o, por el contrario, no hubo más que azares y circunstancias, una sedimentación de materiales diversos que en un momento dado adquirieron una forma determinada?

      Federico García Lorca experimentó una metamorfosis silenciosa entre los dieciocho y los diecinueve años: comenzó a sustituir la música por la literatura. Puesto que al principio era un secreto, nadie excepto su hermano Francisco lo advirtió. La metamorfosis vino acompañada, no por casualidad, de una fortísima crisis sexual y religiosa; como dice Luis García Montero, las palabras le ayudaron a situar las relaciones de su yo con el mundo y a entender la propia identidad: la escritura como espacio del conflicto.11 En la primavera de 1916, pues, el joven artista rompió a escribir, pero no fue hasta el verano de 1917, en Burgos, durante su cuarto viaje de estudios con el profesor Berrueta, cuando cristalizó en su conciencia la decisión irrevocable de ser escritor.

      En vano biógrafos, críticos y estudiosos han rastreado el momento de la epifanía. Si la hubo Lorca no quiso contarla, pero todo indica que aquellas tres melancólicas semanas de agosto de 1917 vividas en la ciudad castellana, a solas con su profesor, cuando los demás integrantes de la excursión ya habían regresado a Granada, terminaron de producirle el «estigma doloroso» de una transformación interior que lo colmó de «verdad y lágrimas». A ello se referiría en una carta a Melchor Fernández Almagro de 1924, la primera y única vez, donde reveló misteriosamente: «Yo estoy nutrido de Burgos». No le aclaró mucho más. Sin describir nada parecido a escenas bíblicas de zarzas ardientes, reconoció a su amigo que durante aquel verano vivió «horas inolvidables que hicieron mella profunda en mi vida de poeta»: la visión evangélica de «la puerta estrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma».12

      Pero dos años antes, recién ingresado en la universidad, Lorca aún quería o decía que quería ser músico. Durante el bachillerato había recibido la influencia de Antonio Segura Mesa, aquel compositor fracasado que vivía de dar clases particulares de piano y que transmitió al pupilo su fe inquebrantable en el arte. La música fue la primera tendencia artística que empezó a cuajar en el alma de mi hermano, recuerda Francisco García Lorca.13 Había estudiado con fervor el repertorio pianístico decimonónico, Beethoven, Mendelssohn, Schubert, Chopin, Liszt, y en buena lógica romántica, como leemos en uno de sus textos de metamorfosis de 1917, la música era para él el arte por naturaleza, la vía privilegiada de acceso al mundo del espíritu, el lenguaje artístico más puro, «eso que nadie conoce ni lo puede definir, pero que en todos existe».14 Entre los círculos familiares y sociales de la ciudad de provincias se abrió paso la imagen de un pianista con tanto talento como futuro, un muchacho que podría llegar a ser el nuevo Albéniz, decían, pero su padre, desconfiado de la puerta estrecha, obsesionado con darle carrera universitaria, se negó a dejarlo marchar lejos para continuar en serio sus estudios musicales, y Lorca empezó a buscar otros caminos. En abril de 1916 escribió el que se considera su texto literario más antiguo, una prosa titulada «Mi pueblo» que no enseñó a nadie. En mayo murió Antonio Segura Mesa y, con él, cualquier posibilidad de insistir seriamente en la música; en junio Federico se enrolaría en el primero de sus cuatro decisivos viajes universitarios.

      Berrueta, el alma de aquellas excursiones, exigía a sus jóvenes pupilos tomar notas escritas sobre los monumentos que visitaban, a modo de trabajos de clase. Esta obligatoriedad de escribir, aunque no de publicar (los escritores oficiales del grupo eran todavía José Fernández Montesinos y Miguel Pizarro —viajes de 1915—, y Luis Mariscal —viajes de 1916 en adelante—), resultó un acicate fundamental para Lorca.

      Durante los tres primeros viajes Lorca era percibido nada más que como el músico del grupo: Berrueta utilizaría a menudo su talento de performer para ofrecer veladas musicales en las ciudades que visitaban y agasajar con ellas a anfitriones y autoridades. El muchacho se prestaba encantado, mientras en su interior comenzaba a latir un innombrado deseo mimético con respecto a sus compañeros escritores. La silenciosa metamorfosis siguió produciéndose, pero no alcanzó a su conciencia hasta el 15 de octubre de 1916, al inicio del segundo viaje, esta vez hacia Castilla y Galicia. La fecha se le quedó grabada a Federico, pues un año después, en el manuscrito de «Mística en que se trata de Dios», una de sus piezas de principiante de los meses previos a la publicación de Impresiones y paisajes, escribiría: «Noche del 15 de octubre, 1917. 1 año que salí hacia el bien de la literatura». Imposible no reparar en la connotación caballeresco-quijotesca de esta salida. La identificación entre la caballería andante, la vocación del artista romántico y la defensa de la figura de Cristo es un rasgo común a este («Caballeros andantes de tu bien seremos los pocos que te amamos») y otros textos primerizos de Lorca, como ha demostrado Eutimio Martín,15 y se proyecta como una sombra sobre gran parte de su poética.

      El 8 de noviembre de 1916 el grupo ya estaba de regreso en Granada y, para entonces, el viaje exterior, el de la contemplación de las iglesias, los monumentos y los paisajes, había desencadenado en Lorca el otro viaje interior hacia el deseo y la voluntad de escribir. Tras una serie de tanteos discontinuos, recuerda su hermano Francisco, a comienzos de 1917 se lanzó definitivamente a la escritura. Fue el inicio de una producción incesante, un «llenar cuartillas sin cuento» de «disquisiciones fantástico-poéticas en prosa» a las que se entregaba sobre todo de madrugada16 y de las que, entre la cautela y la clandestinidad, no hacía partícipe a nadie.

      Algunas de estas prosas estaban vinculadas con los viajes de Berrueta e irían a parar, con más o menos modificaciones, a Impresiones y paisajes. Pero la mayoría trataban de su vida íntima y eran elucubraciones no pensadas para su publicación, más bien un largo y trabajoso borrador con numerosas ideas clave de su poética romántica de entonces,17 atravesadas de atormentadores dualismos: la lucha de la carne contra el espíritu, del individuo contra la sociedad, de Cristo contra la Iglesia católica.

      En febrero de 1917 se animó a publicar su primer trabajo literario, un homenaje a Zorrilla, en el Boletín del Centro Artístico. Entre abril y junio el grupo de Berrueta inició el tercero de los viajes con Lorca, y, aunque es la salida de la que menos información se dispone, sabemos que se repitieron la parada en Baeza, el encuentro con Antonio Machado, los conciertos de piano del músico del grupo. Tras el regreso a Granada, a finales de junio, Federico escribió su primer poema. El 15 de julio el grupo emprendió el que sería el cuarto y último viaje, el más fecundo de todos, el que marcaría no solo su decisión de ser escritor, sino una lúcida toma de conciencia de la poética propia, que tendría como consecuencia su separación de los modelos culturales y literarios de Berrueta.18

      En esos días Lorca se sumó a la condición de escritor-cronista del grupo, y publicó cinco artículos en el Diario de Burgos: «Notas de estudio. La ornamentación sepulcral» (31 de julio); «San Pedro de Cardeña. Paisaje» (3 de agosto); «Las monjas de las Huelgas» (7 de agosto); «Divagación: las reglas de la música», primer intento de clarificación de sus ideas sobre el arte (18 de agosto); y «Mesón de Castilla» (22 de agosto). Excepto el ensayo sobre estética musical, el resto de los textos, con numerosos cambios, irían a parar a Impresiones y paisajes. La decisión de publicar un libro que apuntalase su nueva condición estaba tomada.

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