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la cabeza.

      Desde que llegó a Mountainside el año anterior, Lilah había regresado al bosque y subido a las montañas en una docena de ocasiones, y con frecuencia a la cueva donde solía vivir. A su regreso traía consigo sacos llenos de sus preciosos libros. Benny, Tom y Nix la habían acompañado en varias ocasiones. No obstante, ninguno comentó ahora sobre el verdadero significado de sus palabras. Nadie comprendía la soledad como lo hacía la Chica Perdida.

      —Realmente desearía poder acompañarlos —repitió Chong melancólicamente, mirando a Lilah mientras trataba de disimular que lo hacía.

      —¿Tus padres no te dejarían? —preguntó Benny.

      —Mis padres ni siquiera admitirían la posibilidad. Ellos piensan que la idea es suicida.

      —Quizá tienen razón —observó Tom.

      —Y por eso no quiero que vuelvas a hablar con ellos del tema, Señor Energía Positiva —gruñó Chong—. Después de la última vez que lo mencionaste, mamá quiso esposarme a la silla de la cocina.

      —Podrías simplemente ir —sugirió Lilah.

      Chong formó una mueca.

      —Muy graciosa.

      —Hablo en serio. Es tu vida…

      —Sí —dijo Tom—, pero es una pésima sugerencia. Chong es menor de edad y tiene una responsabilidad con su familia.

      —Su responsabilidad está primero aquí —reviró ella, señalando con su dedo el área del pecho que alberga el corazón—. Con él mismo.

      —De acuerdo, entonces tal vez tú deberías ir a hablar con los señores Chong —sentenció Tom.

      —Tal vez debería.

      —Pero, por favor —intervino Benny—, no lleves tus armas.

      DEL DIARIO DE NIX

      Cosas que ignoramos de los zoms

      Por qué después de haber llegado a un cierto punto dejan de descomponerse.

      Por qué atacan a la gente y a los animales.

      Por qué no se atacan entre ellos.

      Si ellos pueden ver o escuchar de la misma manera que los humanos.

      Por qué gimen.

      Si pueden pensar (en algo, cualquier cosa).

      Si pueden sentir dolor.

      Qué son.

      11

      El resto del día transcurrió con tranquilidad. Nix salió a dar un largo paseo con Lilah, y Chong las siguió como un cachorrito triste y silencioso. Morgie fue a pescar y Benny estuvo dando vueltas por la casa, observando todos los objetos familiares para tratar de que su cerebro se hiciera a la idea de que no vería otra vez esas cosas.

      Incluso la maltratada cajonera de su habitación le pareció maravillosa, y la tocó como si fuera una vieja amiga.

      Despídete de esto, susurraba su voz interna. Déjalo ir.

      Tomó un largo baño con agua caliente y escuchó la voz que le hablaba desde las sombras de su mente. Hacía meses que Benny escuchaba esa voz interna hablándole como si fuera una parte independiente de él. No era lo mismo que “oír voces”, como el viejo Brian Collins, que tenía al menos una docena de personas parloteándole en la cabeza al mismo tiempo. No, esto era distinto. Benny sentía como si la voz interna que escuchaba fuera su propia voz del futuro susurrándole. La persona en la que él iba a convertirse. Un Benny Imura más maduro y evolucionado, seguro de sí mismo y sabio, que había comenzado a emerger poco después de los eventos ocurridos en el campamento de Charlie Ojo Rosa.

      El Benny actual no siempre estaba de acuerdo con la voz, y a menudo deseaba que se callara y simplemente lo dejara disfrutar de sus quince años.

      Luego de la ducha, Benny permaneció un tiempo mirándose al espejo, preguntándose quién era. Luego de siete meses de ese demente régimen de acondicionamiento físico de preparación para el viaje ya no era aquel muchacho famélico que se había aventurado por primera vez a Ruina y Putrefacción. De hecho, los músculos lucían firmes y marcados e incluso comenzaba a notársele un abdomen atlético. Se había asegurado de quitarse la camiseta frente a Nix tan a menudo como fuera razonable justificar, casi siempre después de una intensa sesión de entrenamiento. Se esforzaba por hacerlo parecer casual, pero era descorazonador la frecuencia con que Nix soltaba una risita o parecía ignorarlo, en lugar de caer fulminada por el deseo.

      Ahora miraba sus brazos y su pecho, al músculo ganado gracias a todas esas horas de entrenamiento de espadas y jiujitsu y karate; al volumen adquirido por las infinitas cargas con peso, por correr de ocho a quince kilómetros cinco veces a la semana, por trepar cuerdas y árboles y practicar duelos. Se acercó más al espejo, preguntándose cuánto de ese rostro pertenecía al hombre en que se estaba convirtiendo o al chico que aún creía ser. Ese rostro parecía corresponder mejor a la voz interna que a la percepción que Benny tenía de su yo actual.

      Ése era el problema y el centro de todo. Por un lado quería tener quince años e ir a pescar y jugar beisbol y meterse en problemas por robar manzanas del huerto del Mocoso O'Malley. Por el otro lado, quería ser un hombre. Quería ser tan fuerte como Tom, tan poderoso como su hermano. Quería que la gente le mostrara el miedo y el respeto que profesaban a su sensei.

      Benny sabía que una vez que dejaran Mountainside tendría que volverse más duro. Habría desafíos que fortalecerían su “leyenda”, justo como las muchas aventuras de Tom como el cazador de zombis más temido de la región habían construido la leyenda del mayor Imura. No cabía duda de que Nix lo encontraría irresistiblemente sensual entre más se alejaran del pueblo y más duro se volviera.

      Para Nix, todo lo que importaba estaba allá afuera.

      Benny estaba más que un tanto seguro de que si Nix de hecho lo amaba, esto era porque él había aceptado partir con ella a Ruina. Quizá no completamente, pero sí en gran parte. Él habría apostado en ello todo lo que poseía.

      Por lo tanto no se atrevía a contarle que no estaba totalmente seguro de partir.

      Cuéntaselo, decía la voz interior. No le mientas.

      Benny ignoró la sugerencia.

      Ruina era peligrosa e insegura, y todos con los que había hablado en el pueblo decían que nunca nadie que hubiera ido más allá del parque Yosemite había regresado. Nix quería cruzar el país, si eso implicaba encontrar el avión. También Tom, y Lilah.

      Observó fijamente sus ojos castaños y analizó la duda y el miedo que encontró en ellos.

      —Vaya héroe —suspiró—. Vaya leyenda.

      Nix pensaba que estar en el pueblo era vivir asfixiados y morir prisioneros entre muros, y no estaba del todo equivocada. Casi todos en Mountainside temían a Ruina con un miedo cerval, un temor tan profundo que casi nunca mencionaban lo que había más allá de la alta cerca que los protegía de las amenazas del exterior. Unos pocos salían a visitar otros pueblos, claro, pero incluso entonces viajaban en carretas reforzadas con láminas de metal y las cortinas corridas para bloquear toda vista de Ruina. Solamente los conductores y sus guardias cazarrecompensas iban fuera del vagón. Benny imaginaba que hasta en inicios de primavera esas carretas tenían que ser enfermizamente calurosas, pero los viajeros parecían preferir esa incomodidad sobre el aire fresco que entraría si abrieran la ventana para contemplar el mundo real. Eso hacía enloquecer a Benny. Se preguntaba lo que pensaría la gente dentro de aquellos vagones fuera de la cerca. ¿Apagarían simplemente su capacidad de razonar? ¿Se sedarían para dormir durante todo el trayecto? ¿O su negación era tan completa que de algún modo veían el entrar y salir de esas cerradas carretas como si atravesaran un portal dimensional? Quizá para ellos sencillamente no había nada en medio.

      Era como una plaga, pero diferente a la que había destruido el mundo. Ésta era una pandemia emocional que

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