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      Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:

      «¿Y quién es mi prójimo?».

      Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote, que, al verlo, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio lo vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verlo, tuvo compasión. Se acercó, vendó sus heridas y echó en ellas aceite y vino; lo montó luego sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él.

      Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: “Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

      Él respondió: «El que practicó la misericordia con él».

      Díjole entonces Jesús: «Vete y haz tú lo mismo»

       (Lc 10,29-36).

      PRÓLOGO

      La escuela católica nace, esencialmente, como una respuesta a la realidad. Todos los fundadores de las diversas instituciones que llevan adelante la misión de la educación integral desde el Evangelio de los niños y jóvenes parten de una mirada de fe sobre la realidad de ese niño y ese joven. Y desde ahí dan su respuesta. Esto ha sido siempre así desde el principio –san José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías– hasta nuestros días.

      Y esta es la clave de lectura de este libro que tienes en tus manos. Javier Alonso –religioso, sacerdote y educador escolapio– recrea en su libro la experiencia fundacional de la escuela católica, y lo hace desde una perspectiva profundamente pedagógica. En el fondo, el autor está proponiendo que la escuela puede y debe llevar adelante su tarea educativa desde la clave de su origen, desde la esencia de su razón de ser: abrir los ojos a la realidad que nos rodea, sobre todo a la realidad de aquellos que sufren y que necesitan nuestra respuesta (como el herido de la parábola evangélica); contemplar esa realidad con una mirada creyente y, finalmente, responder.

      Los «encuentros educativos en las periferias» que Javier nos propone son, en el fondo, una llamada fuerte y clara a que la escuela católica ahonde su propuesta educativa en lo que es su razón de ser: acompañar al niño y al joven en el camino de configurarse como una persona capaz de amar, en el profundo sentido de la palabra «amor». Nuestra escuela tiene muchos desafíos, y todos son trabajados con esfuerzo y dinamismo. Pero hay uno que es central: engendrar hombres y mujeres de bien, capaces de construir un mundo mejor.

      Como buen hijo de Calasanz, Javier configura su libro desde una convicción de base: si un niño o una niña se encuentra con un educador y una propuesta educativa que le ayude a crecer desde lo mejor de sí mismo, desde las claves del Evangelio, ese niño o esa niña crecerá como una persona de bien, capaz de una vida plena, solidaria y feliz; capaz, en definitiva, de cambiar el mundo.

      El libro combina narraciones que invitan a la reflexión con desarrollos teóricos que la completan, y nos va introduciendo poco a poco en lo que puede significar hoy, para la escuela católica, ser una «escuela en salida». No faltan las aportaciones bíblico-teológicas y los desarrollos pedagógicos, que nos ayudan a completar la nueva visión educativa que se propone en el libro.

      Pienso que este libro nos puede ayudar significativamente a apostar por las convicciones que nos hacen crecer y por lo esencial que estamos llamados a ofrecer como escuela católica. Ninguno de los fundadores –hombres y mujeres– de la nuestra escuela tuvo mentalidad de «suplencia», sino de respuesta integral a una necesidad integral. El proyecto educativo de la escuela católica nunca dejará de ser imprescindible, porque nunca –ni antes, ni ahora, ni en el futuro– será íntegramente asumido por los Estados. La escuela católica tiene algo más, y lo debe aportar. La escuela católica debe creer en su proyecto y ofrecerlo sin duda y con convicción por el bien de los niños y jóvenes. Por eso es fundamental el trabajo en común de todos los que creemos en esta propuesta educativa. Solo así irá adelante. Sigue habiendo muchos niños y adolescentes sin escuela, y muchos más que necesitan una escuela. Y siempre será necesaria una escuela que evangelice la educación, que aporte a Cristo, que apueste por el pobre, que huela a Reino de Dios. Esto no lo ofrece ningún currículo oficial.

      Pienso que la escuela puede ser una de las mejores plataformas para llevar adelante esa formidable propuesta del papa Francisco de construir una Iglesia en salida, capaz de responder de verdad a las necesidades de las personas de hoy. Por eso creo que la lectura de este libro puede ser de gran ayuda para todos los que creemos en la escuela católica.

      Como superior general de la Orden de las Escuelas Pías es para mí un honor y una gran satisfacción prologar este libro de mi hermano Javier Alonso. ¡Gracias, Javier, por tu trabajo, por tu lucidez y por tu audacia educativa!

      Buena lectura a todos.

      PEDRO AGUADO, Sch. P.

      Superior General de la Orden de las Escuelas Pías

      UNA ESCUELA EN SALIDA

      Días después de su elección, el papa Francisco se presentó en la cárcel de menores Casal de Marmo, de Roma, para celebrar el Jueves Santo. Al término de la homilía se puso de rodillas y lavó los pies a unos jóvenes reclusos que encarnaban a los doce apóstoles, con quienes Jesucristo realizó este gesto en su última cena. Entre ellos había dos muchachas, una italiana y otra de Europa del Este. Los chicos habían sido elegidos no según su fe, sino para que representaran a todos los internos. Entre aquellos a los que el papa lavó los pies había católicos, ortodoxos, musulmanes y no creyentes.

      Con este gesto, el papa mostraba al mundo el talante samaritano que daría a su pontificado, un estilo cargado de gestos proféticos que invitan a salir de las sacristías para ir en busca de los más pobres. En la Exhortación Evangelii gaudium 1 (EG) propone a la Iglesia «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 21). Expresa con frecuencia que prefiere «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (EG 49).

      La «Iglesia en salida» que propone el papa Francisco en Evangelii gaudium es la que abre sus puertas para llevar el Evangelio a las periferias. Es la que sale de las sacristías y se adentra en los barrios marginales, en los centros sociales, en los hogares rotos, en las vidas vacías y en la existencia de tantas personas destruidas por la injusticia y el pecado del mundo.

      La escuela católica está llamada también a vivir la dinámica de «salida», dejando la comodidad y las falsas seguridades para buscar la oveja perdida, para navegar a la otra orilla, para ofrecer la Buena Noticia a los pobres y anunciar la liberación de los cautivos.

      La «escuela en salida» es la que está al cuidado de los alumnos más débiles, la que abre sus puertas a la comunidad, la que da participación a todos y construye Iglesia. Es la que despierta en los alumnos una conciencia crítica ante las injusticias y les invita a comprometerse con los más necesitados. La «escuela en salida» es el espacio donde todos tienen la posibilidad de crecer, la expresión visible de la mesa de comunión del Reino de Dios.

      Haciendo memoria del compromiso de la Iglesia por la educación, constatamos con orgullo que las mejores iniciativas de educación integral fueron una «escuela en salida» con una motivación claramente evangélica. A finales del siglo XVI, Calasanz inicia la «escuela popular cristiana»; un siglo después, La Salle funda una congregación religiosa educativa en Francia dedicada a los pobres. El siglo XIX es testigo del nacimiento de familias religiosas especializadas en la educación de los más pobres: José Chaminade, Marcelino Champagnat, Paula Montal, Juan Bosco, entre otros. A todos estos fundadores les movió la convicción de que la educación era el mejor medio de promoción humana y reforma de la Iglesia y la sociedad. Todos ellos fundaron escuelas «en salida» comprometidas con el desarrollo humano y social de los más pobres.

      El

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