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      —¿Por qué todo tiene que girar en torno al dinero? —es­petó Catherine—. ¿Tú también quieres llevarte mi último kopek? —sintió que lágrimas de frustración llenaban sus ojos. Habría querido destrozar todo el montón de papeles y simplemente salir de allí.

      Tanya se acercó.

      —Me disculpo, Su Alteza.

      —No, yo me disculpo. Estoy cansada. Pero no debería desquitarme contigo —había estado sentada a un lado del rey la mayor parte de la noche, pero Tanya tampoco había dormido bien.

      —Me siento honrada de que haya pensado en mí —continuó Tanya—. Y me siento honrada de tener un nuevo título. Y ayuda de cámara es un buen cargo. Si soy considerada para ocupar un papel siquiera un poco comparable al de Davyon, me siento muy honrada.

      —El punto es que ya pienso en ti ocupando un cargo tan alto como el de él, y quiero que todos hagan lo mismo. Hemos pasado por muchas cosas juntas, Tanya. Quiero que el mundo sepa lo mucho que te valoro.

      —Entonces, ¿soy su consejera?

      —Ciertamente.

      —¿Sobre algo en particular?

      Catherine suspiró y acomodó los hombros. ¿Por dónde empezar?

      —Guerra… dinero… matrimonio… amor.

      —Las cosas pequeñas.

      Catherine rio y besó a Tanya en la mejilla.

      —Sí. Pero primero la guerra. Ven. Me esperan en el consejo.

      Catherine había estado ausente de las reuniones diarias desde hacía varias mañanas, puesto que había estado al lado de la cama de Tzsayn, pero la joven reina estaba decidida a no perderse otra.

      Ffyn, Davyon y Hanov, el general de mayor antigüedad de Tzsayn, lideraban el consejo de guerra. Cuando Catherine llegó, el general Ffyn, recién promovido para reemplazar a lord Farrow como líder del ejército de Pitoria, le sonrió del otro lado de la mesa del mapa.

      —Buenas noticias, Su Alteza. Esta mañana llegó una delegación de Calidor. Se unirán a nosotros en breve.

      —¡Por fin!

      Había pasado un mes desde que Edyon zarpase hacia Calidor con la advertencia de Catherine sobre la amenaza que representaba el ejército de infantes y de su petición de formar una alianza contra su padre, y el silencio había sido tan ensordecedor que ella había comenzado a temer que el mensajero no hubiera alcanzado su destino.

      —¿Quizá pueda actualizarme sobre la situación general mientras esperamos a que lleguen?

      —Sin cambios, Su Alteza. Los soldados de Brigant defienden sus posiciones alrededor de Rossarb y en la Meseta Norte.

      Señaló las ubicaciones en el mapa, casi asumiendo que Catherine lo ignorara.

      —Pero allí es donde está la mayor parte de la acción —dijo Tanya, gesticulando hacia la Meseta Norte—. En el mundo de los demonios, quiero decir.

      Ffyn miró a Tanya y luego a Catherine con las cejas en alto. Tanya no pertenecía oficialmente al consejo de guerra.

      Con toda la naturalidad que le fue posible, Catherine lo clarificó:

      —He ascendido a Tanya al cargo de ayuda de cámara. Agradezco sus opiniones sobre todos los asuntos.

      El general se aclaró la garganta.

      —Por supuesto. Lo que Su Alteza considere que sea lo mejor.

      —Y Tanya tiene razón —continuó Catherine—. Mi padre está consolidando su posición en la meseta y está ocupado reuniendo el humo de demonio. Tiene justo lo que quiere: un suministro seguro de humo y tiempo para entrenar a su nuevo ejército. Cuando todo esté listo, no tendremos oportunidad.

      —Quisiera creer que hemos ofrecido un poco más de resistencia de lo que parece esperar, Su Alteza —respondió con rigidez el general Ffyn.

      —Ha visto los efectos del humo, general. Todos sabemos que un ejército vigorizado por éste es invencible, aun cuando se trate de un grupo poco entrenado de chiquillos. No hay vergüenza en admitirlo. La vergüenza estaría en no tener un plan para lidiar con ello.

      Ffyn sacudió la cabeza.

      —Nuestros números pueden haber bajado debido a esta maldita fiebre, pero ya hemos superado el asunto. Tenemos una buena posición en terreno alto. Creo que podemos mantener esta posición si el ejército regular de Brigant ataca.

      —Empero, uno de mis hombres regresó de Brigant anoche —el general Hanov, que controlaba la red de espías, intervino—. Nos informa que se han avistado brigadas armadas de jovencitos.

      —¿El ejército de chicos?

      —No exactamente, Su Alteza. Las brigadas son pequeñas unidades: hay al menos diez, con cien chicos en cada una. Estos jóvenes son brutales, fuertes y rápidos… y día a día mejoran sus habilidades para el combate.

      —¿Y dónde están estas brigadas?

      —Al menos tres con Aloysius, cerca de Rossarb.

      —¿Y el resto?

      —Creemos que en la frontera con Calidor.

      Catherine levantó la vista del mapa.

      —¿Calidor? ¿Cree usted que se estén preparando para invadir?

      Hanov lo negó.

      —Son apenas unos cientos de niños. Las mejores tropas de Aloysius todavía permanecen en Rossarb. No hay señales de que se dirijan al sur.

      —Incluso si este nuevo ejército fuera la avanzada, Aloysius no podría invadir Calidor sin el apoyo de su tropa regular, Su Alteza —explicó Ffyn—. Necesita desplegar soldados en el terreno para ocupar el reino una vez que el combate haya terminado. Todavía no veo algo que indique un ataque inminente contra nosotros o Calidor.

      —Estoy de acuerdo con Ffyn —dijo Davyon—. Excepto que tenemos el problema del mar de Pitoria.

      —¿El mar? —preguntó Catherine.

      —Los soldados de Brigant pueden no estar enfrentándonos a nosotros ni a Calidor en tierra, pero ya han comenzado a asediar nuestras naves —respondió—. Hemos tenido que atraer a puerto la mayor parte de nuestra flota. Las naves de Brigant son más grandes y rápidas que las nuestras, y ahora mantienen un control casi total de las aguas entre Pitoria y Calidor.

      Catherine maldijo en su interior las reuniones que se había perdido. Había estado ocupada con Tzsayn y las finanzas, pero su padre nunca se quedaba quieto. ¿Cuál era su gran plan? Miró de nuevo el mapa.

      —¡Si los soldados de Brigant son libres de moverse en cualquier lugar alrededor del mar de Pitoria, podrían invadir en cualquier punto de nuestra costa! Debemos recuperar el dominio marítimo.

      Ffyn parecía irritado.

      —¿Cómo? No podemos tomar el control del mar sin armada.

      —Entonces debemos conseguir mejores navíos —dijo Catherine, pero incluso mientras hablaba, sentía que su alma se hacía pedazos. Ella podría gritar todo lo que quisiera a sus generales al respecto, pero ellos ¿de dónde sacarían los barcos? ¿Cuánto tiempo tomaría construirlos? ¿Cuánto dinero?

      —Calidor tiene una flota poderosa —dijo Hanov pensativamente—. La construyeron tras la última guerra para defenderse de Aloysius.

      —Entonces, debemos pedir a la delegación de Calidor que nos presten su fuerza para proteger nuestra costa y patrullar el mar de Pitoria. Es una solución que nos beneficiará a ambos.

      ¿Podría ser realmente algo tan simple?

      —Tiene razón, Su Alteza —dijo Davyon—.

      Debemos proteger nuestra costa. Pero el humo es

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