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también la Iglesia de aquellos siglos tuvo un papel relevante, ya que actuaba en muchos sentidos como la propia nobleza. Parece ser que, en aquellos momentos, la independencia de sus diócesis de las leonesas pudo aportar a los señores de la Iglesia local no pocos beneficios y derechos.

      Ahora bien, como menciona Saraiva en su libro Historia concisa de Portugal, el propio pueblo juega un papel importante en el proceso, y la independencia no es solo un movimiento del clero y la nobleza, sino que responde a una aspiración creciente por parte del pueblo llano.

      Aun a pesar de que ambas coronas inician un camino por separado a partir de la independencia de Portugal, el conflicto durante los años siguientes entre las dos fue en cierta forma recurrente. La conquista del Algarve por parte de las tropas portuguesas en 1249 dejó a Castilla sin acceso a la costa atlántica, pretensión muy útil para sus ambiciones de reconquista.

      La enemistad y distanciamiento de la corona de Castilla, que ya por aquellos años casi albergaba la totalidad del resto de la Península, llevó a los monarcas portugueses a orientar su expansión territorial hacia las costas norteafricanas. Se asumía que cualquier ambición europea estaría limitada y boicoteada por la potencia castellana.

      Cuando el rey de Portugal murió sin descendencia en 1383, Castilla no tardó en invadir Portugal, ya que legalmente creía que le correspondía. Joao de Avis venció a los españoles en la batalla de Aljubarrota en el 14 de agosto de 1385 y fue nombrado rey bajo el nombre de Juan I. Como conmemoración de aquella victoria, el nuevo rey portugués mandó construir el Monasterio de Santa María da Vitoria, más popularmente conocido como el monasterio de Batalha, que es uno de los más hermosos del país.

      En fin, como muestra de la obstinación castellana, el reinado del recién nombrado Juan I, estuvo salpicado de conflictos de todo tipo entre los dos países. Como protección ante el enemigo español, Portugal, que ya había firmado un acuerdo con los ingleses para derrotar a los españoles, une su familia real a la inglesa, casando al monarca portugués con Felipa de Lancaster. Durante los años siguientes, afloran a lo largo y ancho de la frontera entre los dos vecinos fortificaciones defensivas.

      En 1411 se firma un tratado de paz entre los dos países. Pero lo cierto es que Castilla deja claro que no quiere presencia portuguesa en su territorio, ni siquiera como ayuda en la reconquista del territorio dominado todavía por los musulmanes. En cierta forma, esta actitud de Castilla trababa el paso de Portugal a Europa, y forzó a los portugueses a orientarse hacia el Atlántico. Juan I organiza en 1415 prácticamente la primera incursión en el continente africano. Si bien pudiera ser que el «espíritu de cruzada» influyera en las primeras incursiones, la verdad es que acabó por convertir a Portugal en el primer imperio de ultramar de Europa. Aunque es Juan I quien inicia las expediciones marítimas portuguesas, es la figura de su hijo, Enrique el Navegante, la que dota a Portugal de una fuerza tremenda en la expansión marítima, con muchos años de adelanto sobre la expansión española.

      En 1415 Portugal conquista Ceuta. Madeira se descubre en 1420. Tras expediciones fructuosas por la costa de África, Vasco de Gama llega a la India en 1498. Posteriormente, Pedro Alvares Cabral conquista Brasil, entablando una rivalidad con el recién inaugurado Imperio castellano. Para finales de siglo, los portugueses comercian y colonizan un área mucho más amplia y dispersa que los españoles, cubriendo Asia con enclaves como Macao, África con enclaves como Mozambique y Angola, y América con Brasil.

      El tratado de Tordesilllas se firma en 1494 y por él los dos vecinos acuerdan la división del Nuevo Mundo entre ambos.

      En 1580, dos años después de la muerte, en 1578, del rey Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazarquivir, el rey español, Felipe II (I de Portugal), con el apoyo de la nobleza portuguesa incorpora, por derecho familiar, la corona portuguesa a su trono. Aun a pesar de lo que podría en principio suponerse, yo creo que la mayor parte de los historiadores que he consultado están de acuerdo en reconocer que Felipe garantizó la autonomía portuguesa, ya que consideraba la unión de los dos países más como una asociación de dos reinos que como un nuevo reino. En línea con este principio, el rey solo nombró portugueses para la administración de Portugal, reunió las cortes con frecuencia e incluso se hizo rodear en Madrid de un consejo portugués que tuvo no solo influencia en los temas portugueses, sino sobre los propios asuntos castellanos. Lo que es más, parece ser que tanto los burgueses como los comerciantes portugueses se beneficiaron de hecho de un mercado mayor, de un «país» más grande, y de una flota mercante más numerosa. Parece ser que incluso Felipe tuvo la tentación de hacer de Lisboa su residencia definitiva, tras vivir en ella casi dos años, pero la lejanía de los intereses europeos le hizo desistir.

      Solo fue el pueblo el que quizás tuvo una actitud más escéptica, ya que tenía miedo de que el gobierno castellano se tradujese en mayores impuestos y mayores levas de tropas, a las que los castellanos estaban acostumbrados. Aun así, la verdad es que, como dice Saraiva, parece ser que el «sentimiento antihispano» no pasaba de ser una mera actitud literaria.

      Con la muerte de Felipe II, en 1598, se inicia sin duda el declive en la relación. Felipe III de España y II de Portugal no estuvo a la altura, ni de lejos, de su predecesor. Como botón de muestra se puede mencionar el hecho de que visitó Portugal por primera vez al final de su reinado. ¡En 1619! Al mismo tiempo, no tuvo el tacto de su predecesor en el nombramiento de responsables para la gestión de Portugal y comenzó a nombrar a españoles para llevar sus asuntos. Pero no se conformó con ello. También incrementó los impuestos y las levas de soldados considerablemente, algo que como hemos mencionado era de máximo rechazo por parte del pueblo llano portugués. La intención del rey era construir un ejército «nacional» de ayuda mutua, al que debían contribuir todos los miembros de la Corona, desde Cataluña hasta Portugal, pero la medida no fue bien aceptada.

      Con estas tres «inteligentes» medidas, no resulta difícil de entender que la propia nobleza que un día había apoyado la unión, comenzase a estar recelosa del gobierno «compartido». Al mismo tiempo, la situación económica castellana empeora. La plata de América deja de llegar con la abundancia del pasado, y lo que llega apenas da para pagar las crecientes deudas que se acumulan tras las continuas campañas militares que se llevan a cabo en Europa y en algunas partes de la península. Para agravar un poco más la situación, se expulsa a los moriscos de España en 1605, y con ellos desaparecen prácticamente la totalidad de los artesanos y los ingresos que aportaban a la economía nacional.

      Hay un dicho en España que dice que «los negocios familiares no sobreviven de la tercera generación, que gasta lo obtenido por la primera y lo administrado por la segunda». Hay otro que dice que «no hay mal que cien años dure». Ambos, a mi modo de ver, vienen muy bien al caso. Nuestro amigo Felipe IV de España (y III de Portugal) parece que quiso hacer honor a ambos dichos en su relación con Portugal. Nombrado rey en el año 1621, entró en plena crisis de la hacienda española. Aumentó la frecuencia y las cuantías tanto de soldados como de impuestos que se pedían de Portugal, para luchar contra la insurrección catalana y otras preocupaciones europeas.

      El pueblo portugués se reveló en 1629, 1634 y de nuevo en 1637, pero las cosas no pasaron de «una revuelta». Ahora bien, desde 1637 y hasta el año 1640, el debilitamiento de la corona castellana se hace exponencial. ¡Qué sorpresa! No se puede estar en guerra con todo el mundo. En este período, Castilla está en guerra tanto con la región catalana como con la propia Francia. Y es el propio cardenal Richelieu el que parece que maniobra para impulsar la revuelta en Portugal (nosotros los españoles siempre echando la culpa a los franceses de todo…).

      En un momento de falta de popularidad tanto del gobernador como de su secretario de Estado, el 1 de diciembre de 1640 se inicia una rebelión que, con el apoyo de los ingleses, en apenas quince días proclama al

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