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o decreciente, o según requiera una población creciente, estacionaria o decreciente, determina la cantidad de las cosas necesarias y convenientes para la vida que deben ser entregadas al trabajador; y el precio monetario del trabajo está determinado por lo que se necesita para comprar esa cantidad. Así, aunque a veces el precio monetario del trabajo es alto cuando el de los alimentos es bajo, sería todavía mayor si el precio de los alimentos fuese alto, siempre que la demanda no cambie.

      Debido a que la demanda de trabajo aumenta en años de abundancia súbita y extraordinaria, y disminuye en los de escasez, el precio monetario del trabajo a veces aumenta en los primeros y disminuye en los segundos.

      En un año de repentina y extraordinaria plenitud, muchos empleadores disponen de fondos suficientes para mantener y emplear a un número de trabajadores mucho mayor que el que empleaban un año antes; y no siempre pueden encontrar esta cantidad extra. Estos patronos que buscan más obreros, entonces, compiten entre sí para contratarlos, lo que a veces eleva tanto el precio monetario del trabajo como el precio real.

      Lo contrario sucede en un año de sorpresiva y aguda escasez. Los fondos destinados al empleo son menores de lo que eran el año anterior. Un número considerable de personas se quedan sin sus puestos de trabajo, y compiten entre sí para recuperarlos; en ocasiones esto reduce tanto el precio monetario del trabajo como el precio real. En 1740, ante una gran escasez, mucha gente estaba dispuesta a trabajar por la subsistencia mínima. En los años prósperos sucesivos era más difícil conseguir trabajadores y sirvientes.

      La escasez de un año caro, al disminuir la demanda de trabajo, tiende a rebajar su precio, a la vez que el elevado precio de los alimentos tiende a aumentarlo. La abundancia de un año barato, por el contrario, al incrementar esa demanda, tiende a subir al precio del trabajo, a la vez que la baratura de los alimentos tiende a bajarlo. En las fluctuaciones normales del precio de las provisiones, esas dos causas opuestas parecen contrapesarse mutuamente; lo que probablemente explique en parte por qué los salarios son en todas partes mucho más estables y permanentes que los precios de los alimentos.

      El incremento de los salarios necesariamente eleva el precio de muchas mercancías, al ampliar la parte de las mismas que se resuelve en salarios, y por ello tiende a disminuir su consumo, tanto en el interior como en el exterior. Pero la misma causa que sube los salarios, o sea, la expansión del capital, tiende a aumentar la capacidad productiva del trabajo, y a hacer que una cantidad de trabajo menor produzca una cantidad de producto mayor. El dueño del capital que emplea a un gran número de trabajadores inevitablemente procurará, por la cuenta que le trae, establecer aquella división y distribución del empleo que conduzca a la máxima producción posible. Por idéntica razón, intentará suministrarles la maquinaria que su juicio o al de ellos sea la mejor. Lo que tiene lugar entre los trabajadores de una fábrica en particular sucede también, por la misma razón, en toda la sociedad. Cuanto mayor sea su número, más naturalmente se dividirán entre las distintas clases y subdivisiones del empleo. Habrá más cerebros ocupados en la invención de la maquinaria más adecuada para ejecutar la labor de cada persona, con lo cual es más probable que sea efectivamente inventada. Habrá, entonces, tantas mercancías que debido a estos progresos serán producidas con tanto menos trabajo que antes que el aumento en el precio del trabajo resultará compensado con la disminución de su cantidad.

      9 DE LOS BENEFICIOS DEL CAPITAL

      El aumento y la disminución de los beneficios dependen de las mismas causas que el aumento y la disminución de los salarios, es decir, del estado creciente o decreciente de la riqueza de la sociedad; pero esas causas afectan a unos y otros de forma muy diversa.

      El incremento del capital, que eleva los salarios, tiende a reducir los beneficios. Cuando los capitales de muchos comerciantes ricos son invertidos en el mismo negocio, la mutua competencia naturalmente tiende a rebajar el beneficio; y cuando existe un aumento similar en todos los negocios de la sociedad, la misma competencia ejerce el mismo efecto sobre todos ellos.

      Ya se ha destacado que no es fácil determinar cuál es el salario medio, ni siquiera en un lugar y momento dados. Incluso en este caso rara vez podremos precisar algo más que el nivel habitual de los salarios. Pero con respecto a los beneficios del capital ni siquiera se puede hacer eso. El beneficio es algo tan fluctuante que la persona que lleva un negocio concreto no siempre es capaz de aclararnos cuál es su beneficio medio anual. Será afectado no sólo por cada variación en el precio de las mercancías de que trata el negocio sino por la buena o mala fortuna tanto de sus competidores como de sus clientes, y por los miles de posibles accidentes a que están expuestas las mercancías cuando son transportadas por tierra o por mar, e incluso cuando están depositadas en un almacén. El beneficio varía, en consecuencia, no sólo de año a año sino de día a día, y casi de hora a hora. El detectar cuál es el beneficio medio de todos los negocios de un gran reino debe ser todavía más difícil; y el estimar con alguna precisión cómo ha sido en el pasado inmediato o en periodos más remotos debe ser completamente imposible.

      Pero aunque no sea posible delimitar con exactitud los beneficios del capital, ni en el presente ni en el pasado, se puede obtener alguna noción sobre los mismos a partir del interés del dinero. Puede proponerse como regla general que siempre que se pueda conseguir mucho mediante el uso del dinero, se pagará mucho por él; y siempre que se pueda conseguir poco, se pagará poco. Así, en la medida en que el tipo de interés de mercado varía en cualquier país, sabremos con certeza que los beneficios normales del capital variarán en igual sentido, y se hundirán cuando se hunda y se elevarán cuando se eleve. La evolución del interés, por lo tanto, nos dará una idea de la evolución del beneficio. En el año treinta y siete del reinado de Enrique VIII se declaró ilegal todo interés superior al diez por ciento; al parecer las tasas habían sido mayores con anterioridad. Durante el reinado de Eduardo VI el celo religioso llevó a la prohibición de todo tipo de interés. Esta medida, como todas las de su estilo, no produjo efecto alguno, y probablemente expandió y no restringió el mal de la usura. La disposición de Enrique VIII fue restablecida en el año trece de Isabel, y el diez por ciento fue la tasa legal de interés hasta el año veintiuno de Jacobo I, cuando el límite bajó al ocho por ciento. Volvió a bajar al seis por ciento poco después de la restauración y al cinco por ciento en el año doce de la reina Ana. Todas estas regulaciones legales parecen haber sido adoptadas juiciosamente: siguieron y no precedieron a la tasa de interés de mercado, o tasa a la que se endeudan normalmente las personas de cierta solvencia. Desde la época de la reina Ana el límite del cinco por ciento estuvo más bien por encima que por debajo de la tasa de mercado. Antes de la última guerra, el gobierno tomaba préstamos al tres por ciento; y la gente solvente de la capital y otras partes del reino al tres y medio, cuatro, y cuatro y medio por ciento.

      Desde los tiempos de Enrique VIII la riqueza y el ingreso del país han progresado continuamente y el ritmo de ese avance parece más haberse acelerado gradualmente que frenado. No sólo han crecido sino que lo han hecho cada vez más rápido. Los salarios han aumentado sin cesar durante el mismo periodo, mientras que en la mayor parte de las diversas ramas del comercio y la industria los beneficios han disminuido.

      En general se requiere un capital mayor para llevar adelante cualquier negocio en una gran ciudad que en un pueblo rural. Los grandes capitales empleados en todas las actividades, y el número de ricos competidores, generalmente deprimen la tasa de beneficio en la primera por debajo de la que rige en el segundo. Pero los salarios son habitualmente más altos en la ciudad que en el pueblo. En una ciudad próspera, las personas que tienen abultados capitales con frecuencia no pueden contratar el número de trabajadores que desean, y por ello compiten entre sí para conseguir el mayor número posible, lo que aumenta los salarios y reduce los beneficios. En las partes más remotas del país a menudo no existe el capital necesario para dar empleo a toda la gente, que compite entonces mutuamente para asegurarse un puesto de trabajo, lo que reduce los salarios y eleva los beneficios.

      En Escocia, aunque la tasa legal de interés es la misma que en Inglaterra, la tasa de mercado es bastante más alta. Las personas de más acreditada solvencia rara vez toman allí prestado a menos del cinco por ciento. Incluso los banqueros privados de Edimburgo ofrecen un cuatro por ciento por sus pagarés, cuyo reembolso total o parcial puede solicitarse en cualquier momento. Los banqueros

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